jueves, 23 de agosto de 2012
Segunda Parte
[SEGUNDA PARTE]
[INTRODUCCION]
¡Hola a todos! Me presento: Soy el Narrador.
Antes de nada quisiera pedir disculpas por haber irrumpido sin avisar, pero la situación así lo requería. Debo confesar que esta es la primera vez que realizo este trabajo. Bueno, este o cualquier otro, puesto que hasta el día de hoy mi carrera profesional había discurrido alejada de la Ley, lo que me condujo irremisiblemente a la cárcel, lugar del que hace menos de un mes pude salir.
Mi nombre y mi delito poco importan. Solo deben saber que soy el Narrador y que durante toda mi vida me había especializado en entrar y salir de cualquier sitio sin ser visto.
He considerado oportuno abrir esta segunda parte de la historia con un capitulo introductorio, a pesar de que ya va la cosa bien avanzada, para explicar un par de puntos importantes y dotar a la misma de unos pies y una cabeza:
El Doctor Eric Bauss es el Psicólogo mejor valorado de la Gran Ciudad. En su haber posee la resolución de multitud de casos que, con permiso de los pacientes y tras tomar todas las medidas oportunas para no violar secretos profesionales y salvaguardar derechos constitucionales, fueron publicados en la revista número 1 de Psicología: “Mind Today”. Lo que le catapultó merecidamente a la fama.
Un sagaz editor identificó el rastro y le propuso escribir una novela inspirándose en casos reales o inventados. A lo que Eric, que desde siempre su sueño había sido ser escritor además de Psicólogo, se prestó sin dudarlo un segundo. A pesar de las promesas del editor, el libro no obtuvo todo el éxito que se esperaba. Y no por falta de calidad de la obra, sino porque la Editorial no disponía de todos los recursos financieros necesarios y en consecuencia, falló el Marketing.
Este contratiempo quedó en simple anécdota porque la producción de artículos de nivel siguió imparable, lo que le hizo merecedor de varios premios anuales de la Asociación de Psicología de la Ciudad. Tres de los cuales obtenidos de manera consecutiva. Lo que no hacía sino repercutir en el bien de su consulta siempre a tope, hasta el punto de tener que derivar pacientes a otros insignes colegas.
De vez en cuando, la Editorial le enviaba algún que otro texto para que le echase un vistazo. Para comprobar si todo el contenido referente a la Ciencia en la que es Doctor, se sostenía. Pero esto era algo que le quitaba poco tiempo. De pronto la producción de artículos de calidad descendió. Eric empezó a encontrar siempre los mismos casos y le invadió el mayor de los desánimos.
Solo las ganas de ayudar le permitían seguir trabajando. Los artículos comenzaron a escasear, con ellos los Premios y las apariciones en los medios. Eric nunca buscó la fama, pero siempre y cuando fuese producto de hacer bien su trabajo no tenía por qué molestar. El nombre de Eric Bauss ya se había asociado sólidamente al de un terapeuta de primera línea y de ese nivel no había bajado.
Cuando se vio más libre de la escritura profesional intentó volver a su pasión: confeccionar historias. Pero el resquemor del fracaso anterior era una pesada losa y un nuevo tropezón seria ya definitivo. Por lo que desistió por completo de escribir por escribir.
Lejos de lo que han leído, el Doctor Bauss es muy concienzudo a la hora de realizar su trabajo. Anota escrupulosamente todas aquellas cosas que considera útiles durante las sesiones. Luego lo pasa a limpio, ordena y propone hipótesis.
Es muy metódico en todo. Su rutina es inquebrantable. Siempre dice que si el Universo se rige por las mismas leyes y principios desde hacia miles de millones de años y le había ido bien, no era él quien para llevarle la contraria. Tampoco es cierto que su hija le odiase o que su mujer ya no le quisiera. Eric, Anne y Amy forman una familia feliz en la que todos se profesan un amor incondicional.
Anne es cirujano en el Hospital General de la Ciudad y Amy estudia el primer año de Instituto. Quizá el hecho de que se acercaba la peligrosa adolescencia es lo que inquieta a Eric y por eso soñó que le odiaba. Porque todo lo que han leído es un sueño. El Doctor Bauss lo ha soñado todo. Despertando cuando reconoció al hijo del Señor Smith resolviendo de paso el problema de los terrores nocturnos.
O al menos encaminándolo. Puesto que su paciente volvía a tener dos figuras autoritarias masculinas: su jefe y su hijo policía. Lo que le recordaba a su padre y su abuelo, los dos protagonistas de aquella triste época de su infancia con la pérdida de su querida abuelita.
Todas las personas del microcosmos de Eric existen de verdad. Rui, la panda del Restaurante, Mary, Antonio, Diana… el camarero raro no es otro que Giuseppe, el dueño de “Les Rideaux” y, por supuesto, Julius.
¡Ah! Y James Nock. Pero ni se llama así, sino James Fix, ni se conocen personalmente. Eso sí, la típica columna dominical del Business es él quien la firma.
En cuanto al Julius de verdad poco tiene que ver con el del sueño. Es un hombre absolutamente deprimido. Tan profunda es su depresión que no habla con nadie; tan siquiera con Eric durante sus sesiones. Solo llega, saluda entre dientes, se sienta, mira al suelo y al tocar la hora se despide con un apretón de manos sin decir nada.
Julius trabaja en el Ministerio de Asuntos Internos. Es uno de los archiveros jefe. Nunca había sido la alegría de la huerta, pero tampoco había llegado a estos extremos. Al hecho de no hablar, sentarse mirar al suelo y no mover un músculo durante la consulta, se une su absoluta desidia en cuanto al cuidado de su aspecto se trataba. Por más que lo intenta Eric, Julius no dice nada.
Cosa que le intriga sobremanera pues arde en deseos por saber qué le había pasado para caer en semejante estado que inspira lástima sólo de verle. En cuanto al momento en el que nos encontramos, hay que aclarar que no es después de las Elecciones, sino anterior.
Faltan dos meses escasos para que tengan lugar los comicios que se presumen duros a juzgar por la precampaña. Las próximas Elecciones son un tema candente en todos los rincones de la Ciudad y del País. Y todos siguen al detalle toda información aparecida en los periódicos, radio o tele.
Eso de la huelga de periodistas y la prohibición de ilustrar con imágenes las noticias se lo ha inventado por completo. Lejos de estar acabada, la tele se encuentra en la cúspide de su éxito. Miles de millones de personas siguen con los párpados grapados a la pantalla todo lo que de ella sale sin rechistar. Lo que dice es moda y lo que olvida, prehistoria. Aunque esa misma mañana hubiese sido el último grito.
¿Una huelga de periodistas en pos de la verdad? Jeje. Eso nunca se vio y dudo mucho que algún día lo veamos.
Pero mucho mucho que lo dudo.
Durante su época de estudiante, Eric había sido miembro destacado del Consejo de Alumnos y junto a Rui y Antonio, pasaba los días y las noches enteras hablando de Política. Rui y él proclamaban sin reparo sus ideales progresistas mientras que Antonio se limitaba a destrozar todo eslogan o programa político sin importarle de quién fuese. Sus argumentaciones eran un gran espectáculo.
Todo lo que ha pasado durante el sueño lo tendría escondido en su cabeza. Tan bien guardado que ni él mismo lo encontraba o simplemente disperso en pequeñas piezas de un puzzle imposible de formar durante su vida despierta.
Aun sin ser Psicólogo, creo que si todo ha salido a flote se debe al clima político sin precedentes que todos vivimos y por las ganas de volver a juntarse con sus amigos. Puesto que a pesar de mantener la relación con Antonio, con Rui la tenía prácticamente perdida.
De momento lo dejaremos aquí y seguiremos con la historia. Durante los capítulos siguientes procuraré narrar de la mejor manera posible todos los hechos que ocurran hasta las Elecciones. Momento en que termina mi contrato de trabajo. Vaya, suena bien: Mi contrato de trabajo… Jeje.
Además de seguir esclareciendo cosas del sueño, claro.
EL DESPERTAR
- ¡¡El hijo!! Grita el Doctor Bauss incorporándose automáticamente en su cama.
Tras esos primeros segundos de tontera típicos del despertar, Eric consigue acompasar espacio y tiempo. Permitiéndole comprobar que se encuentra en su dormitorio, que es más o menos la hora a la que siempre se levanta y que para su sorpresa, su mujer no se haya a su lado.
Extrañado, la busca recorriendo el cuarto con la mirada. Y allí está. De pie en el extremo más alejado, cerrando la bata con sus manos, con la espalda pegada a la pared y, a juzgar por la expresión de su rostro, buscando nerviosamente lo que sea por todo el cuarto para defenderse.
- ¿Qué pasa? Pregunta Eric asustado.
- Que ¿qué pasa? Que ¿qué pasa? Exclama temblando de miedo. ¿Se puede saber qué haces que llevo diez minutos intentando despertarte y no he podido?
- ¿Cómo?...
- Eric, ¡¡ha sonado dos veces el despertador y tu solo reías, gesticulabas y dabas puñetazos y patadas al aire!!
En este momento Eric, que sigue sentado en la cama con los brazos colocados detrás del cuerpo y dejando caer todo su peso sobre ellos, siente un frío que empieza en la espalda y le recorre por todo el cuerpo. Está por completo sudado y desarropado. De hecho, toda la ropa de cama se encuentra en el suelo.
- ¡Anda! Ve a ducharte que vas a llegar tarde.
Entumido, Eric obedece y se dirige hacia al cuarto de baño mientras Anne, que aun no se fía mucho, recorre el perímetro en sentido contrario para mantener en todo momento la misma distancia con respecto a su marido. Una vez este dentro del baño, procede a quitar las sábanas.
- Madre mía, se dice para sí misma, pero si ha calado hasta el col…
- ¡¡BUHH!!
- ¡¡Ah!! ¡¡Pero serás…!!
Y lanza sin mirar ambos brazos en todas direcciones logrando arrear una buena colleja a Eric, que había vuelto sibilinamente del baño para asustar a su mujer, quien ahora si puede descargar toda la tensión acumulada durante esos largos diez minutos.
Eric rápido gana el baño y consigue cerrar la puerta antes de llevarse otra, puesto que Anne le había perseguido armada de despertador y bote de insecticida con un propósito claro.
Ya en la ducha, Eric repasa todo el sueño. No quiere olvidar ni el más mínimo detalle. Repara en que había resuelto, o al menos encaminado, el asunto de los terrores nocturnos, en que le duelen
terriblemente las mandíbulas, las palmas de sus manos están señaladas con sus propias uñas y que una palabra resuena claramente en su cabeza: Demofagia.
Al bajar a la cocina encuentra a Diana de pié delante de los fuegos calentando leche, Anne espera al lado de la tostadora y Amy ya desayuna sus cereales de siempre sentada en la mesa. Esta al verle esboza una sonrisilla mientras niega con la cabeza. Prueba de que Anne ya había puesto al corriente a toda la familia de su última peripecia.
- ¡¡Buenos días a todas!! Saluda sonriente Eric como si fuera el día de su cumpleaños y viera una montaña de regalos.
Pero no es una montaña, son solo tres. Besa a su regalito pequeño y toma asiento. Una vez todo preparado los cuatro toman el desayuno como habitualmente hacen.
La cocina está dividida en dos partes: la zona de trabajo y el office. Una pequeña barrita, continuación de la encimera, separa ambos ambientes.
El office da cabida tanto a la mesa con cuatro sillas dispuesta en el centro, a un cómodo tresillo de madera de los llamados “rinconeros”, una mesita baja a sus pies y un revistero. El amplio ventanal deja entrar toda la claridad del día, templando así el ambiente y permitiendo evitar encender la luz hasta la noche. Las paredes están adornadas con cuadros de bodegones y escenas bucólicas.
Al fondo de la zona de trabajo se ve la puerta de salida al jardín y, entreabierta, la de la amplia despensa. La cocina comunica directamente el salón con el patio y a través de aquel, el pasillo de entrada y la puerta principal. Al poco de comenzar el desayuno, Amy mira discretamente a su madre y sonriendo dirige una pregunta a su padre, que en estos momentos, reparte embobado la mermelada por toda la superficie de la tostada de una manera uniforme:
- Papá... ¿Quién es James Nock, aprendiz de tiburón?
Este le mira sorprendido y las tres empiezan a reír a carcajadas.
Anne, deja de reír como puede y le explica representando con los brazos que en pleno sueño hizo un gesto con todo el cuerpo y se puso de rodillas sobre la cama, agarró la almohada y mientras la estrangulaba y vapuleaba gritaba: ¡Toma James Nock aprendiz de tiburón!! ¡¡Que te jodan a ti y al Business!! Para al segundo retomar su apacible pose de niñito dormidito que no ha roto nunca un plato.
El Doctor Bauss que, helado, conserva el cuchillo apoyado en la tostada, rompe también a reír uniéndose así a su familia.
Tras el desayuno este se ofrece para llevar a Amy al Instituto, puesto que hoy podía llegar un poco más tarde a la consulta. Su hija, loca de alegría, accede.
Durante el camino hacia el Instituto padre e hija fueron hablando de esto y de aquello. Eric le pregunta que qué tal las clases, los compañeros… a lo que Amy solo respondía que muy bien. Eso sí, dentro de poco comenzarían los parciales y al ser los primeros exámenes en el Instituto, pues estaba un poco nerviosa.
Eric sonríe alegre. Le dice que se esfuerce como siempre ha hecho y que luego ya saldría la nota. Si era buena, bien. Y si no, tampoco pasaba nada puesto que el examen que hay que aprobar es el final.
- Aprovecha los parciales para aprender cómo se hacen los exámenes en el Instituto, le aconseja cariñosamente, y luego ya irán cayendo todos por su propio peso.
Al llegar al garaje de la entrada subterránea del Instituto y ver el trasiego de coches, padres e hijos, recuerda el suyo. O eso intenta, porque obviamente no se acuerda. Lo que sí recuerda es la Universidad. Deja a su hija bajar del coche y tras lanzarle esta un beso, sale corriendo al ver que sus amigas le llamaban con grandes aspavientos desde la puerta. Una vez a su altura, Eric prosigue la marcha sonriente.
Aprovecha el camino para volver a hojear su sueño. Lo conserva en la práctica totalidad. Se concentra para ver si realmente esta todo, si nada o por lo menos la más mínima información, se ha escapado al limbo. Las conversaciones con Julius, con Antonio, con Rui… sus razonamientos y conclusiones. Una vez todo a salvo en su memoria, pasa a formar parte de sus recuerdos. Como si lo hubiese vivido.
Todo es un sueño, excepto el asunto de Ciudad Subterránea. Que más bien es una pesadilla.
Yo no pisaba la ciudad desde hacía más de diez años. Los primeros cinco estuve en calidad de fugitivo y los últimos, en cantidad de penales. Una vez saldada mi cuenta con la sociedad y cumplida mi condena, en la puerta de la cárcel, no sabía muy bien hacia dónde ir. Y decidí ir a visitar a mi madre.
Volver al barrio. Cuando me vi obligado a constituirme en fugitivo de la Ley, ya llevaban tiempo las obras de enterramiento de las vías de comunicación bajo la superficie. Prácticamente, todas las grandes Avenidas, calles principales y transportes públicos eran subterráneos. Únicamente los autobuses de turistas y los tranvías solares sobrevivían al aire libre. Cosa que realmente era agradable. Solo zonas verdes.
Pero lo que vi cuando bajé del autobús en la Central no lo esperaba. Estábamos bajo tierra. Pero no solo eso, sino que llegamos después de más de una hora de camino en un túnel. Un Centro Comercial con 10 niveles en negativo rodeaba todo el recinto que tenía otras 5 plantas encima también subterráneas donde llegaban y salían trenes, metros y autobuses hacia todos los rincones.
Al principio pensé que el tema del Centro Comercial seria producto de encontrarse allí la inmensa Estación Central. Pero luego en el metro, para mi espanto, veía que las paradas estaban atestadas de tiendas y llenas de gente. Una vez en la mía, lo que antes era la estación más olvidada del mundo entero, era otro Centro Comercial con 5 niveles negativos y otros dos más de parking.
Entré como por ensueño y cuál fue mi asombro al ver no solo miles de personas allí dentro, sino que comunicaba con la siguiente parada. Dentro había hipermercados, supermercados, tiendas de todo tipo, un ambulatorio, talleres mecánicos… conté también seis guarderías, cinco colegios y tres Institutos.
Todo el barrio se eleva sobre otro subterráneo.
Recuerdo cómo salí corriendo de allí como si me faltase el aire. En superficie no vi a nadie. Vacío. Desierto. Ni tan siquiera había calzada. Un parque la había sustituido. Seguí por la acera más por instinto que por necesidad y tras dejar atrás varios escaparates reparé en uno en particular que me pareció curioso y comprobé que no había tienda; era solo la vitrina con unas estanterías exponiendo los productos ofertados.
“Esto y mucho más en el nivel – 4 del Centro Comercial…”
Necesité leer esto tres veces para poder creerlo. La Ciudad que “se ve” ahora no es la punta del iceberg como decía Eric. Sino, en su totalidad, un puto hormiguero. Y por uno de sus túneles se dirige ahora mismo el Doctor Bauss hasta su consulta en el silencio de su coche.
Realmente va muy contento. Puesto que acaba de darse cuenta de que comienza un nuevo capítulo en su vida. Al verse en su sueño abandonado por su familia o al revés, lo que le condujo de manera irremediable a aquel pasillo del terror, que logro retomar la relación con Rui y que había puesto en orden tantas ideas dispersas, ve claro que tiene que aprovechar todo esto y, por supuesto, disfrutar de su “recuperada” familia.
Respira aliviado y feliz de no haber tenido que esperar a perderla de verdad para darse cuenta de que es su mayor tesoro. Toma la salida correcta del Túnel Norte hacia su edificio. Al subir los tres niveles que separan su planta de la entrada del túnel, llega a la barrera del nivel -2. Pasa su identificación por el lector y acompañado de unos “Buenos Días Dr. Bauss” ve el paso franco.
Tras aparcar en su plaza, acude al kiosco donde Didier, siempre con su gorrilla de cuadros, le tiene preparado el “Citizen”. Este disimula el hecho de que pasaba más de media hora desde que debería haber llegado Eric, y saluda como de costumbre:
- Buenos días. ¿Todo bien?
- Mejor que nunca, responde sonriente Eric.
Una vez con el periódico bajo el brazo se encamina hacia el ascensor. No avanza dos pasos y da media vuelta. Didier estaba ya de espaldas colocando unas revistas por lo que se asusta al ver de nuevo a Eric.
- ¿Sí? ¿Pasa algo?
- No, no tranquilo, se apresura Eric. Solo quería saber si a partir de mañana podías resérvame también el Business.
- Sin ningún problema, dice aun con el susto en el cuerpo. Mañana tendrá los dos periódicos a su hora de siempre.
Eric da las gracias a un Didier que ya si recupera su sonrisa. Este, más preocupado de tener ordenado su kiosquillo, tarda en caer en por qué querría los dos periódicos. Pero como al fin y al cabo va en su beneficio, lo deja correr. Y no acaba aquí la cosa, pues uno debería estar en la Luna y el otro cerca de Plutón, ya que hoy es viernes y mañana será sábado. Y si Eric no trabaja los sábados, mucho menos Didier.
Para cuando quieren darse cuenta de esto tanto el uno como el otro, ya median muchas plantas de distancia. Y a cada momento, otra más. Y así hasta que el ascensor llega al piso 48, donde el Doctor Bauss tiene su consulta.
El edificio se encuentra en el Nuevo Distrito Financiero. El Antiguo del Nuevo se diferencia claramente por sus estilos. En el Nuevo las fachadas lucen un ladrillo rojizo visto horadado por ventanales rematados con un elegante arco, mientras que el Viejo está ocupado por gigantescos
rascacielos que son más enormes espejos delante de los cuales el cielo se pone bien el Sol por las mañanas, las Estrellas y la Luna por las noches y de vez en cuando se prueba alguna que otra nube, que importantes sedes de las mayores compañías no ya de la Ciudad o del País, sino del Mundo entero.
Una vez abiertas las puertas, Eric despide a sus nuevos compañeros de expedición en la ascensión (ya que siempre subía con los mismos) y se dirige a su consulta. Alcanzando la puerta de un solo salto para ni pisar esa moqueta de ese pasillo que tanto le había hecho llorar hacia escaso rato.
Lástima no poder escalar de verdad la fachada y dejarse de oscuros ascensores y peligrosas puertas cerradas.
El alivio que siente al accionar el picaporte, comprobar que la puerta abre y ver a Mary desplegando su enorme sonrisa de siempre es indescriptible. Y no por que no pueda hacerlo, sino porque prefiero destinar este tiempo para describirle a ella.
Mary Sinclair comenzó a trabajar como ayudante de Eric a la edad de 25 años, hacia ya diez de esto. Justo cuando yo tuve que abandonar la ciudad, ella llegó. Cruel destino. Y durante todo este tiempo, lejos de haber ido perdiendo belleza o su sonrisa el frescor de la juventud, no habían si no aumentado.
En su 1,80 de estatura encuentran cabida unas largas piernas siempre bien rematadas con una zapatillas bajas para no destacar aun más, una estilizada figura fraguada en un molde que inmediatamente después fue roto y ya en su risueño rostro, dos verdes ojos, una respingona nariz y una interminable sonrisa que ojalá fuese hamaca para poder echarme en ella a siesta para toda la vida.
Todo esto coronado con una larga melena que casi siempre suele recoger en una coleta o un gracioso moño al que presta bien poca atención. Viste de manera informal. En realidad no había cambiado en nada su atuendo juvenil que conseguía combinando todo con todo sacando el mayor partido posible a la ropa normal y corriente sin ni mirarse en el espejo antes de salir de casa.
Vive en un pequeño apartamento del Casco Antiguo que comparte con una amiga, Marine, con quien vino en busca de aventuras a la Gran Ciudad. Y aquí se quedaron. Y con Zarpa, claro. Licenciada en Historia del Arte. Carrera que estudió como ella dice “por amor a la Historia y pasión por el Arte”. Pero nunca con miras a ser profesora. “¡Los jóvenes de hoy están todos locos!” Solía decir también.
Y huyendo de los jóvenes, empezó a trabajar para un Psicólogo. (Caprichoso sino) Tiene siempre los cajones de su escritorio llenos de libros de sus temas favoritos. Pero sobre todo de uno en particular: La Prehistoria. Época de la humanidad que le fascina en cualquier sentido.
- ¡Buenos días Eric! Saluda como siempre. ¡Vaya!! Hoy se te han pegado las sábanas ¿eh?
Pregunta con su sonrisa.
Eric, al que precisamente no se le habían pegado las sábanas, se limita a saludar y explicar que había acercado a su hija al Instituto. Mary, una vez satisfecha su curiosidad, retoma su librito. Es una agenda que anuncia todas las actividades del Museo de Historia de la Ciudad.
A pesar del retraso acumulado, Eric no llega tarde a su primera cita. Puesto que acostumbraba a acudir una media hora antes para poder leer el “Citizen” tranquilamente. En este momento, cae en la cuenta de que su sueño había asociado el atasco perpetuo que nunca recordaba hasta que ya era demasiado tarde, a la lectura del periódico.
Sentado en su sillón, se fija en otro suceso del sueño. En concreto cuando la imagen de Antonio jugando al basket se le aparece en el pasillo antes de volverse todo loco. Antonio bota, lanza, falla… él recoge el balón e imita los movimientos de su amigo. Ataque y defensa. Luego al revés… y lo asocia al juego político. Unas veces atacan unos y defienden otros y luego será al revés.
- ¡Pero el resultado es lo de menos! Exclama Eric. Al final de cuentas su posición de dominio está asegurada. El Poder es suyo. ¡Solo ellos pueden jugar!
Tras esta reflexión, toma el periódico que había dejado sobre el escritorio y doblado de manera que escondiese el titular. Sonríe al ver que lo mismo que experimentaba en el coche durante los atascos, lo sentía durante la lectura del periódico.
Solía cabrearse por lo que había dicho o hecho este o aquel político. Se sentía “atado” al no poder poner solución a las “sinvergüencerías” de unos y otros. Palabras textuales.
Pero hoy es distinto. No está ni molesto ni enfadado. Todo lo contario: está exultante. Radiante al saber de sobra lo que se iba a encontrar nada mas leer el titular y las cuatro columnas de opinión. No le hacía falta abrirlo. Por este motivo, con los ojos cerrados lo desdobla y abre justo por la mitad. Con el dedo índice pasa un buen puñado de pliegos de manera que cuando solo quedan dos libres de su prensa, tira dejando a estos últimos lejos de sus hermanos que habían ido a dar al cubo de reciclado de papel de un certero ademán.
Acto seguido, cierra lo que queda de periódico y sin abrir los ojos lo dobla varias veces sobre sí mismo. Desde su sillón abre las puertas inferiores de una de sus vitrinas y ahí lo mete. Inaugurando así su hemeroteca particular. Una que nunca “cierre por reformas”. Ahora sí, sin atascos mentales de por medio podía seguir a lo suyo: atender a su primera cita y, claro está, seguir con su investigación.
Esta llama puntual a la puerta y aprovechándose del permiso del Doctor Bauss, entra. Saluda y sin perder tiempo entran en materia. No sin antes pedir a Mary que si alguien llamaba para ver si iría al Restaurante a almorzar, confirmase directamente la cita.
La mañana está tranquila a pesar de avecinarse el fin de semana. Mary canturrea contenta mientras hojea la agenda cultural.
Llega la hora de comer y nadie había llamado. Mary le informa que saldría a almorzar y de la ausencia de llamadas durante toda la mañana. Eric duda. Era raro que no hubieran llamado. Siempre es él quien se tiene que excusar para no acudir todos los días al Restaurante. En vez de esto, el Doctor Bauss, acostumbra a comer en el restaurante del edificio, puesto que solía estar medio vacío, no tenia que andar cogiendo el coche y con el tiempo ganado, ponía al día y pasaba a limpio sus notas.
No obstante, y con un poco de reparo, se dirige hacía el Restaurante. A ver a la panda.
Tras el desplazamiento sin incidentes en ninguna de las distintas etapas de que consta, Eric llega al Restaurante. Donde están todos. Al verle atravesar el salón sonríen y le invitan a sentarse en su silla. Que siempre tenía a pesar de no acudir casi nunca.
La “panda” del Restaurante no es un grupo cerrado, sino que su número varía según el día. Lo que no impide que tenga, por llamarlo así, un núcleo duro. Este núcleo duro lo forman John Spencer, Enzo Canella, Frank Blanchet, Hans Schumann y Rui da Costa.
Eric, como todos sabemos, conoce a Rui de la Universidad. Y este a su vez conocía a John de haber compartido piso y apuntes durante aquella época. A quien tanto le debió gustar el ambiente que nunca lo abandonó del todo, pues ahora es profesor titular de Derecho Penal en la Universidad de la Ciudad.
Enzo y Rui se conocen por motivos profesionales. El bufete de este se encarga de los asuntos legales de la empresa para la que aquel trabaja, dedicada a negocios de importación y exportación. Enzo es el enlace con el gabinete jurídico además de realizar un sin fin de otras funciones en la compañía de la que es un importante ejecutivo.
Frank y Hans fueron en su día compañeros de Enzo cuando este trabajaba en la tercera empresa de Obras Publicas del País. Este marchó a su nuevo destino y aquellos, a la competencia. Pero poco duro su condición de ”traidores” puesto que la segunda y la tercera se fusionaron devolviendo todo a su sitio. Bueno no todo, ahora trabajan en la empresa numero uno como ingenieros que son.
Como decía el número de comensales fluctúa, pero estos cinco son fijos en las sobremesas.
El mínimo instante que la llegada de Eric corta la conversación basta para saludar. Un segundo después, todos vuelven al tema del día: Política. Eric busca auxilio en el centro de la mesa, pero no encuentra más que una botella de tinto, otra de agua, sal y pimienta. Nada de huchas.
Ahora le hubiera venido bien.
Llorando Eric la ausencia de esta, escucha una pregunta. Y no solo eso, también todos callan. Alertado, mira de reojo y comprueba que se ha convertido en el centro de atención. La pregunta es: “¿a ti que te parece?”. La respuesta no es ninguna. Le habían pillado en claro fuera de juego.
Por un segundo baraja varias posibilidades. Pero como todas eran lanzar una moneda al aire con resultados… temibles, prefiere reconocer que no se estaba enterando de nada. Todos sonríen menos Frank, quien había formulado la pregunta. Tras disculparse, le pide por favor que le pusieran en antecedentes.
- ¿Pero cómo? ¿No has leído hoy el periódico? Se extraña este.
- Claro que si, interviene Rui, pero eso fue esta mañana…
Todos ríen al ver cómo hace gestos dando a entender que esta mañana era poco menos que la Edad de Bronce.
- Pues mira, retoma Frank la palabra. Por lo visto, el actual Responsable de Industria está muy bien colocado para pasar a ser el nuevo Responsable de Asuntos Internos tras las Elecciones.
- “Mejor para él”, piensa Eric que atiende punto por punto.
- Esto, según el Citizen, continua Frank hablando también para toda la mesa, es una buena noticia puesto que nadie pone en duda sus capacidades… etc, etc.
Concluye.
- Eso si ganan, ¿no? Objeta Eric ya entonado.
- ¡Claro! Responde Frank. Ahí esta el tema. Mientras que el Citizen abre hoy con el “futuro Responsable de Asuntos Internos”, el Diario de la Mañana, entrevista al “hombre fuerte” del actual Ejecutivo. Y no solo no pone en duda que seguirá siéndolo, sino que ambos periódicos de manera
clara dan a entender que todo va a ser un paseo y ya se pueden hacer apuestas para ver cómo se repartirán las carteras.
- ¿Eso han publicado hoy? Pregunta Eric sorprendido causando asombro a sus contertulios puesto que nadie duda que el Doctor Bauss lee el Citizen cada día como de que mañana volverá a salir el Sol por el Este. ¡¡Que poca vergüenza!!
Todos coinciden en que no es un comportamiento normal. Menos aun cuando de entrada todas las encuestas arrojaban claros resultados de que la cosa iba a estar muy reñida.
- He escuchado en la radio, interviene John leyendo el menú, que todos los partidos de la oposición van a emitir un comunicado instando a ambos diarios a que se expliquen antes de poner el caso en manos de las autoridades por claro intento de asalto a las urnas.
- Y muy bien que hacen, dice Rui. Una cosa es manifestar su adhesión a una ideología o partido por su parte, independientemente de que eso este bien o mal, y otra muy distinta “decir” puesto que aunque no esté publicado, lo dicen, que lo tienen ganado.
Aprovechando que el camarero se acerca a la mesa para ver si ya tenían hecha su elección, les pondré en antecedentes para que no les pase como a Eric.
A día de hoy, el Partido que ostenta en Gobierno Central es el “Partido de la Libertad” que tras las últimas Elecciones consiguió por segunda vez consecutiva la mayoría suficiente para formar Ejecutivo.
Durante toda la legislatura al no gozar de mayoría absoluta y no formar Coalición de Gobierno, se las había visto y deseado para obtener los votos necesarios de los otros grupos políticos. Pero a trancas y barrancas y tras dejar en el camino un reguero de favores que mejor no saber cómo los saldarán, iba como buenamente podía realizando su función.
El Partido de la oposición es “Ley, Pueblo y Orden”, grupo de ideología claramente conservadora y hacia el que tanto Eric ni el núcleo duro de la panda albergan ya no una micra de cariño, sino un átomo de respeto. El resto de grupos políticos se iban repartiendo los escaños que iban olvidando aquellos por el camino. Tocando unas veces más a unos y otras veces, más a otros.
Pero lejos de ser los desheredados de la Democracia, en realidad son los que más tajada sacan. Los dos Partidos mayoritarios preferían gobernar ellos solos y no andar con amiguísimos, lo que en resumen es una tontería porque al final todos se rascan las espaldas a todos y por cada mano una escoba pero la casa, lejos de estar cada vez más limpia, lo que cada vez esta más llena de mierda.
Como veis, a mí tampoco es que me encandile la Política ni nada que tenga mínimamente algo que ver con ella. Yo soy de la calle y en la calle no hay ni mañana ni pasado mañana, solo hay hasta dentro de un rato y siempre que te andes con mucho ojo, por lo que los favores... digamos que ni a tu padre.
Hecha la elección y ya correctamente servidos, continua la conversación.
- ¿Sabéis qué es lo peor de todo? Pregunta Enzo. Que mañana es posible, que en vez de retraerse y abrir con editoriales tranquilizadoras, lo mismo se envalentonan y se lía más gorda.
- Esperemos al Business, interviene Eric sorprendiendo a todos.
- ¿Cómo? Pregunta de nuevo Enzo. Aunque más bien se le escapa.
Todos miran expectantes a un Eric que ya se arrepiente de haber abierto la boca.
- Eso, que esperemos al Business, reitera. Dependiendo de lo que titule sabrán qué hacer uno y otros.
Y vuelve a centrarse en su plato, del que tampoco se había desconcentrado mucho que digamos.
- Explícate, pide John. Aunque podía haberlo hecho cualquiera de las otras cinco caras expectantes.
- Veréis, comienza Eric tras engullir el bocado, hoy es viernes ¿verdad? Y hasta mañana sábado no habrá otro mitin importante de precampaña para tener algo que tirarse a la cabeza durante todo el domingo. No penséis que lo del comunicado, (continúa volviendo a clavar cuchillo y tenedor en el filetazo) estará listo hoy. Como poco para mañana sábado. Lo que obligará a, independientemente de lo que diga, publicarlo el domingo. Pero el domingo ya está “reservado”.
Todos siguen su explicación con la boca abierta.
- De manera que, retoma tras cortar el nuevo bocado, solo hay dos opciones: O bien, el Business pasa del tema y espera el comunicado o, sencillamente empieza la guerra. Así, con la tinta aun fresca pueden desde primera hora unos y otros sacar las pinturas y cavar trincheras porque por la noche, empezará la campaña de verdad.
Eric da por concluida la explicación y vuelve el silencio a la mesa. Todos se miran entre ellos y a Eric. Este solo mastica y rellena su copa con agua mineral.
- ¿Y de qué dependerá que el mitin del sábado sea de precampaña o no? Pregunta Hans tras unos segundos de pausa común.
- Pues de sí es el momento justo o no, responde Eric con toda la tranquilidad del mundo. La precampaña y la campaña están diseñadas con tiralíneas. Todos saben qué hacer para llevarse el gato al agua. Quizá sea el momento justo para guardar los mistos y sacar las balas o quizá sea pronto. Eso no lo sé, confiesa encogiéndose de hombros, lo que sí sé es que bravuconerías y tirones del estilo no van a faltar de aquí a dos meses. La cosa estallará mañana, o el sábado siguiente o al otro.
Dicho esto, el Doctor Bauss siguió con su almuerzo como si tal cosa y al no ser interrogado en ningún otro aspecto, cerró el pico y hasta que no se levantaron todos, él tampoco lo hizo.
Ya en el guardarropas, Rui se le acerca serio:
- Eric, ¿estás bien?
- Sí, ¿por qué?
- No sé… te he visto raro, continua susurrando.
- ¿Raro? Pregunta frunciendo el ceño.
- Sí, bueno... no sé.
- ¿Por qué no parecía yo? ¿Porque hoy no he estado a verlas venir?
Esto es justo lo que estaba pensando Rui y al ver que Eric le había pillado, no sabe cómo explicarse. Eric acentúa su gesto serio. Obviamente está de cachondeo. El núcleo duro se hace el remolón en la
puerta. Ninguno quiere salir. Como si no quisieran volver al trabajo. Eric pellizca a Rui y sonríe abiertamente. Esto obliga a su amigo a repetir el gesto. La despedida cae por su propio peso:
- ¿Te hace un café? Le pregunta disimuladamente.
- Sí, pero rápido. Tengo que volver al bufete.
Al andar con la hora un poco justa, Eric le cede el mando. Rui insinúa que podrían ir a la Cafetería del Restaurante, que se encuentra justo arriba. Y como si fuese para subir de la planta baja al primer piso, los dos amigos, toman el ascensor. Solo que es para dejar el nivel -4 y pasar -3.
Entran en la cafetería que según la disposición y estilo de la misma, parece una sala contigua al salón del Restaurante.
Local que están pisando. En la entrada se encuentra a la derecha el obligado guardarropa, a la izquierda, disimulados, los servicios, y en el centro de la vista la puerta de entrada al salón. Este, en su redondo contorno da cabida a una serie de mesitas dispuestas por el centro ocupando la práctica totalidad del mismo y al fondo a derecha e izquierda dos barritas atendidas por tres o cuatro camareros que tanto toman los pedidos como los sirven en la propia mesa.
Un agradable piano suena y otro enorme adorna. Eric y Rui se sientan en la mesa que parece más apartada del resto.
- ¿Bueno qué? ¿Me vas a decir qué te pasa?
- ¿A mí? Nada.
A Eric se le escapa una sonrisilla.
- ¿De verdad que no has leído hoy el Citizen? Pregunta Rui muy extrañado.
Eric solo incrementa su sonrisa.
- Y de dónde has sacado todo eso…
Ahora hace un educado gesto con la mano dando a entender que no le interesa ese tema.
- ¿Qué tal estás? Pregunta mirando fijamente a los ojos a su amigo.
- ¿Yo? Bien... Responde este apartando instintivamente la mirada. Bueno, algo cansado. Demasiado trabajo…
En este momento un chico les sirve los dos cafés.
- Tienes que empezar a tomarte las cosas con más calma amigo, le aconseja.
- Ya lo sé… admite Rui apesadumbrado. Pero hay mucho trabajo y todo corre prisa y hay que hacerlo bien. Como comprenderás.
A este punto, Rui repara en la cara de Eric. Este le mira fijamente con una gran sonrisa llena de cariño, y al reparar en el brillo de sus ojos, rápido lo comprende:
- ¡Has vuelto a escribir!
Exclama de golpe levantando mucho la voz para lo que en él es habitual.
Y los dos ríen.
- No, no Rui. Aun no, dice Eric que no puede contener la alegría. Pero voy a volver dentro de muy poco.
Rui no responde. Su gesto lo dice todo. Eric tenia durante todo el tiempo las manos sobre la mesa y Rui rápido se las estrecha con fuerza a la que vez que pronuncia tanto su sonrisa que a cualquiera se nos hubieran cerrados los ojos ofreciendo su parcela para que aquella se explayase a gusto.
- ¿Qué ha pasado? Pregunta curioso Rui.
- He tenido una idea, confiesa Eric algo avergonzado. Ya te contaré tranquilamente... no es algo que se pueda resumir en una frase.
Rui esta contentísimo y muy intrigado por saber qué era eso que se le había ocurrido. Que debía ser gordo para obligarle a retomar lápiz y papel. Por su parte Eric no dice nada, solo sonríe. En realidad, primero debe ponerlo todo en orden.
Poco a poco la sala se ha ido llenando de clientes, acercándose algunos peligrosamente a las mesas aledañas. Eric y Rui, como dos enamorados que se sienten siempre el centro de atención, se miran sin atreverse a profundizar en sus confidencias.
- ¿Te viene bien mañana?
- ¡Cuándo quieras! Grita Rui.
Este, al retomar el tema del tiempo, rápido consulta su reloj.
- Lo siento Eric, es tarde.
- No te preocupes.
- ¿Cómo quedamos? Pregunta Rui bebiendo de un trago media taza de café.
- Luego te llamo al despacho, ¿vale?
Tras volver al nivel -4 y tomar sus vehículos, cada uno vuelve al trabajo. Eric va pensando en quedar con Rui en “Promenade”. Pero claro, primero tendría que saber si existía de verdad.
Una vez en la consulta pregunta a Mary si tenían un callejero y esta sin dejarle terminar la frase, abre el segundo cajón y tras sacar tres o cuatro libros portados con estatuas y vasijas, lo encuentra.
Y como no reparando en que un plano bien doblado es un tesoro a conservar intacto, lo extiende encima de la mesa posando sin titubeos su bonito dedo en un punto en concreto. “Nosotros estamos aquí”. Eric, quien todavía busca el Norte para lo que había empezado por el Sur, rápido centra su mirada en el dedo de Mary. La carta muestra tanta información que realmente asusta.
- ¿Qué buscamos?
Pregunta Mary recorriendo toda la ciudad con sus inquietos ojazos.
- “Promenade”
- “¿Promenade?” No me suena.
Y no va mal encaminada la chica, puesto que no había nada en toda la Gran Ciudad de tal forma denominado.
Esto a Eric le importa bien poco. Pues es solo un nombre. En la Ciudad de los Parques habría seguro otro buen sitio donde primero quedar con Rui y segundo establecer su laboratorio. Identifica donde está su casa y la de Rui, hallando felizmente una mancha verde a medio camino.
- “Nieuwe Slauten”, lee en voz alta.
- ¿Mañana de Picnic? Sonríe Mary.
- Jeje, pues mira, responde Eric escapándosele la sonrisa, no sería mala idea.
- Va a hacer bueno, observa Mary. Eso ha dicho la radio.
- ¿Ah sí?
De repente suena el teléfono. Mary tras dejar que sonase dos veces, manía que tenia ella, responde con su cálida voz:
- Buenas tardes, consulta del Doctor Bauss. ¿Dígame?
Para al segundo borrar su sonrisa, poner una cara de asco increíble y ceder el auricular a Eric sin ni querer mirar. Este, cauteloso, lo toma y se lo acerca como si de una concha de mar se tratase. Ya sabéis, con el miedo de que el cangrejo salga y te muerda la oreja.
Mary, por su parte, aprovecha para levantarse y dirigirse hacia la puerta dispuesta a largarse de allí.
- Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero…
- ¡Vaya! Me siento muy halagado caballero, dice Eric al escuchar esto desde la otra parte de la línea. ¿Podría decirme su nombre o deberé pasarme toda la vida siendo amado por un desconocido?
Eric rompe a carcajadas.
- ¡Pásame a Mary! ¡¡¡Gilipollas!!!
Exacto. Antonio al aparato.
- ¿Qué quieres?
- De ti nada. Pásame a Mary ¡no te lo voy a repetir!
- ¿Ah no? ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a venir aquí?
Eric guiña un ojo a su ayudante. Antonio duda. Pues Mary tiene una sólida defensa: un stick de hockey hielo. Instrumento que domina después de años jugando y que ni decir tiene, de ingrato recuerdo para aquel.
- … estoy liado, responde por fin.
Eric sigue riendo escandalosamente. Mary no escucha la conversación completa pero puede seguirla. Tampoco pierde de vista el stick sonriendo al recordar la última vez que debió demostrar sus habilidades lejos de la pista.
- Oye, ¿quedamos mañana?
- Cuándo mañana.
- Por la tarde, especifica Eric.
- Imposible.
- ¿Imposible?
- Tengo cosas que hacer.
- ¿Cosas que hacer? ¿Vas a pegarte toda la tarde acostado a siesta?
- ¡Toda no hombre!
- ¿A las 19.00?
- … vale. ¿Dónde es eso?
- En “Les Rideaux”, responde Eric sin saber a ciencia cierta si seguía abierto o no.
- ¿Cómo? ¿Dónde Giuseppe? Pregunta Antonio muy extrañado.
- Sí ¿por qué?
- No nada, solo que me ha parecido curioso.
- ¿A las 19.00?
- Sí. Pero con la condición de que me pases a Mary.
- Espera, ahora hablas con ella.
Y cuelga.
Una vez pasado el peligro, muy despacito y mirando con recelo el teléfono Mary vuelve a su mesa. Eric huye despavorido hacia su despacho ante el mapa que había que doblar. Suelta la chaqueta en el respaldo del sillón y toma asiento. Repara en que no ha llamado a Rui. Da igual, luego lo haría. Está a punto de llegar su cita de los viernes a las 16.00: Julius.
Puntual como de costumbre y partiéndole el alma como siempre. Entra. Saluda con una media mueca a Eric que se encuentra en su sillón pasando las páginas del block y se encamina hacia el diván. Hacia su
izquierda. Se sienta en su sitio, en la parte que le deja justo frente al Doctor Bauss, adopta su pose habitual, centra su mirada en el suelo y aquí acaba la historia.
- Buenas tardes Julius. ¿Cómo está usted?
- …
Nada. Julius no mueve un músculo.
Eric tras esperar unos segundos apunta en su block la fecha, el número de sesión y una escueta frase. Si pudiéramos pasar las páginas hojeando las sesiones anteriores veríamos que estas están prácticamente en blanco. Para el Doctor Bauss este caso es sino el más extraño, se encuentra entre los tres peores a los que se había tenido que enfrentar a lo largo de toda su carrera profesional.
Su desconcierto le había llevado a consultar a un par de colegas suyos si conocían algún caso igual o parecido. Estos le confesaron que habían atendido depresiones profundas similares, pero que a las pocas sesiones lo individuos comenzaban a mostrar mejoría. Pero según les contaba Eric, nada parecido. Ni en la teoría ni en la práctica.
La sesión trascurre lentamente. Eric intenta por dos veces más iniciar una conversación. O una frase. O solo una palabra. Le pregunta y espera. Pero nada. Sus ojos permanecen fijos en la moqueta. Ahora los mueve. El Doctor Bauss cree que es una respuesta a su pregunta. Pero no. Julius clava su mirada en Eric, para al momento dejarla caer pesadamente del otro lado. Termina la hora.
Eric decide aprovechar la pausa para llamar a Rui. Cosa de la que quiere ocupase él mismo sin decir nada a Mary, quien observa todos sus movimientos. Estos le indican que se dirige hacia el teléfono. Mary coloca la mano sobre el auricular. Eric intenta disuadirle con un ligero gesto. Nada. Y es que el teléfono de la consulta es suyo. Visto el panorama, Eric toma la agenda que se encuentra sobre la mesa y busca el número del despacho de Rui.
Mary le reta con la mirada. Niega con la cabeza. Ella sabe todos de memoria, pero lo que no sabe es cual hace falta en este momento. Eric comienza a leer el número. Mary levanta el auricular y comienza a girar la rueda. Al cuarto numero…
- ¡¡Rui!! Grita loca de alegría olvidando lo que se trae entre manos. ¿Cómo está?
Eric se desespera. Mary termina de marcar el número sin quitar los ojos del Doctor Bauss que cierra la agenda para terminar pidiendo por favor el auricular. Mary espera la respuesta de Eric que se hace rogar. Mientras suenan los tonos, Eric disimula mirando por la ventana sólo para comprobar lo que ya sabe: que hace bueno, que la Gran Ciudad sigue en su sitio y que ninguna nube surca el cielo. Guiña un ojo a su sonriente ayudante nada más oír que alguien descuelga.
- Sí. ¿Hola? …
Saluda ocultando su malestar tras esperar cinco tonos y haber estado a punto de colgar. Un caballero que por la voz da muestras de ser joven responde dando las buenas tardes.
- ¿Podría hablar con Rui da Costa, por favor?
- No. Ha salido.
Responde el chico de una manera tajante. Esto sorprende a Eric y le deja algo desorientado.
- ¡Ah!... De acuerdo entonces.
- ¿Quiere dejarle algún recado? Propone servicial. Tiene que estar al venir.
- ¡Sí! Responde agradado Eric, que de nuevo iba a colgar. Y es que no le gusta mucho hablar por teléfono la verdad. Dígale por favor que mañana le espero a las 16.00 en el parque de “Nieuwe Slauten”. Soy el Doctor Bauss.
- … a las 16.00. ...“Niewe Slauten”… Dr. Bauss.
- Apunte que es en el parque, advierte Eric. En la superficie.
- ¿Cómo? Pregunta el chico extrañado. Ah, vale vale. Tranquilo, ya tiene el recado encima de la mesa.
- Muchas gracias.
- Buenas tardes.
- ¿¡Pero como está!?
Pregunta Mary en cuanto aterriza el auricular.
- Está muy bien Mary, responde Eric con un cierto tonito molesto. No te preocupes.
Eric vuelve a su despacho con la cosa de que quizás no reciba el recado y piensa llamarle más tarde a su casa.
Sentado en su sillón observando por la ventana las altas crestas de los rascacielos del Antiguo Centro Financiero y la inmensidad del azul cielo, se plantea qué sistema propondría él para sus 100 súbditos. Que tiene que ser nada menos que justo al tiempo que le permita conservar el Poder.
- ¿La Democracia?, piensa para sí mismo.
Por un instante cree haber hallado la respuesta correcta. Pero al segundo cae en la cuenta, deja caer la cabeza sobre las palmas de sus manos y encorvado, sonríe.
- No me lo puedo creer…
Tras el almuerzo con la panda, Enzo Canella volvió directo a su despacho.
En el ascensor había encontrado un par de conocidos y durante el trayecto habían gastado algunas bromas, lo que le permite llegar a su despacho de muy buen humor.
Al escuchar sus risas, Radjika, su secretaria, levanta la mirada del documento que en ese momento pasaba a máquina. Y la expresión de su rostro corta las risas de Enzo de golpe. De un gesto preocupado, esta le indica a su jefe que alguien le espera en el despacho. Y ese alguien es la única persona de este mundo que puede entrar en su despacho sin permiso: Su suegro.
Tragando saliva acciona el picaporte. El cual gira lentamente. Enzo hace girar la puerta muy despacito sobre sus pernios, ofreciendo una vista general de su despacho y a través del ventanal, unas vistas
inmejorables del Fuerte y brillando bajo el Sol, la Seulles, corriendo entre los rascacielos de la Gran Ciudad y las chimeneas del Cinturón Industrial.
Una panorámica bestial, creedme.
De pie, junto a una estantería atestada de regalos de los múltiples clientes visitados en el par de veces que Enzo había dado por negocios la vuelta al globo, se encuentra Pierre Roubain. El padre de su esposa. El abuelo de sus dos hijas.
Pierre Roubain es uno de los dirigentes de la Gran Ciudad. Como suena.
Después de haber pasado por todos los estadios del hombre hecho a sí mismo, conoce a todas y cada una de las personas que en este mundo hay que conocer.
Conoce la Ciudad mejor que cualquier taxista, todas las calles, todos los barrios, todos los tenderos, sus nombres, sus direcciones... todo. Pierre ha visto la Ciudad triplicar su tamaño. Sin importarle, pues él se ha sixtuplicado. Es más grande que la Gran Ciudad. Lo sabe todo y tiene la capacidad de decidir sobre cosas que solo un puñado de personas están censadas a decidir, y jamás sin ayuda.
Pero Pierre, lo hace él solo.
De pie, empequeñecido por el gigantesco despacho, la maravilla de ventanal y la joya de la ebanistería que es el escritorio de Enzo, observando el Sur de la Gran Ciudad y su Aglomeración, Pierre parece soñar con los ojos abiertos.
Enzo, temblando, intenta saludar cortésmente. Pero Pierre se le adelanta:
- Te voy a contar mi jornada, Enzo, se arranca Pierre sin despegar los ojos de la panorámica.
Su yerno observa en silencio desde la puerta esa figurilla recortada por la claridad de la ventana con las manos en la espalda.
- A las 6 a.m. me he despertado. Me he duchado y luego he desayunado. Huevos escalfados, dos stecks de ternera poco hechos, varias piezas de fruta, café con leche desnatada y un zumo de naranja recién exprimido. A las 7 a.m. he salido de casa tras despedirme de mi esposa con un beso en la frente. A las 7.30 el chofer me ha depositado en el... Gimnasio. Donde he podido probar la nueva mercancía de Madame Richelieu. A las 8.30 he llegado al trabajo. Y tras haber... ejem, repasado la agenda del día con mi nueva secretaria, he tomado otro café. A las 9.00 a.m., cuando esperaba tu llamada, en vez de eso, Li Xau, el Presidente de la empresa de sondeos y excavaciones más importante de este hemisferio me ha halagado con su chirriosa voz durante más de media hora. A las 9.37 a.m., cuando colgaba el auricular con la sola idea de llamarte para conocer porqué no me habías telefoneado, algo molesto, he de confesarlo, uno de mis hombres de confianza ha dejado un recado a mi secretaria. Este decía: “El gato no ha bajado del tejado”.
Ahora ya si, da la vuelta en dirección de Enzo. Se gira lentamente, desplegando una enorme sonrisa que da de todo menos ganas de reír:
- Y bien, lindo gatito... ¿Por qué no has bajado del tejado?
Enzo Canella, del castañeteo de sus dientes, no podría ni decir su nombre completo.
- Ve... verás...
- Acaso crees que sólo porque seas el marido de mi única hija a la que quiero más que a mí mismo, o el padre de mis dos únicas nietas, por las que estaría dispuesto a morir ahora mismo... ¿acaso crees, continúa con solo el torso girado hacía Enzo y las manos siempre en la espalda, que tú, puedes permitirte el lujo que nadie en esta Ciudad puede permitirse? ¿Desobedecerme?
Enzo, presa de una rabia enorme, una rabia que creía extinta en él, ataca:
- ¡Ya está bien, joder! Grita obligando a Pierre Roubain a dar completamente la vuelta y colocarse ya si cara a cara a su yerno que a grandes zancadas se acerca hacia el escritorio. ¡Ya te dije que lo dejaba!
- “Eso” no se deja Enzo, responde Pierre sin inmutarse. Ya lo sabes.
- ¡Me diste tu palabra!
- Difícil, yo no uso de eso.
- ¿¡Cómo!?
- Enzo... comienza a explicar con un tono paternal que acaba por cabrearle del todo.
- ¡No me hables así! ¡Sabes que no lo soporto!
Grita Enzo que comienza unas terribles idas y venidas por el despacho con los puños cerrados.
- Yo tampoco soporto que me dejes tirado.
- ¡Yo no te he dejado tirado!
- Explícate.
Concede magnánimo Pierre.
- En ningún momento accedí a volver, se defiende Enzo intentando disimular su enfado.
- En ningún momento te di la posibilidad de decir “no”.
- ¿¡Cómo!? Vuelve a gritar Enzo. Yo ya no trabajo para ti.
- ¿Qué?
- Como lo oyes.
- No juegues conmigo, chaval.
- Pierre...
- ¡¡Hé!! Yo fui quien te buscó este curro, ¿no?
- Exacto. ¿Y por qué me vi obligado a dejar el otro? Por tu culpa ¿no?
- Es posible, se encoge de hombros Pierre.
- Estamos en paz entonces.
- No.
- ¿Pero cómo que no?
Los dos contrincantes entienden que es mejor bajar la voz.
- Vamos a hacer una cosa: tú me ayudas esta vez y después te dejaré tranquilo.
- ¡No! Se niega Enzo. Porque sé que esto nunca terminará.
Pierre ríe escandalosamente. Enzo no se va a dejar hacer así como así.
- Además Pierre... hace 10 años que no disparo.
- Nunca te ha hecho falta.
- ¡¡Ya!! Se desespera Enzo. Contigo hay que ir armado hasta los dientes siempre. Tu chofer es francotirador de élite, ¡joder!
Ahora Pierre alarga su sonrisilla.
- Michael es mi más fiel aliado, explica orgulloso. Dispuesto siempre a alojar una bala en la cabeza de quien yo le diga sin importar la distancia. En mi mundo, Michael es como el cinturón de seguridad para cualquier otro.
- ¡Ya! Un cinturón de seguridad al que echaron de la Armada por loco, apunta Enzo negando con la cabeza.
- Se hizo el loco.
- ¿Y donde está la diferencia?
Pierre hace una mueca de agrado ante la pregunta tan interesante que propone su yerno. Enzo recoge las palmas de las manos que había elevado al cielo y se reafirma en sus gestos negativos.
- ¿Y qué me dices de tu equipo de guardaespaldas?
- Eso es otra historia, olvida Pierre con un simple gesto de la mano.
- ¿Ves? Se desespera Enzo. Tu mismo lo has dicho: Tu mundo. Yo ya no estoy dentro. He dejado toda esa violencia aparte. No la quiero más en mi vida.
Pierre adopta un rictus serio, muy serio. Observa gravemente a su yerno quien puede sentir la mirada de su suegro en sus carnes.
- ¿Se puede saber en qué novela policíaca de medio pelo has leído semejante gilipollez?
Enzo no encaja demasiado bien el golpe. Con el dedo índice apunta a su suegro:
- Pierre... me da exactamente igual. Me dais exactamente igual. Sabes que ya no hago eso. ¡¡Mira!! (exclama al tiempo que le invita a echar una ojeada a su alrededor, presentado su despacho como prueba) ¿De verdad crees que tengo necesidad de volver a ensuciarme las manos? ¿Eh? ¿De verdad piensas que voy a dejar todo esto, con lo que me ha costado salir... volver a esa mierda y solo por los viejos tiempos? ¡Dime!
Pierre se ve obligado a cambiar de estrategia. Toma aire y avanza lentamente hacia el sillon de Enzo. Apoyando codos y antebrazos en su respaldo.
- Enzo, continúa con la expresión y el tono entrecortado que todos ponemos al abrir un álbum de fotos de cuando éramos pequeños, recuerdo la primera vez que te vi. Recuerdo que nevaba. Yo estaba sentado en la parte trasera de mi coche esperando en una callejuela a que mis hombres hiciesen un recado en una de las licorerías de Joe Colmillos. Tu estabas refugiado en un portal, viendo cómo la nieve poco a poco subía hasta casi tocar tus rodillas. Temblabas de frío cuando viniste a mi ventanilla y me pediste fuego.
Desde el centro del despacho, Enzo sonríe.
- Justo en el momento de tocar la ventanilla, Rick, mi chofer de entonces, rápido echó mano de su revolver, dispuesto a salir y liquidarte. Yo con un gesto le di a entender que se estuviese quieto. ¿Y por qué? Pues porque tenía curiosidad por saber quien era ese bribón que tenía las pelotas de tocar la ventanilla blindada de mi coche.
Pierre hace una pausa. Queda mirando a Enzo. En sus retinas, Pierre está reviviendo ese momento como si fuese ahora mismo.
- ¿Sabes quien soy? Me preguntaste mientras bajabas la ventanilla, continúa Enzo sonriente. Pierre asiente emocionado.
- P. R., me respondiste.
- Exacto. Luego me preguntaste si no tenía frío.
- No mucho, me respondiste temblando como para desencajarte los brazos.
Los dos ríen.
- ¿Ah sí? (Risas) ¿Eso dije?
Pierre asiente. Y continúa:
- Después de eso te llevé al cuartel general. A la hora vi claro que eras un gran descubrimiento. Sencillamente no tenias miedo. De nadie. Estabas tan tranquilo aun rodeado de psicópatas. Reías y contabas chistes para no poder parar de reír. Estabas como en casa. Y no me lo invento, prueba de ello es que te convertiste en su líder indiscutible. Sin ordenar, te obedecían. Sin haberles salvado la vida, todos te la debían. Enzo... Tus dotes de organización mando son absolutamente naturales en tí. Eres capaz de organizar un ejército vencedor con la misma facilidad que yo me levanto de la cama. Gracias a ti pude concentrarme en el resto de actividades. Tú eras yo, pero no esperando en el coche, sino en primera línea de fuego. Lo nunca visto.
Durante el monólogo, Enzo se había ido aproximando hacía su escritorio, donde reposa las manos, quedando apoyado sobre él. Y mira a su suegro, quien no se había movido de detrás del respaldo del sillón.
- Pierre, interviene Enzo dulcemente. Recuerdo todo eso. Fueron buenos años. Pero no olvides que lo dejé. Sabes tan bien como yo que por mi culpa se desencadenó la peor guerra entre bandas de la historia de la Ciudad. Más de 500 muertos, Pierre...
Este, repitiendo el mismo gesto de hace unos momentos, olvida los hechos. Los olvida tan rápido o más que en su día hicieron los medios.
- Fue por eso que tuve que escapar. Fue por eso que tuve que cambiar mi nombre. Fue por eso que tuve que dejar mi vida. Olvidarlo todo.
- Tu vida no era tuya, Enzo... niega pesadamente su suegro.
- ¿Ah no? ¿También fuiste tú quien me consiguió el trabajo en Internacional de Obras Públicas?
- No.
- Pues claro que no. Es más fui yo quien lo ideó todo, ¿cierto?
Pierre mira severamente a su yerno.
- Dejémoslo en mitad y mitad, Enzo...
- Si tú lo dices... se encoge de hombros esquivando por unos segundos su mirada.
- Yo te enseñé el negocio... Enzo.
- Y yo te lo mejoré.
Las miradas de ambos se cruzan sobre el escritorio con la amenaza de prender fuego a todos los documentos que sobre él se encuentran.
- Yo te enseñé el mecanismo Pierre. Yo te hice ver que podíamos ejercer la extorsión y la especulación a todos los niveles. Desde la aprobación de planos, la adquisición de terrenos, la aprobación de presupuestos, la ejecución de las obras, la contratación de materiales, los permisos de la Concejalía, la venta y alquileres de viviendas, de locales e incluso a la hora del cobro de cheques, letras y alquileres.
Pierre observa a Enzo. Sabe que es cierto. Al igual que es mentira que ya no quiera ayudarle. Enzo está hecho para este negocio. Pierre se encoge de hombros y se defiende:
- Y yo conocía a quien había que conocer, apunta. ¿Ves? 50, 50.
Los ojos de Enzo estallan para al segundo calmarse.
- Como quieras. Me da exactamente igual. De todas formas te lo repito: no cuentes conmigo para este trabajo.
- ¿Y para los demás?
- ¡¡Para ninguno!! Hoy en día he conseguido mucho y no quiero volver a tirarlo todo por tierra. Mi nueva identidad no está manchada. Tus nietas llevan un apellido que no les traerá la desgracia ni el rechazo de nadie. Esa es mi única ambición a día de hoy. De verdad.
A Pierre solo le queda asentir y dar por perdida esta batalla. Pero para alguien como él, que no entiende más que de Guerra, una batalla no significa nada.
- ¿Las traerás al menos el domingo a ver a sus abuelos?
- Cuenta con ello, responde Enzo quien ya rodea la mesa dando a entender que se dispone a ocupar su puesto de trabajo. Pierre lo pilla y se encamina a paso firme hacia la puerta.
Mary entra después de la segunda cita para despedirse. Le desea un buen fin de semana, buen Picnic y le da recuerdos para su familia.
- De tu parte, dice agradado por el detalle.
- ¡¡Y a Rui también!! Añade rompiendo en carcajadas mientras cierra la puerta.
Se escuchan sus pasos dirigiéndose hacia la puerta como una exhalación y es que el fin de semana es demasiado corto como para andarse con tonterías. Mary abre la puerta de la consulta, sale al pasillo, cierra la puerta y se dirige hacia el ascensor. Directa al nivel -7. Directa al metro.
Eric queda solo en el despacho. Vuelve a repasar el sueño. Lo recuerda vivamente. Evidentemente lo coloca entre los mejor elaborados. Recuerda cuando de joven se fijaba en sus sueños. De su análisis obtenía informaciones realmente increíbles. “Útiles”, en una palabra. Pero poco a poco había ido dejando a un lado su “vida dormida” como él la llamaba, aplastada bajo el peso de las obligaciones.
Hoy ha sido un día raro para Eric. No ha tenido nada que ver con su rutina.
Desde el despertar, pasando por haber acompañado a su hija, almorzar en el Restaurante, el café con Rui… hacer inventario de todo esto le agrada y sonríe involuntariamente. Puede sentir el sueño. Puede oír todo de nuevo. Puede volver a razonarlo todo. Ahora siente algo nuevo: una energía en su pecho.
Su cuerpo vuelve a estar lleno a rebosar de un combustible que creía agotado. Lo que en otro tiempo le impulsaba: la escritura. El arte. Está convencido de todo lo que su sueño entretejió. ¿Pero cómo poner todo eso en pie? ¿Cómo demostrar todas las hipótesis que se le han presentado por su propia voluntad? ¿Cómo hacer para que la Demofagia alcanzase el nivel de Teoría Científica?
Lo primero que tengo que hacer es definir el problema en cuestión: “¿Cómo anulan los gobernantes a los gobernados?” Piensa Eric que no abandona en ningún momento ni la pose ni el estado de concentración sentado en su sillón de cara a la ventana.
Luego formularía una serie de hipótesis que permitiesen dilucidarlo. Dichos enunciados deberían ser demostrables, resistir los envites de la Ciencia y no naufragar cual barquito de vela, que puede ser muy bonito, pero en medio de la tormenta de poco sirve la estética.
Tendría que darle la consistencia necesaria para aguantar la larga travesía del espacio, puesto que la Teoría buscada no puede entender de fronteras y del tiempo, es decir, que perdurase intacta y no sufrir la erosión de tan corrosivo elemento. Eric ha de dar respuesta a dos preguntas que le hacen resoplar mientras repara en la hora: ¿Por qué se crean los símbolos? Y: ¿Para qué?
Cómo influyen en las personas. En nuestro día a día. Y cómo se vale de ellos el Poder para conservarlo. Para prohibir sin llegar a emitir Ley alguna, el cambio. Una vez todos los planos bien trazados, ya podría enunciar la Teoría de la Demofagia. Para explicar de un modo científico cómo el Pueblo, tú y yo, no somos más que el pasto del que se alimenta el Poder.
Eric se levanta pesadamente de su sillón. Y no es que esté cansado, es que es súper cómodo y nunca lo abandona de buen agrado. Comienza a recoger los cuadernos y dossiers que había utilizado durante las
sesiones. Los archiva correctamente y lo deja todo despejado. A la noche pasarán a limpiar y podría decirse que en su consulta casi ni hace falta. Satisfecho se pone la chaqueta.
- Pero ¿por qué habré soñado yo todo esto?
Se pregunta con una sonrisa en los labios mientras da un último vistazo a la Gran Ciudad, quien ya se ha colocado su vestido de noche. Viernes noche. No es una noche cualquiera. Con sus mejores galas da la bienvenida al fin de semana. Se distinguen altos edificios iluminados por aquí y por allá. Las estrellas, esperan.
El que no espera es Eric, quien quiere dar por concluido su primer día “después del sueño” y abandona la consulta en busca de su vehículo para dirigirse a casa. Hoy no vuelve tras una monótona jornada de trabajo, sino que lo hacía con una cita con Rui, otra con el sinvergüenza de Antonio, la alegría en el corazón de ver a Anne y Amy y, por supuesto, ese brillo en los ojos que su gran amigo adivinó a la primera mientras charlaban delante de un café.
Después de tanto tiempo.
CAPITULO I
A la mañana siguiente, cuando Eric baja a desayunar ve cómo Anne y Amy se preparan para salir.
- Buenas… ¿Donde vais tan pronto?
- ¡Hola papá! Vamos a la peluquería, dice su hija sonriendo.
- Vamos a pasar el día al Centro Comercial, explica Anne con un cierto tono apesadumbrado. Quiero aprovechar hoy porque esta noche me toca guardia…
- ¿Ah sí?
- Sí. Anoche no te dije nada porque hoy es un día de chicas.
- Día de chicas… repite Amy coqueta.
- ¿Y qué vais a hacer después de la peluquería?
- Iremos de compras, comeremos por allí y luego volveremos ya por la tarde, Informa Anne descuidadamente mientras pasa revista a su bolso ¿Y tú qué vas a hacer hoy? ¿Trabajar?
- No, dice Eric sonriente sorprendiendo a ambas. He quedado con Rui.
- ¿Rui? Pregunta Anne instintivamente. ¿Cómo está?
- Muy bien.
- ¿Y su mujer y los niños?
- Bien también, responde rápido Eric a pesar de no saberlo a ciencia cierta, al no tener tampoco noticia en contra.
- Dale recuerdos de mi parte, dice Anne sonriente al tiempo que coloca una mano en el hombro de Amy. A él y a su mujer. A ver cuando nos juntamos todos un día, ¿no?
- Justo se lo iba a proponer hoy, apunta Eric agradando a su mujer.
- ¡Adiós papi!
- ¡Hasta luego!
Y madre e hija salen por la puerta en dirección del Centro Comercial.
Ya en la cocina, Diana le da los buenos días. Diana es una más de la familia. Empezó a trabajar haría unos quince años y desde el primer momento se la consideró una más. Suele acudir por las mañanas y luego, dependiendo de los turnos de Anne, bien marchaba y volvía a la tarde o sino, hacia durante la mañana los recados, dejaba hecha la comida y ya libraba hasta el día siguiente. Excepto los domingos, que descansa.
Diana les ayuda a tener la casa atendida, puesto que a la hora de limpiar, cocinar o de hacer cualquier otra labor del hogar, todos colaboran. La principal preocupación de Eric y Anne era que Amy tuviese la comida preparada cuando volviese del colegio. Esto ya ha cambiado, pues el Instituto esta algo más lejos y come allí. Pues de las cenas podían ocuparse independientemente uno u otro.
- Hace un día buenísimo, dice Diana sonriente.
- Dijo la radio ayer que iba a hacer bueno, sí. Responde Eric que aun ni había mirado por la ventana mientras mete dos rebanadas de pan en la tostadora. Y lo voy a aprovechar, continúa, me voy al parque de “Nieuwe Slauten” con la bici.
- ¿Con la bici? Pregunta sorprendida Diana.
- Sí. A darme un buen paseo. Necesito tomar un poco el aire, explica Eric.
- ¡Qué bien!
- Comeré allí, así que no cocines nada, dice mientras se sirve un café bien cargado sonriendo a Diana. Si no tienes nada previsto de hacer esta mañana aquí puedes irte ya. Ya limpio yo todo esto.
Dicho esto, Diana agradece el permiso y dice que no, que está todo bajo control. Eric se sienta a esperar las tostadas. Toma el azucarero y se sirve sus dos cucharadas bien colmadas de azúcar, comenzando a remover con una cadencia inmutable, muy despacito, con la mirada perdida.
Solo se escucha el roce de la cucharilla en el fondo de la taza. Parece que Eric ha descubierto la velocidad justa para que se disolviese por completo y así dejar el café con leche en su punto justo de dulzura.
Secreto que se llevara a la tumba. No es para menos.
Esta pensando en todo lo que tiene que articular, todo lo que tiene que demostrar. Duda si tomar una punta de la madeja e ir tirando o si acometer la investigación por varios frentes distintos a la vez para acorralar a su presa y no dejarle oportunidad de salvarse. Si todo confluyese en un solo lugar, constituiría una prueba irrefutable.
Empezaría por establecer su nuevo laboratorio. Para ello destinaría toda la mañana a pasear con la bici por “Nieuwe Slauten” y luego explicaría a Rui todo lo que había descubierto. Pero claro, a ver cómo le explicaba todo. Cómo secuenciarlo. Darle un principio e ir desgranando mediante pasos lógicos de manera que el final, más que alcanzarle, apareciese tras eliminar las capas que lo ocultan.
Escucha un carraspeo. Es Diana que con una sonrisa en la cara y un plato con dos tostadas en las manos aparece de pié delante de él.
- Se te van a enfriar las tostadas, susurra.
Eric no responde. Solo baja la mirada de la sonrisa al plato, y al ser depositado este sobre la mesa, esboza una medio sonrisilla de agrado.
- Hasta el lunes Eric, que pases un buen find.
El Doctor Bauss, pese a ser un tipo simpático y afable, tiene otra característica que suele desconcertar a mucha gente, sobre todo a los que no le conocen bien: Su capacidad de concentración. Desapareciendo pese a estar a la vista. Su respiración se hace fuerte. Inspira menos veces, pero de una manera más marcada. Y ya puedes tirar un petardo a sus pies, que ni lo siente.
En absoluto consciente de nada de lo que le rodea, acaba con su desayuno cual autómata, lo deja todo en el fregadero y se encamina hacia el garaje a coger su bici. Abre la puerta y repara en que la bici no estaba para cogerla.
- Su puta madre... masculla derrotado.
Y sí. A pesar de que el cuadro está intacto, las ruedas están deshinchadas y descuadradas. Pero en este estado suyo, solo hay sitio para barajar información bien que ya poseía, bien nueva pero agradable. Así las cosas, rápido da media vuelta y sale a la calle en busca del coche pasando por completo de la bici, olvidando hasta el recuerdo de la misma e inmerso en sus asuntos de nuevo.
- ¡¡Bah!! Doy el paseo a pié, se dice para sí mismo entre dientes.
Una vez en el parking de “Nieuwe Slauten”, sube a la superficie. Y aparece justo en una de las puertas de entrada del parque. El mismo obedece en cuanto a su estilo, a los parques antiguos, es decir, da mucha importancia al hecho de aislar su contenido de los ruidos del tráfico que le rodeaba. Cosa que ya no existía. Antes de entrar, Eric hecha una ojeada a la totalidad del recinto exterior.
Un arbusto denso, de unos 2.5 metros de alto solo interrumpido por cuatro entradas, rodea todo el contorno. Estas puertas corresponden una por cada punto cardinal y están dotadas de una escalerita que conduce al Centro Comercial. La vista del parque desde lo alto de cualquiera de los edificios que lo contornan, muestra claramente su forma de cuadrado perfecto y la disposición interna.
Un caminillo de tierra separa el verde perímetro de otros ocho cuadrados interiores limitados por una línea de altos árboles que esconden tanto zonas de recreo para los niños, alfombras de fresco césped, como más árboles de menor tamaño formando un pequeño bosquecillo. Las cuatro puertas comunican por una gran avenida confluyendo en el centro formando una plazoleta que alberga una bonita fuente graciosamente adornada con estatuas de críos juguetones.
La fuente sirve para refrescar un poco el ambiente en los días de verano y también para romper con tanta línea recta. A lo largo de las avenidas se disponen cómodos bancos y, arremolinados en la plazoleta central, kiosquillos y negocios de diversa índole todos relacionados con el lugar en cuestión. Esto ve el Doctor Bauss. Cosa que le agrada.
Apuntar por ultimo lo limpio y bien acondicionado del recinto.
Todo invita ya sea a darse un típico paseo como a tumbarse a la bartola. Y cómo no, a intermediar todo esto con una buena hamburguesa doble con patatas fritas que Eric ya “saliva”.
Una vez realizada su primera inspección y viendo que el poco mundo que había salió poco menos que corriendo en busca del delicioso y calentito almuerzo, Eric juzga oportuno hacer lo propio y dirigirse hacia los puestos de la plaza, lugar que había dejado como colofón a su agradable paseo.
Ya cumplido todo el trámite, devora su hamburguesa con patatas y mayonesa como si nunca hubiera comido una sentado en el verde césped a resguardo de miradas curiosas por un cantarín telón que el viento de cuando en cuando mece. Tumbado tranquilamente todo lo largo que es observa el azul cielo perezosamente recorrido por alguna que otra blanca nube que a su juicio, afectan diversas formas.
Cada vez que reconoce una forma, inmediatamente la nube, no sabemos si por molestia o por simple juego, adopta otra distinta. Pudiendo observar hasta cuatro o cinco objetos, animales o plantas distintos sobre el mismo mechón flotante. Entre la modorra de la sobremesa y que hacía rato que los pajarillos y los insectos no revoloteaban ni zumbaban, a punto está de dar una cabezada.
Si tranquilo está el parque, no lo está tanto el Cuartel General de LPO, donde la actividad frenética de decenas de personas correteando de acá para allá, transportando documentos que acaban de recibir por fax, hablando por varios teléfonos a vez, abriendo y cerrando cajones, archivadores, con varios televisores sintonizados sobre varias cadenas y solo uno con el volumen conectado (al máximo), consigue arrancarle una sonrisa a Phillip. Absolutamente ajeno al maremagnum que le rodea.
Phillip Van Nemen es el vivo retrato del hombre político.
Desde pequeño había tomado conciencia de que su físico estaba diseñado para agradar a los demás, lo que unido a su don de gentes, le ponía en la pista de lanzamiento para cualquier trabajo de relaciones públicas.
Pero otra faceta suya acotaba este amplio abanico de posibilidades a una sola: la Política. Y esta faceta es su falta de sentimientos. Su rapacidad.
Bromeando, en su décimo aniversario, con el sombrerito puesto y listo para soplar las velas de la tarta que le había hecho su madre, su padre había dejado caer que su hijo algún día llegaría a ser Presidente del Gobierno.
Acto seguido, Phillip cerró los ojos y sopló lo más fuerte que pudo justo después de pedir este deseo.
Y desde entonces, su vida es simplemente un conjunto de acciones realizadas con el único objetivo de que algún día este deseo se convierta en realidad.
Phillip carece de todo sentimiento de apego hacia los demás. Sin que las razones de familia o amistad palien en ningún grado, por mínimo que este sea, esta característica suya. Y por si fuera poco, a la hora de cocinar este depredador de la jungla de asfalto, sus padres se pasaron con uno de los ingredientes: su instinto.
Phillip sabe decir la palabra que hay que decir justo en el momento que hay que decirla. Y no solo eso, también sabe provocar la situación adecuada. Sabe hacer el gesto que hay que hacer. Es un líder nato capaz de formar un equipo unido a prueba de bombas sin necesidad de saber ni los nombres de sus integrantes. Grupo que puede continuar unido como una piña durante años.
Y así seguirá hasta el momento que él considere oportuno.
Como sólo en los casos excepcionales ocurre, su carrera no había comenzado en la Universidad, sino en el Instituto. Para cuando llegó a la Facultad, Phillip no era solo conocido, sino temido.
El Primer año llegó a Presidente del Consejo de Alumnos. Cargo del que fue desposeído al realizar una serie de pactos con el Decano por los que este se aseguraba prácticamente el sillón de Rector.
Al ganar las Elecciones al Rectorado, el Decano le ofreció (claro está) formar parte de su equipo. Pero Phillip renunció, creando un partido. Colocándose entre el Rector y los Alumnos. Y comenzó ha hacer la ida y la vuelta. Cuando le interesaba se arrimaba a unos y, cuando no, a otros. En definitiva, solo se dedicaba a asegurarse que el río estuviese siempre bien revuelto.
Phillip solo profesa una ideología política: Llegar a ser Presidente.
Y los dos partidos mayoritarios, al llegar a sus oídos sus aventurillas en la Universidad, intentaron ficharle sin concesiones. Al poseer el Partido de la Libertad el Poder en el País, Phillip se inclinó por su oferta. Sus aires de grandeza le insinuaron que podría dar el salto a la Primera División sin pasar por las categorías inferiores.
Pero se equivocó. Pues hasta este momento solo había tratado con miedosos niños de teta. Ahora se vio rodeado de carnívoros de su misma especie.
La política es un oficio, como cualquier otro. Y como en cualquier otro, hay que aprender. Phillip lo entendió rápidamente y su cabeza elaboró un plan. Sin que nadie se lo dijese, aprendió que siempre y cuando tu cara no se salga en la tele, tu nombre se puede pegar y despegar de cualquier partido o declaración mejor que cualquier pegatina. De manera que aceptó realizar todo el trabajo subterráneo durante el primer año en las filas de Libertad.
Lo que a otros les cuesta 5 o 10 años, Phillip lo aprendió en 12 meses. Coincidiendo justo con la última campaña de Libertad en la que renovaron su plaza a la cabeza del Estado.
Phillip era el ayudante del ayudante del Director de Campaña. Y se las ingenió para estar presente durante todas las conversaciones y reuniones.
Trascurrido el año de novato, Phillip llamó a quien le contactó de parte de LPO. Al día siguiente, ingresaba en sus filas sin que aparentemente nadie le echase de menos en Libertad.
Hoy día, 3 años más tarde, es el ayudante del Director de Campaña de LPO para las próximas municipales. Elecciones adelantadas para su sorpresa. Y Phillip observa el escándalo producto de la psicosis colectiva que le rodea. Y lo observa sin escucharlo, sin sentirlo, sin que le diga nada. Sin saborearlo.
Eso sí, en su cabeza se puede escuchar: ¡El Plan va viento en popa!
- Phillip, dice alguien a su lado, obligándole a girar la cabeza.
- ¿Sí?
Responde este encantador, con una amigable sonrisa a pesar de no recordar su cara de nada.
- El ayudante de redacción del Business al teléfono, informa el chico a mil palabras por segundo, tapando el auricular con la palma de la mano. Pregunta por ti.
- Muchas gracias amigo. Es la llamada que estaba esperando. Phillip le arrebata el auricular y le coloca en el oído contrario, consiguiendo así una excusa para darle la espalda. ¿Thierry? ¿Sí? Dime, ¿Qué tal?
- ¿Respuesta?
- Todavía no... Thierry (mentira: las directrices están más que claras. El Director de campaña le había dicho de llamar al Business esta mañana, pero Phillip quería marcarse el tanto) Jamal está súper liado... lleva todo el día de reunión en reunión...
Phillip aprovecha para plantar el auricular justo en la salida de audio del televisor que está a tope. Recolocándole en su oído, continúa:
- Esto es poco menos que la guerra Thierry. Ya sabes cómo funciona la cosa. Estamos en Pre-campaña... qué te voy a contar que tu no sepas.
- ¿Pre... campaña? Pregunta irónico. Algo había oído, sí. Oye, necesito una respuesta de vuestra parte ¡ya! Tengo dos editoriales completamente distintas sobre mi mesa y otros tantos artículos de opinión tan distintos que jamás averiguarías si han sido escritos o no por la misma persona, y necesito saber cual tengo que publicar.
- Thierry escucha, interrumpe Phillip. Acabo de colgar a 3 redactores jefe en los morros al no entender sus gritos como la manera más apropiada de dirigirse al enlace de Ley, Pueblo y Orden con la prensa afín. ¿Sabes qué he pensado cuando mi ayudante me ha pasado el teléfono y dicho que eras tú?
- No.
- Me he sentido en una playa desierta, tío. 50 kilómetros de arena para mí. Solo, sin ruido ninguno. Ni el mar oleaba, te lo juro. Y me he dicho, “¡joder! A Thierry se lo tengo que coger.” Estamos a tope. Si vinieses a aquí no podrías ni entrar. Estamos más de 70 personas en un apartamento con solo 2 mesas y 4 sillas. Tenemos el pasillo y las escaleras ocupadas con archivadores y todo el inmueble y la manzana con la jeta del Alcalde. Los vecinos están que echan chispas. Ahora mismo podríamos dar un golpe en el Banco de la Ciudad y esconder aquí el botín. Ningún poli se atrevería a entrar. (Thierry se parte de risa al otro lado de la línea) Y ya sabes, continúa Phillip, sin prueba, no hay delito. Así que ya te digo: en cuanto lo tenga, te llamo. ¿Vale?
- OK.
- Y solo a ti, ya lo sabes.
- De puta madre, pero...
- Oye, te tengo que dejar, me pasan otra llamada.
- Phillip, espera...
- Venga... oye, ¿la mujer y los niños bien?
- Eh... sí sí...
- Me alegro; y otra cosa: vete pensando que en qué vas a gastarte tu parte del botín.
- JA, JA, JA...
Y Phillip cuelga sin haber escuchado ni el primer JA.
Una pandilla de críos entra a la carrera en el césped a jugar con una pelota. Espantado, Eric todo lo rápido que su barriga llena le permite, coordina y sale de allí en busca del auxilio de un cómodo banco de la avenida, lejos del terremoto que a punto estuvo de pillarle. Y como el susto no fue suficiente, se dirige a tomar un café para espabilarse.
Puesto que son ya las 15.15 y tiene que acudir a la cita con Rui. Al que ni había llamado a su casa, ni había especificado “donde” del parque, le esperaba. Lo que le obliga bien a estar alerta en todas las puertas a la vez, (cosa imposible) o esperar en la plaza e ir oteando los distintos horizontes para ver si aparecía una figurilla despistada mirando a todos lados. Se decide por la opción B, estaba claro.
Más aun cuando ya está aquí tomando el café en un banco cercano a la fuente. Para su sorpresa repara en que Rui ya había llegado. Le reconoce al instante porque lleva su típica sudadera de la Facultad de Letras que hicieron para financiar el viaje de fin de carrera y que Eric tiene también, pero en otro color. Rui había entrado encantado por el parque y la fuente que desde la puerta vio.
Hacía tiempo que no iba a dar un paseo por un parque. Casi el mismo que Eric. Estaba mirando fijamente las estatuas que se bañan en la fuente, escudriñando cada detalle, con una sonrisa en la cara cuando Eric, respetuoso, se coloca a su lado. Desde hacía un rato se había levantado algo de viento. Los árboles, como sacudiéndose los pajaritos, agitan sus ramas forzándoles a alzar el vuelo. Estos, dada su siesta por concluida, rompen en cánticos que reparten por todo el parque.
- Mira Eric, dice sin apartar la mirada de la escultura de un crío. Fíjate bien. El niño está mirando aquella simpática rana que escupe un chorrito de agua, pero con la mano indica la dirección contraria.
Eric sigue sus instrucciones al pie de la letra ensimismado por el ruido del agua.
- Si observamos donde nos indica, continua misterioso Rui, vemos otra parejita. El niño toma la mano de la niña, pero con la otra le agarra delicadamente del brazo. Puedes ver el detalle de los dedos hundiéndose en la carne de esta quien prisionera, busca auxilio con la mirada en aquella otra rana que, enfadada, ha dejado de lanzar agua y censura el gesto del captor.
Sorprendido, puesto que pese a haber visto antes la fuente, no había reparado en la silenciosa historia que cuenta, mira a su amigo. Rui le sonríe.
- ¿Curioso verdad? ¡Vamos a sentarnos!
Ambos amigos se encaminan hacia una pieza que los árboles otorgan la condición de reservado.
Rui está exultante. Y solo por el simple hecho de estar sentado en el césped. “¡Qué bonito!” No para de repetir. Eric le mira mientras cae en la cuenta de lo feliz que le había hecho simplemente por llevarle a un parque. Observándole en silencio se da cuenta de que su expresión juvenil no ha cambio en nada.
- ¿Qué tal? Pregunta.
- ¡Bien! Responde Rui mirando a todos lados a la vez.
- Recuerdos de Anne, dice con una sonrisa al tiempo que Rui se sienta ya frente a él.
- ¡¡Anne!! Exclama Rui pronunciando aun más su sonrisa. ¿Qué tal está?
- Muy bien.
- ¿Y Amy?
- Cada día más alta y guapa, responde Eric orgulloso..
- Ya estará en el Instituto, ¿verdad?
- Acaba de empezar, sí. ¿Y Mónica, Thomas y Teresinha?
- Están muy bien, responde Rui. Mónica acaba de ascender en la empresa. Ya es ingeniera jefe de proyectos. Teresinha es más lista que el hambre, como la madre, y Thomas ya está más alto que yo, explica alegre. Ahora le ha dado por lucir sombrero.
- ¡Jeje! Ríe Eric. ¡¡Como tú!!
- ¿Yo? Pregunta sorprendido Rui. Yo llevaba una gorra de tela. Y en la Universidad, no en el Instituto.
Eric ríe a carcajadas.
- Además, continua Rui con el ímpetu de la ocurrencia, si fuera así, Amy debería coger un mocho de fregona, teñirlo de negro y colocárselo a modo de barba. Porque eso era lo que tenias tú: ¡¡Una barba asquerosa!!
Y los dos ríen sin parar.
Los pajarillos canturrean enrabietados. La afluencia de paseantes crece según va avanzando la tarde que, a pesar del viento, es agradable. La temperatura se mantiene hasta el punto de obligar a quitarse la chaqueta y quedar en camiseta. Un perrillo que pasea una pareja joven se aparta por unos momentos y se dirige hacia los dos amigos. Rui le tiende la mano y el perrino huye asustado.
- ¡Ah! Y recuerdos de Mary.
- ¿Mary? Dice Rui como soñando. Sigue siendo el deseo que apaga las velas, ¿verdad?
- Como siempre, reconoce sorprendido Eric.
¡Joder con Rui! Con los poetas no se puede competir amigos.
Los dos amigos siguieron poniéndose al día hasta que:
- ¡Bueno venga! Cuéntame qué idea es esa, inquiere acercándose un poco más a Eric sin despegar el culo del césped.
Este sonríe. Toma aire y dice:
- Imagínate que eres un soberano con 100 súbditos a tu cargo. Rui le mira extrañado pero obedece y se lo imagina.
- ¡Ya!
Dice cerrando los ojos sin que nadie se lo ordenase.
- Vale, ahora estos 100 súbditos, hartos de no pintar nada en todo el tinglado, te dicen: Queremos un sistema justo. Queremos que nuestra voz sea oída y escuchada, continúa Eric haciendo sonar la voz de una muchedumbre cabreada. ¡Estamos cansados de trabajar y que tú te lo gastes todo en atender tus innecesarios lujos!
- ¡Sigue!
- Tú, que no quieres perder tu condición de gobernante, ni los privilegios que ello conlleva, te ves obligado a diseñar un sistema que tus súbditos vean como justo.
- ¡¡Democracia!! Grita Rui abriendo los ojos de par en par y levantando los brazos en señal de victoria.
- ¡Espera hombre!
- Perdón, se excusa volviendo sin esfuerzo alguno a su condición de imaginador.
Eric, quien ya casi la había perdido, tarda algo en volver a echar mano de la argumentación. Rui entreabre un ojo como diciendo: “y…”
- Vale, como te he dicho, tú no quieres perder tu condición de gobernante. Quieres seguir ostentando el Poder y a la vez que ellos lo vean como justo y lo legitimen.
- Demo…
Y Rui se corta en seco. Abre los ojos y mira fijamente a Eric, quien sonríe pícaro.
Ahora dirige su mirada hacia el césped. Pero no lo ve. Discurre. Para lo que Eric le deja todo el tiempo que precisase. Por dos veces intenta decir algo, pero en el último momento su boca queda paralizada, como evitando el desborde por el torrente de ideas que corre ladera abajo. Eric espera. Abandona su pose de escriba sonriente y adopta otra algo más cómoda. Aquella postura llamada “recumbente”.
Que no es más que tumbado a lo largo, apoyando sobre el suelo un costado de tu cuerpo y cimentado por el codo correspondiente a este lado en seguro ángulo recto, dejando las piernas y toda tu figura estirada, permitiendo elevar tus hombros y cabeza sobre la sólida columna del tronco y el brazo geométrico. Así te queda el otro libre para escudriñar en la hierba y hacer contrapeso si eso.
- Vaya Eric, retoma por fin Rui que sigue siendo un escriba nada sonriente. Debo reconocer que jamás podría haber encontrado un filón tan gordo en tan poco espacio de terreno; y mira que esa es precisamente mi especialidad.
Ya si sonríe.
- Veras, continúa Eric, como bien sabes, Democracia significa “Poder del Pueblo”. Lo que es una clara contradicción a la hora de que un gobernante que deba diseñar un sistema “justo”que le permita conservar el Poder, puesto que se lo quita así mismo.
Rui escucha.
- En toda sociedad existe un Gobierno, ¿cierto?
- Claro.
- De manera que en toda Sociedad existen dos tipos de personas: Gobernantes y gobernados.
- Sí, Responde un Rui que atiende la explicación.
- ¿Y qué ansía por encima de todo el Poder? Pregunta Eric.
- Que no se lo quiten, responde Rui.
- Pero según la palabra Democracia, el Poder es del Pueblo. No de los Gobernantes. Los Gobernados mandamos. Eso es una incongruencia y como no puede ser de otra manera, no es lo que sucede en la realidad.
- Olvidas el Derecho al Voto, Eric. Observa Rui oportuno.
- No lo he olvidado, dice Eric tranquilo.
- ¿Ah no?
Pregunta Rui sorprendido por todo un poco.
- No. Imagina por un momento que el Derecho al Voto no valiese para nada.
Rui le mira como diciendo: “Cuidado Eric…” Pero al ver que iba a seguir hablando, se ve obligado a decirlo:
- Cuidado donde te metes Eric…
- ¿Por qué? Inquiere este. Yo puedo decir lo que quiera. Y más con pruebas en la mano.
- No creo que tengas pruebas, amigo. Objeta Rui con una sonrisa.
Eric queda cortado mirando a su amigo.
- Puedo encontrarlas, asegura Eric.
- ¿Y cómo y dónde las vas a encontrar? Pregunta.
Ahora es Eric quien queda pensativo mirando el césped.
- No sé Rui… de momento estoy contemplando por dónde empezar a investigar.
Rui niega con la cabeza tras borrar su sonrisa.
- Eric, dice amablemente, no puedes encontrar pruebas que demuestren lo que pretendes.
- ¿Por qué no?
- Pues porque no hablamos de demostrar una característica o fenómeno físico o químico, continua con el mismo tono amable, hablamos de la Religión. Eric, no puedes demostrar con la Ciencia que la Democracia, que nuestra Diosa, no existe.
Eric rápido abandona su despreocupada pose retomando la antigua y mirando a Rui a los ojos. Este calla y devuelve la mirada.
La tarde empieza a agotarse. El Sol hacia largo rato ya que solo escuchaba los ecos de la conversación desde el otro lado de los altos bloques de apartamentos. Los árboles asumen su condición de dormitorio y ofrecen todos los escondrijos de los que disponen a los pajaritos.
- Tampoco es eso lo que pretendo, recula Eric.
- ¿Entonces?
- Quiero demostrar que el Gobierno en Democracia anula a los gobernados, consiguiendo así conservar el Poder a pesar de “no ostentarlo”.
Rui retoma su pose pensativa para decir al momento:
- ¿Y eso no es demostrar que la Democracia no existe?
Ambos amigos quedan en silencio. Eric mira molesto el césped y Rui a aquel.
Rui abre un poco su campo visual. Observa el cielo. Repara en cómo las nubes van perdiendo su tono algodonado para teñirse con los colores del ocaso. El escándalo aumenta en los árboles hasta el punto de hacerse casi insoportable y la práctica totalidad de los paseantes, enfilan ya las puertas de salida del parque.
Ahora Rui se fija en Eric. Escudriña su rostro. Su ceño fruncido, su gesto contrariado. Ensombrecido ante el problema que se le presenta. Rui cae en la cuenta de que es su idea. Es lo que le había devuelto las ganas de escribir, la llama que arde en su mirada. Recuerda al Eric de hace solo una semana, prefiriendo claramente el que tiene ahora mismo delante y ve claro que debe ayudarle:
- ¡Pero ya no te queda otra!
Salta sonriente al ver que su amigo no decía nada.
- ¿Cómo? Pregunta un Eric descolocado brotándole involuntariamente la sonrisa en el rostro.
- Claro. ¿No eres tu quien decía que cuando ves a tu presa no te puedes quedar tumbado esperando a que venga ella sola?
La cara de Eric se ilumina por completo. Rui sonríe ostensiblemente.
- ¿Sabes que otras dos cosas hay también en toda Sociedad? Continúa este.
- No, responde Eric.
- Locos como tú, (los ojos de Eric centellean) pero ninguno tanto como para tener una idea así y... Leyes, remata guiñando un ojo que al momento desaparece junto al otro borrado por una sonrisa enorme.
Al punto, los dos amigos adoptan la pose de escribas abrazados.
Postura que rompe Rui deseoso de saber más.
Eric responde a todas y cada una de sus preguntas. Le explica cómo a la palabra “Democracia”, de tanto repetirla, de tanto sobarla, le habíamos quitado el brillo y a día de hoy, ni luce ni tiene sentido.
Rui queda algo mosca por esta aseveración:
- Vale Eric, aprovecha un ligero respiro, veo muy interesante todo lo que me cuentas de los símbolos, de cómo los aprendemos y cómo los asociamos a algo bueno o malo. Lo que nos genera una reacción de repulsa o aceptación como tú dices “convenida”.
- Y automática, apunta Eric.
- Vale, acepta Rui.
- La palabra Democracia es por sí sola agradable, ¿cierto? Vuelve Eric a la carga.
- Claro, dice Rui encogiéndose de hombros.
- ¿Y por el contrario?
- Tiranía... responde apretando las muelas.
- Pero según yo creo, retoma Eric con la seguridad que da su discurso bien asentado, la “Democracia” es solo eso: una palabra.
- ¿No crees que el Pueblo ostente el Poder? Contraataca Rui.
- Yo no me siento poderoso Rui. ¿Y tú?
Rui queda de nuevo pensativo.
- Hace siglos que el Poder lo ostentan los mismos, continúa imparable Eric. Tanto el “Partido de la Libertad” como “LPO” nacieron con la Democracia y siempre se han repartido el Poder en función de los resultados electorales.
- ¿Ves Eric, interrumpe Rui, cómo el Derecho a Voto si vale?
Eric queda cortado. Al fin y al cabo, su hipótesis podría tener sentido con los resultados de las Elecciones de su sueño, ahora no tiene prueba alguna.
- De acuerdo, acepta. El Derecho al Voto si vale. Pero esta al fin y al cabo no es mi preocupación principal: yo quiero dar con el método para anular al Pueblo.
- Que según tú es…
- Según yo creo que basa en la información.
- ¿La información?
- Sí.
- ¿La Prensa? Pregunta Rui con recelo. Y es que el tema del partidismo en los medios está más que mascado.
- ¡Exacto Rui!
- Adelante, pide este que continúe su explicación por curiosidad.
- Mira, olvidándonos ya de partidismos y demás, yo creo que el periodista no es más que el recadero del político, dice Eric dejando a Rui pasmado. Creo que lo que se publica está todo sesgado. Pero no por una ideología determinada, sino por un interés común.
- ¿Cual? Pregunta Rui con los ojos como platos.
- Conservar el Poder.
De nuevo Rui piensa. Eric continúa:
- Míralo como un juego en el que solo ellos puedan jugar. Como jugadores de una partida en la que unas veces ataquen unos y defiendan los otros y otras veces sea al revés. Y nosotros seriamos los aficionados que les apoyarán hagan lo que hagan aunque en realidad no se esté jugando nada en la cancha, puesto que solo ellos pueden jugar.
Rui, tras imaginar el nuevo ejemplo de Eric, pregunta:
- Entonces, ¿según tú la Prensa y la clase Política son lo mismo?
- Sí.
Responde Eric sin dejar lugar a dudas.
- Hay que olvidarse de muchas cosas para poder encajarlo, objeta Rui.
- ¿Por ejemplo?
- De entrada, que se llevan a matar.
- Teatro.
- Ideologías enemigas…
- Símbolos.
Rui, ante la defensa de Eric, se ve obligado a hacer una pausa. Eric sabe que su amigo está pensando y que llegaría también a dar con la solución. Al fin y al cabo, no hacen sino retomar una conversación que tantas otras veces han mantenido y nunca terminado.
- Muy bien Eric, dice inspirando profundamente. Si unimos que la Prensa y la clase Política son lo mismo y que las ideologías son simple humo… solo me queda pendiente el “por qué” de todo este teatro.
- Conservar el Poder.
- Vaya Eric, dice Rui tras otra pausa pensativa, obviamente todo esto debo pensarlo bien.
- Por supuesto. Además sabes que yo no quiero tener la razón porque sí. Mi idea es hablarlo, compartirlo y demostrarlo fehacientemente.
- Primero tengo que aprender a mirar por encima del símbolo, ¿no? Enumera Rui su lista de deberes. Por encima de ideologías y declaraciones... una vez conseguido veré que Prensa y Políticos son lo mismo y ya, teniéndolo todo clarito, yo solito llegaré a tu conclusión.
- Hay que mirar por encima de insignias y colores, completa Eric mucho más animado.
- Yo solito llegaré a ver esa partida en la que todo se juega en la grada y nada en la cancha.
Eric, agradado por este enfoque de su amigo, se limita a asentir sonriente.
- ¡Eric! Continua un Rui al que se le encienden todas las luces justo ahora que ya es de noche. Llevamos toda la vida hablando de Política. Y ahora veo que siempre hemos dicho lo mismo. Independientemente de quien gobernase, siempre hemos visto las mismas cosas que hemos creído solucionar pero al poco tiempo han vuelto a pasar.
- Sí Rui, sí. Asiente Eric mientras una palabra resuena en su mente: Memoria. Es la Prensa quien dijo que todo estaba solucionado.
- Tanta información, tanta palabra bonita, tanta Democracia, tanta Libertad y tanta Critica y no es más que humo. Lo que critican unos en la oposición, luego lo hacen en cuanto tienen el Gobierno.
- Y la Prensa que recordó cuando interesaba, ahora olvida cuando deja de interesar, apunta malicioso Eric.
- Y luego volverá a criticar.
- Y así siempre.
- ¡Eric! Exclama un Rui súper animado y realmente metido en la conversación. En cuanto no miras el símbolo empiezas a verlo claro. ¡Hay que olvidarle!
- Es una venda en nuestros ojos, define el Doctor Bauss. Eso es el símbolo.
- ¡¡Eric!! Vuelve a gritar Rui mirando fijamente a su amigo. Te doy la razón mientras reitero que el Derecho al Voto si sirve.
Este mira extrañado su sonriente semblante, y es que Rui ha sacado a relucir algo que se le había pasado por completo.
- Recuerda que el Sistema propuesto debe estar bien visto por nosotros...
- ¡¡Claro!! Grita también él ahora. ¡¡Claro que sirve!! ¡¡Pero solo para legitimarles!! Rui asiente entusiasmado. ¡¡Rui!! Votamos automáticamente, sin pensar ¡¡Votamos por prejuicio!!
Dicho esto Eric pega un respingo y se pone de pié en el césped.
- ¡¡Rui!! Continúa mirando a su amigo que sigue sentado, reflexionando sobre su asociación de ideas. ¡¡Llevamos toda la vida votando a unos solo para que no manden los otros!!
Tras unos primeros segundos de alegría, Eric pronto se ve invadido por el desánimo al observar a su amigo sentado sobre la oscura alfombra de césped.
El frío de la noche contribuye y de qué manera a calmar los ánimos. No se escucha nada. Seguramente estén solos ya en el parque. Hacia largo rato que no veían a nadie salir. Menos de entrar. El parque duerme ya, y tanto griterío a deshoras no tiene que sentarle bien. Los dos amigos se miran, no hablan.
Todo esto llevaría a una sencilla conclusión: que el Pueblo, Nosotros, no valemos para nada. La cara de Rui lo dice todo.
Eric, no puede disimular su malestar. Por un segundo se siente mal. Cree que no había sido conveniente decirle a Rui todas estas cosas. Más aun cuando mira su siempre alegre y redonda cara que ahora, de larga, casi podía tocar el suelo. No le quita ojo. El estado de Rui, pasa a ser única preocupación.
- Gracias Eric, dice Rui levantado inesperadamente su mirada.
- < ¿Cómo?> Piensa Eric sorprendido.
- Gracias por contarme todo esto, dice Rui recomponiendo un poco su expresión normal. Eric no sabe que responder. Desde ahora voy a intentar ver las cosas desde esta nueva perspectiva y por cada nueva información, primero la pasaré por tu criba y luego procuraré dar una respuesta, no sé si razonada, pero al menos, lo menos automática posible.
Una sonrisa de satisfacción y alivio se deja entrever en el rostro de Eric. Cosa que no sucede en el de Rui que sigue buscándola por el césped como si se le hubiera caído. Una idea atraviesa la cabeza de Eric.
- Oye Rui, dice de sopetón. ¿Vamos a “Les Rideaux”?
- ¡¡Sí!!
Eric se ofrece a conducir. Por lo que toman su coche, abandonan el Parking de “Nieuwe Slauten” y se dirigen al garaje de su edificio.
Una vez en superficie fueron dando un paseo hasta “Les Rideaux”, donde podían haber llegado mucho antes si no fuera porque Rui se iba parando en todos los escaparates y un par de veces se internó por los caminillos del parque de la Avenida, hechizado.
“Les Rideaux” está lleno. Aun así, Eric entra como si tuviese de verdad la última mesa reservada. Fue dar dos pasos en el interior y percatarse tanto de que esta se encontraba ocupada como de que Giuseppe le había visto y había dejado lo que estaba haciendo para ir a su encuentro. Este, sin decir nada, con una sonrisa en la cara, tiende su enorme mano desde el interior de la barra.
Eric rápido va a estrecharla sintiendo en ese momento cómo una fuerza increíble lo arrastra hacia su amigo, quien poniéndose de puntillas se apoya en el mostrador y le pega un abrazo que deja al Doctor Bauss poco menos que suspendido en el aire. Solo la puntera de sus zapatillas sigue en contacto con el suelo. Todos los que hablaban con Giuseppe observan la escena extrañados.
- Eric, amigo mío... dice Peppe emocionado. ¡Cuánto tiempo sin verte!
- Hola Giuseppe, saluda Eric con el último soplo de aire que no salió disparado de sus pulmones con el achuchón.
Una vez depositado en el suelo, Peppe repara en que Rui también estaba allí. Pero duda a la hora de darle la mano. Al final lo hace y obtiene la misma respuesta, temiendo algún mal golpe, puesto que Giuseppe es un tipo grande.
Moreno de pelo y de piel, ancho de espaldas, las mangas cortas de su camisa blanca muestran unos brazos fuertes y la graciosa barriga, lo bueno de su cocina.
Su voz potente compone curiosa melodía con su tono, que es suave y armonioso. Y menos mal, puesto que está todo el día bien hablado con unos, con otros o con todos a la vez. Reserva todos los reproches para sí mismo, que se hace siempre en voz alta y a vista de todos y cuando encuentra hueco entre esto y aquello, canturrea lo primero que se le viene a la cabeza.
Eric, Rui y Antonio solían quedar aquí, cosa de la hace mucho tiempo. “Les Rideaux” es una sencilla cafetería a la que tanto la calidad del servicio como lo económico de la oferta, habían mantenido “a flote” en la superficie. Y como siguen pasando revista a tantos años, voy a descubriros este bonito sitio, al que ya solo por ser de los últimos bajo los rayos del Sol, obliga a brotar la sonrisa.
Su planta rectangular rápida se descubre nada más entrar y mirar hacia la izquierda. En el centro se encuentra la barra que a pesar de seguir la misma idea formal del recinto, mata sus dos esquinas en redondo chaflán. En el extremo más alejado, por ambos lados va a morir a la pared, cerrando así el paso a la cocina, a la que únicamente puede accederse desde el interior de la barra.
Las cristaleras se extienden por la pared de la izquierda y la derecha. La pared de enfrente es ciega, pues da al otro local. Dicha pared, atestada de fotos viejas enmarcadas, es algo mayor que la primera ya que allí al fondo se encuentran, invisibles desde la puerta y el salón, los servicios, el acceso a la cocina y el que conduce al almacén. Encima de la barra se ve un elegante techo volado que da cabida tanto a un sinfín de botellas de todos colores y formas arriba, como a una serie de halógenos que sirven de iluminación suplementaria en su parte baja.
Las mesas para no desentonar son también rectangulares y ofrecen a la pared o a la ventana uno de sus lados, por los dos mayores a dos pares de sillas y por el otro dejan el hueco suficiente con el mostrador para el libre tráfico de camareros y clientes. Mientras que me he enrollado, la mesa del fondo había quedado despejada. Eric se ha dirigido a por ella y Rui ha ido directo a los servicios.
Y antes de sentarse del todo, nota un escalofrío.
Y el estar controlando la puerta de entrada desde su sitio, le facilita descubrir la causa. Al principio es solo la punta de una corbata y el vuelo de una chaqueta abierta. Luego un brazo lanzado al frente sin miramiento alguno y la pierna contraria correspondiente con la que pone un primer pié en el salón. Al segundo se escucha una voz que corta todo el barullo del bar:
- Qué pasa aquí.
Todos dirigen la mirada al foco de tal voz que era la puerta. Pero no ven a nadie, puesto que Antonio ya está en la barra dando la mano a Giuseppe con su habitual sonrisa. Este tras saludar, hace un rápido gesto con la cabeza mostrando a aquel donde debía mirar. Ve a Eric que no sabe bien si sonreír o qué. Antonio con un ademán da a entender que su amigo le da exactamente igual.
Él prefiere entablar conversación con el propietario del bar más que de cualquier otra cosa. Conversación a voces, claro. Mientras habla con Peppe, ve pasar algo por detrás de este: Rui. Cosa que le sorprende sobremanera. Pero como Antonio no es tipo de sorprenderse así como así, recompone su semblante, se olvida del dueño del bar que lo comprende todo y se va a por Rui. Quien ya se lleva las manos a la cara intentado esconder su sonrisa que de pronunciada, desborda estas y asoma por todos lados.
Ambos amigos se funden en un abrazo aplastando así todos los años que les habían separado. Giuseppe mira a Eric. Este la escena al completo. Peppe, con la cara visiblemente desencajada de alegría y tras esquivar las múltiples llamadas de sus parroquianos habituales, rápido gana la cocina, pieza donde recuerda que tenía que atender un asunto que no podía esperar.
Un camarero sirve los tres cafés con leche en la barra, cosa que advierte Antonio a lo lejos y rápido pasa un brazo sobre los hombros de Rui para encaminarle hacia la última mesa del fondo. Dos zancadas le bastan para adelantar a este y llegar a la altura de los cafés, tomándoles dos por los platos como si estos no contuviesen nada que pudiese derramarse y mirando hacia atrás, marcha hacia Eric.
A buen paso se encamina hacia la última mesa. Eric, al ver la manera de llevar los cafés de Antonio, teme un accidente pero este, sin poner en absoluto atención a lo que transporta, lanzando miradas a todos lados del salón menos hacia adelante, alcanza la mesa, aparta la primera silla de una patada y se sienta en la segunda frente a Eric dando un fuerte espaldazo en el cristal, sin depositar la carga.
Ya sentado, poco menos que la tira sobre la mesa, logrando Eric agarrar su taza al primer bote con ambas manos como diciendo: “tranquilo bonito, ya estas a salvo”.
Rui todavía está de camino. Pero más que sobre gres, parece que camina sobre un cable suspendido a cientos de metros de altura y la taza, aun bien asido el plato con las dos manos, salta de acá para allá mostrando el líquido a cada nuevo paso del funambulista. Para cuando quiere llegar a la mesa, medio café descansa ya sobre el plato. Antonio conserva la postura recostado sobre la ventana a la vez que mueve con una mano el azúcar y pone los pies sobre la silla que antes había tratado tan mal. Fácil.
Es tomar asiento Rui y Antonio pega un fuerte golpe en la mesa con la palma de la mano libre asustando a Rui, a Eric y a todo el bar al completo.
- ¡¡Me cago en la madre que parió al borrego negro!! Grita. ¡¡Vaya mierda más gorda!! Exclama a pleno pulmón. ¡Es que tiene cojones, eh! ¡¡Tiene cojones!! ¿Pues no que estaba yo ayer por la tarde tan tranquilamente en la oficina mirando cada pasito del jodío reloj a ver si quería llegar ya a las 19.00 y cuando casi lo teníamos conseguido va y suena el teléfono? Las paredes repiten esta pregunta al viento. ¡¡El muy cabrón!! ¡¡18.55!! ¿Y para qué? Se pregunta Antonio. Y se responde.¡¡ Pues solo para tocarme los cojones!! Solo para eso. Y ¿por qué? Por envidia. Solo por envidia puta. Me tienen manía porque soy el mejor. ¡¡Solo por eso!! Ahora resulta, (comienza por fin a explicar) que el find que viene me tengo que tragar una exposición de las últimas novedades de algo que ni sé ni me importa porque al “compañero” encargado, le ha surgido un “no sé qué”.
Todos estamos tiesos como velas.
- ¡¡Su puta madre!! Concluye.
Una vez armado el escándalo, parece que se ha quedado más tranquilo. Baja la mirada del techo y ve a Eric moviendo el azúcar como si nada y a Rui que, algo falto de costumbre, le observa con un semblante poco normal en él: Ahora toda la extensión de su cara es ocupada por dos ojos desorbitados y la sonrisa está más pendiente de mantener encajada la mandíbula que de cualquier otra cosa.
Antonio sonríe y al ver que nadie rechista en el bar, se acerca la taza a los labios y da un contundente y sonoro sorbo a su café. Aunque ellos no le ven, Peppe contiene la carcajada como puede mientras seca unos vasos que acababa de lavar en medio del asombro general. Sentado cómodamente en una silla, los pies en la otra, la espalda en el cristal, escándalo armado…
- Bueno, se dirige ya a sus amigos, ¿qué se cuenta la parejita?
- Hemos quedado esta tarde, explica Eric ya que Rui no puede aun articular palabra.
- Que bien. Oye Rui y tú ¿qué tal?
- Muy bien, ¿y tú?
- ¡Bah! Responde Antonio con toda la dejadez del mundo. La misma mierda de siempre. No me quejo.
Rui sonríe y Eric ya tiene que hacerlo también.
- A ver si me pasas cositas nuevas Rui, ya sabes que me encantan tus poemitas, suelta consiguiendo iluminar la cara de su amigo y de paso cabrear a Eric al que nunca le pide nada. La verdad, es que no tiene razón este mosqueo pues hace tiempo que no escribe nada.
- ¡Eso está hecho! Dice Rui muy contento y sorprendido por la calurosa bienvenida.
- Victoria pírrica – Rimar métrica y lírica, continúa Antonio dejando pasmado a Rui y a Eric que no sabe bien qué pasa. Siempre me acordaré de tu declaración de intenciones, amigo.
Este está ya al borde del llanto. Eric por el contrario, no recuerda esto y le desconcierta que Antonio, por cómo es él, si lo hiciera.
Para el lector, que obviamente es profano en la poesía de Rui apuntaré que esta se distingue por una absoluta falta de respeto a normas o convenios característicos de este increíble arte. Rui siempre dice que bastantes leyes tiene ya en la cabeza como para andar preocupándose de más. A él según le llega la inspiración, escribe. Comprueba que tenga ritmo y musicalidad, que le gustase y poco más.
Siempre se cuida de que todos sus versos y estrofas dijesen tanto, que por fuerza tuvieran que romper el corsé de la métrica. Que no cupiese todo. Así, saltarse esta, era más culpa de la propia poesía y sus arrebatos de rebeldía, que de él mismo.
Para todos los que disfrutáis de la maravillosa poesía, quizá no os parezca la mejor manera de entenderla. Pero si tenemos en cuenta que lo primero es el arte y que quien escribe nunca ha sido amigo de Leyes... comprenderéis mi gusto.
Comprenderéis que me decante por el estilo de Rui y de paso, valorar lo trabajoso que es escribir respetando las convenciones. Responsables a partes iguales con la inspiración y el sentimiento del gran desarrollo y el brillo de este precioso arte. Gran expresión de la esencia humana y única característica, que a mi juicio, nos diferencia del resto de especies. Pero solo eso: “nos diferencia”.
En cuanto a Antonio, sobran las presentaciones. Solo diré que es el típico tío tan seguro de sí mismo que te acobarda al kilómetro, lo que le permite parecer más alto, mas fuerte y más guapo de lo que en realidad es.
- ¿Y a ti qué te pasa que estas tan contento? Pregunta directo a Eric. Este iba a responder cualquier cosa si no fuera porque Rui se le adelanta:
- ¡Va a volver a escribir! Dice con su gran sonrisa.
- ¡¡No me jodas!!
- Sí, tiene que reconocer molesto despistando su mirada en el café. Tanto hablar de esto y aquello que había olvidado advertir a Rui de no decir nada a Antonio, puesto que prefería mantenerle como en el sueño: apartado, pero no, de la investigación.
- ¡¡De puta madre tío!!
- Ha tenido una idea buenísima, añade Rui que parece presa de una verborrea incontenible.
- ¡¡Cuenta cuenta!! Dice cambiando su despreocupada postura, tomando otra más normal en un sitio público y acercándose a Eric hasta el punto de casi hacer chocar nariz con nariz.
- ¡No, aquí no! Susurran alertados los dos al unísono dando a entender que no era el mejor lugar.
La cara de Antonio cambia de expectación a seguridad. Sabe que hacía falta algo más de intimidad. Se levanta de golpe, gira su cuerpo haciendo volar la chaqueta y se coloca de cara al respetable. Giuseppe que no había dejado de vigilarle desde que entró, palidece de golpe.
- Rui, ¡¡agárrale!! Grita Eric.
Y tanto el uno como el otro saltan a por él. Eric lo agarra de la cintura y Rui acierta a taparle la boca con ambas manos. Peppe, desde el interior de la barra, lanza también sus brazos instintivamente. El resultado son dos tazas y un plato rotos al caer de la mesa e ir a chocar contra la paciencia del bar. Muchos clientes viendo que su agradable charla había sido interrumpida desde hacia tiempo, marchan.
Una vez devuelto todo a su sitio, la mesa del fondo pide una escoba para recoger el desastre. Antonio, tras colocarse bien la chaqueta, recupera su cómoda pose sabedor de que no podrían vigilarle siempre y que antes o después, la volvería liar. Giuseppe llega con la escoba y, mientras barre, disimuladamente le dirige unas palabras al oído:
- Eres mi ruina.
- ¿Y eso? Pregunta exagerando con todo el cuerpo su sorpresa por lo inesperado del recado. ¿Acaso se han ido sin pagar?
Peppe, al ver que con este tío no hay nada que hacer, se va sin añadir más con el cepillo y el recogedor. Y, claro está, sin perderle ojo.
Al cabo de un rato ya habían quedado prácticamente solos en el salón. Habían estado pues hablando de lo que hablan los amigos que se reencuentran después de tanto tiempo: Recuerdos de los buenos momentos que fueron muchos. Eric repara en la hora. Supone que Anne y Amy ya estarían en casa y decide volver.
Tras despedirse, pues Antonio se ofreció para acompañar a Rui a por su coche, acordar con ellos quedar esta semana y saludar a Peppe, se dirige a por su vehículo.
Va contentísimo, como podéis imaginar, de camino a casa. Ya no solo por haber resuelto el tema del Derecho al Voto, sino por la tarde tan buena que había pasado con sus amigos.
Cuando llega a casa repara en que no había recogido el desayuno, cosa que le recrimina enérgicamente Amy.
- Lo hemos dejado ahí para que lo recogieses al volver, culmina así sus quejas.
Eric agacha la cabeza y sin abrir la boca pues no tiene excusa, procede a limpiarlo todo.
- ¿Qué tal el día? Pregunta a su hija cuando ya tenía casi terminada la tarea que esta supervisa.
- Bien... responde Amy descuidadamente.
- ¡¡Oye qué guapa con el pelo corto!!
- ¿Te gusta? Pregunta contenta olvidando su mueca de molestia al no haber sido halagada por su nuevo look mucho antes.
- ¡Pues claro! ¿Y tu madre?
- Arriba, preparando las cosas que se tiene que ir a trabajar.
- ¡Es verdad! Se me había olvidado, confiesa Eric secando con un pañito los restos de agua sobre la encimera. Había pensado en ir mañana los tres al parque.
- ¿¡Ah sí!?
- Si, pero no sé…
- Vamos nosotros dos solos papi, propone contenta Amy.
- De acuerdo. Espero que tu madre no se enfade por ir justo cuando ella no puede.
- Vamos también el find que viene y punto, resuelve encogiéndose de hombros.
Eric sonríe. En estas baja Anne y tras cumplir con ella también en cuanto a lo del corte de pelo, le comunican que mañana irán de Picnic.
- Y el find siguiente los tres juntos, añade Amy para consolar a su madre, quien le devuelve la sonrisa.
- Disfrutad, responde Anne suspirando. A mí me toca trabajar... Oye, ¿y Rui?
- Muy bien, responde Eric sonriente. Hemos estado toda la tarde charlando y luego nos hemos juntado en “Les Rideaux” con Antonio y Peppe.
Anne muestra su alegría por el reencuentro y se despide pues se le hacía tarde. Padre e hija se dirigen a la despensa para ver que preparaban para la cena.
CAPITULO II
El barrio de “Nieuwe Slauten” es el típico barrio de ensanche. Altos edificios de viviendas todos de la misma altura, disposición, estilo y tono. Absolutamente trazado con escuadra y cartabón, se divide en una serie de manzanas rodeadas de calles y comunicadas todas ellas por grandes avenidas en una matemática sucesión de líneas rectas paralelas y perpendiculares.
Y en esta oda al Angulo recto, rara vez se escapaba algún versito por encima o por debajo del grado 90. Alguna que otra rotonda y quizá las esquinas limítrofes con el resto de la ciudad “rebelde” se saltaban el marcial paso.
Yo nunca había estado aquí. Sabía que existía, eso sí. En realidad, yo jamás había salido de mi barrio. Bueno, miento, una vez me equivoqué de dirección y tuve que bajarme del metro. Con la suerte que tengo, como no, la estación estaba en obras. Y teníamos que salir a superficie para poder tomar la dirección contraria. En pleno Casco Antiguo.
Y lo que vi no me gustó.
Acostumbrado a los desconchones de los edificios viejos, a las ruinas de los nuevos... a las cabinas de teléfono sin ni lo uno ni lo otro... al olor a meados de las paradas de bus y de metro. El inconfundible aroma de toda la red de alcantarillado destapada, pues fuerte pegó en el barrio la moda de hacerse una mesita auxiliar con la tapa y cuatro ladrillos… y por contra, ver todo aquello tan limpio, tan histórico, tan ordenado... los polis con las pistolas enfundadas… me dio tan mala espina que bajé corriendo al metro y no os lo vais a creer, pero hasta que no llegué al barrio no me sentí seguro.
Como decía, “Nieuwe Slauten” es un lugar en el que la funcionalidad predomina muy por encima de la estética. Y en uno de esos pocos guiños decorativos se encuentran padre e hija: en la fuente cuenta cuentos silenciosos del parque.
Tras levantarse y desayunar, habían decidido hacer una tortilla de patatas para comer a lo que añadieron varias piezas de fruta, dos botellas de agua y golosinas varias. Aparcaron el coche y lo dejaron todo allí, de manera que pudieran disfrutar del buen día que hace y a la hora de comer, ir a recogerlo. Nada más llegar vieron un negocio de alquiler de bicis y los dos decidieron que sería muy agradable recorrer el parque dando un tranquilo paseo montados en estos simpáticos inventos.
Después de recorrer todo el recinto de arriba abajo, decidieron salir a dar una vuelta por el barrio. Pero en cuanto vieron todo lo que yo ya he descrito y que no había nadie por allí, dieron la vuelta. Y así, de vuelta, divisa Eric entre dos bloques algo que le da una idea: El Fuerte. Devuelven las bicis y se acercan a por la comida impulsados por la energía que te da el estomago cuando está vacío.
Ya en el césped devorando la tortilla Eric propone ir a ver la puesta de Sol al Fuerte.
- Pero podemos ir después de comer, observa Amy, así damos una vuelta por el centro porque esto está ya más que visto.
A lo que Eric no puede sino darle toda la razón a su hija.
Inmersos se encuentran en duras negociaciones. El ímpetu y la vitalidad de la juventud, contra el hartón de comer y la necesidad de reposo de la edad madura. Tanto discutían que la siesta aun sin permiso, resuelve entrar en la sala y poner un poco de paz. Hacen falta no pocos pellizcos para despertar a Eric, que de a gusto que estaba allí en la manta que el aire mece cual alfombra mágica, al solecito… había comenzado una serie de respiraciones fuertes, claro anuncio que llegaba el tren.
Tan atontado está que es incapaz de coordinar cuerpo y mente, dormidos aun, pero en habitaciones separadas, dejando a Eric allí sentado a modo de títere abandonado por su titiritero. Lo que obliga a Amy a recogerlo todo y a levantarle. Para lo que no tiene que recurrir a tirones, con una palabra sobra: café. El titiritero ase de golpe los hilos, levanta a un Eric sonámbulo y le dirige hacia la salida más cercana.
El tiempo que pasó desde que terminaron el almuerzo hasta verse ya en pleno Centro, constituye para Eric una laguna mental interesante, pero no tiene tiempo para nada. Amy quiere ir a todos lados. Había escuchado noticias sobre la apertura de nuevas tiendas de ropa que para empezar con buen pié ofrecían una serie de descuentos “a priori” interesantes.
Eric se huele la tostada y propone dar una vuelta cada uno a su bola y quedar a una hora conveniente en un sitio concreto.
- ¡¡A las 18.00 aquí!!
Grita Amy desapareciendo entre la muchedumbre del hall principal de entrada al Centro Comercial subterráneo.
El “Distrito Centro” o “Centro Histórico” es como su propio nombre indica, la parte antigua de la ciudad. En contraposición con “Nieuwe Slauten”, sus vías están por completo enmarañadas formando un laberinto de callejuelas, callejones sin salida y toda clase despropósitos urbanísticos. Eso sí, conserva el ambientillo de antaño.
Lo que resulta muy del agrado no ya solo de turistas, sino también de toda una fauna bohemia e intelectual de artistas de toda clase, venidos desde el último escondite del globo atraídos por los cantos de sirenas del ambiente cultural, progre y vanguardista del “Distrito Centro”. Famosos son sus cafés de tertulias, sus bares-concierto, sus teatros, sus agrupaciones culturales y todas las actividades que estas junto con el propio Ayuntamiento proponen para elevar aun más la atmósfera intelectual.
El hecho de ser la única parte de la Gran Ciudad que sobrevive casi por completo al aire libre, ya le da el toque justo para que soñadores de todas corrientes ansiasen habitar aquí. Empezando por los propios habitantes que añoran la ciudad de entonces. Este “Distrito Centro” se eleva sobre otro en negativo que es donde están ahora mismo nuestros dos protagonistas. Cada uno por su lado.
Puntuales acuden a su cita y deciden encaminarse ya hacia el fuerte dando un paseo. Eric, que salía por aquí de marcha con Rui y Antonio, no lo pisaba desde entonces. Para su agrado repara en que todo está intacto. Alcanzan sin darse ni cuenta de la pronunciada cuesta la puerta del Fuerte en silencioso paseo. Eric solo miraba a todos lados y Amy iba dándole vueltas a cómo cuadrar tamaño dispendio en su exiguo presupuesto.
La “Ciudad Antigua” estaba dividida en dos partes: Intramuros y extramuros. La parte más vieja se encontraba dentro y la menos, fuera. Dentro de la muralla o, más bien integrado en esta, se encuentra el Fuerte. La muralla separaba la Ciudadela del Burgo y servía, claro está, para refugiar a toda la población durante los continuos asedios.
Hoy en día de la muralla solo se conservan dos puertas de entrada y varios kilómetros de la misma. Nada en comparación con lo que era antes.
Después de muchos siglos de olvido, como suele pasar con estas cosas, el Ayuntamiento viendo el filón turístico, la adecentó y propuso un sinfín de actuaciones (pocas se convirtieron en realidad) para devolver todo su esplendor al histórico recinto.
En la parte más elevada (intramuros) se había preparado un bonito parque con altos árboles traídos de todas partes del mundo y tapizado de césped, desde el cual, se puede observar todo el contorno de la Gran Ciudad situada a la izquierda, a la derecha el Cinturón Industrial y corriendo entre ambos la Seulles, el río de la ciudad atravesado por seis puentes visibles desde aquí, solo uno con tráfico.
Los otros 128 puentes son peatonales y constituyen más paseos entre parque y parque sobre el río que baña las orillas de estos.
En una primera expansión, la Ciudad saltó el río. Y al caer en el otro lado, se dio de bruces, puesto que no se le ocurrió otra cosa que plantar un Polígono Industrial, cortando así sus alas. Este polígono ha aglutinado industrias de todo tipo, muchas únicas en el mundo, adquiriendo proporciones titánicas.
Pero el problema seguía vigente. Toda la parte nueva se tuvo que levantar de espaldas al río y al Centro. Dejándoles por completo olvidados. Para rematar la faena, al diseñar el “enterramiento” no se dejó salida alguna a la parte antigua y se “lanzaron” pasos bajo el lecho del río tanto para la red de metro, de cercanías y el anillo subterráneo hacia el Distrito Industrial. Así, toda la parte vieja es más una islita apartada del océano de locura expansiva de la Gran Ciudad, que el origen de la misma.
Una vez en el recinto del Fuerte, padre e hija dan un paseo a pié de muralla pudiendo comprobar que todo está muy bien restaurado y convenientemente dispuesto. Una serie de paneles informativos explican tanto el origen, la antigüedad y el uso que se daba a tal o cual instalación ofreciendo una serie de datos a cuál más curioso. Hartos de tanto césped, suben a la muralla y caminan por ella pudiendo observar a través de su almenada cresta las imponentes panorámicas de la Gran Ciudad.
El Sol está ya con el pijama casi puesto y cuando llegan justo a la parte que da al curso de agua, aprovechan una abertura entre dos almenas ausentes y se disponen a comprobar cómo aquel caía justo, casualidad, en el río quien, remolón, dibuja dos grandes meandros antes de perderse por el urbanizado horizonte que ya saca a relucir toda la gama de ocres.
Ya casi terminado el bonito día y dar paso a mi querida noche, unas nubes que andaban despistadas lejos del fenómeno en cuestión, raudas quisieron observarlo desde primera fila, lo que hace cundir el desánimo en los pocos curiosos que se habían desplazado hasta el Fuerte a rematar la jornada de tan preciosa manera.
Pero no quiere el Sol dejar un mal sabor de boca a su estimado público y en el último momento, cuando ya todo parecía perdido, por debajo de la nube, esboza una sonrisilla como si se hubiese escondido solo para añadir tensión dramática. Detalle que es enormemente valorado y aplaudido por su público quien le anima a seguir luchando por librarse de su terrible abrazo.
Ya libre, vuelve a mostrar su redondo rostro en todo su esplendor y, tras saludar con un beso al río, en su lecho se deja cándidamente caer.
Acto seguido, las malvadas nubes, conscientes de que su comportamiento no había sido el más correcto, piden disculpas a los espectadores sosteniendo los últimos rayos del astro rey presentando un ocaso que por unos momentos parecía que sería infinito. Daba la impresión de que el tiempo se había parado y justo en este precioso instante.
Espectáculo realmente digno de aplauso.
Y así, felices, todos aguantaron la fresca brisa que de golpe se levantó y cual acomodador furioso al ver que ninguno había pagado la entrada para disfrutar de semejante espectáculo, les echó.
CAPITULO III
El lunes por la mañana Eric, tras desayunar, acercar a su hija al Instituto y recoger los dos periódicos, llega a la consulta. Donde encuentra a Mary. Sentada en su sitio tomándose tranquilamente un cafelito con galletas que guardaba en una caja de lata. Recipiente utilísimo, todo sea dicho.
- Buenos días Eric, saluda con su habitual y enorme sonrisa mientras remueve el azúcar.
- Buenas Mary. ¿Qué tal?
- ¿Y Rui? Inquiere como lo haría un agente de la Ley.
- Bien. Me dio recuerdos para ti. Eric consigue incrementar aún más si cabe su alegre mueca.
- ¿Y el Picnic?
- Muy bien, dice Eric que ya había llegado a la altura de la mesa y curiosea descuidadamente lo que se trae su ayudante entre manos.
- ¡Hizo un día buenísimo!
- Sí. Fuimos Amy y yo solos. Anne trabajaba, explica Eric a una Mary que apaga un poco su semblante por la mala suerte de su esposa. Y luego fuimos al Fuerte a ver la puesta de Sol.
- ¿Ah sí? Yo estuve el sábado. También quise ir ayer pero al final nos pusimos a hacer un poco de limpieza y acabamos destrozadas. Y mira que no hicimos nada del otro mundo.
Eric ríe.
- Ayer fue espectacular, dice.
- ¡Vaya! El sábado se nublo un poco, cuenta animada, esperamos un rato pero no se despejó. Eso sí, el ocaso fue una autentica pasada. Concluye sonriente mientras abre la cajita de galletas. ¿Te gustó el Fuerte?
- Sí, mucho. Confiesa Eric. Hacía siglos que no iba. Antes estaba todo destrozado, pero ahora está realmente bien. Mary sonríe. Ni siquiera sabía que tenía 2500 años.
- Bueno, espera. Advierte Mary que parte una galleta en dos mitades. Que lo mismo tiene muchos más…
- No me digas.
- Si, responde esta tomando una mitad y dividiéndola en otras dos. Durante la restauración del último tramo de muralla se han dado cuenta de que bajo tierra hay unos cimientos claramente más antiguos.
- ¿Y de cuándo?
- No se sabe aun (el primer cuarto de galleta cae en el café) pero seguro que de antes de la Democracia.
- ¿Tanto?
- Sí. (El trocito de galleta viaja a lomos de la cucharilla derecho a la boca) Según el periódico, la muralla se eleva sobre los cimientos de otra mucho más antigua que cuentan, fue derribada durante el asalto popular al Tirano que gobernaba la ciudad.
- No tenía ni idea.
- Pues sí, dice arrojando un segundo cuarto a la tacita, y seguramente toda la planta, o al menos, la mayor parte del recinto entero sea “Pre-Democrático”.
-Entonces, sigue Eric aprovechando el nuevo parón de Mary, ¿todo fue destruido y reconstruido en Democracia?
- Bueno, eso da a entender el periódico, observa Mary rompiendo la otra mitad de galleta. Hay que esperar a la investigación.
- ¿Tu no lo crees? Pregunta Eric que había percibido un cierto tono. Mary sonríe picara y moja un tercer pedazo de galleta. Hundiéndole cada vez que vuelve a superficie.
- Hombre, comienza absorta en la flotabilidad del trocito de galleta, yo más bien creo que la antigua muralla, ya fuera por mala construcción o simplemente por vieja, se fue cayendo y a su vez reconstruyendo, por simple mantenimiento. Sin olvidar los daños producidos durante los ataques. Eric no responde. Mary se lleva la galletita a la boca y continúa antes de haber engullido:
- Aunque la muralla caída no fuera muy buena, seguro que los cimientos sí. Cosa que se aprovechó y ya con las nuevas técnicas y materiales, se levantó la moderna.
Eric permanece en silencio viendo que las razones de Mary suenan más reales. Esta se deshace del último pedacito y continúa:
- Para mí que todo lo que dice el periódico no es más que propaganda democrática viendo la cercanía de las Elecciones.
A Eric ya le han pulsado en el botón adecuado.
- ¡Pero eso es una manipulación de los hechos! Levanta la voz.
- No sería la primera vez, responde Mary quitándole importancia y masticando el ultimo pedazo de galleta.
- ¿Ah no?
- Eric, dice dando las vueltas con la cuchara que anuncian los últimos segundos de café, la Historia es la disciplina mas ultrajada por todos.
Y de un trago, lo finiquita.
En este momento llama a la puerta la primera cita de la mañana quien rápidamente fue invitada a pasar. Primero a la consulta y luego directamente al despacho donde entra el Doctor Bauss con sus dos periódicos bajo el brazo que van directos a la “Hemeroteca” sin ni mirar donde caen. Tras la sesión quiere retomar la conversación con Mary, pero quiso la casualidad llamar por teléfono.
Lo que precipita a Eric en su modo investigación. No hace ni caso de los aspavientos de su ayudante. De vuelta a su sillón mirando por la ventana pero no viendo la Gran Ciudad, piensa si también a través de la Historia el Poder conserva el “Poder”. Había decidido ya echar un ojo a los libros del Instituto de Amy cuando cae en la cuenta de una cosa:
- Eric, se dice a sí mismo en voz alta, eres tonto. La Historia es eso, justo eso: “una historia”.
No te hace falta consultar ningún libro, continúa para él, al igual que no te hicieron falta “en su día” los cuentos. La Historia y todas las historias empiezan y terminan igual: Érase una vez un tirano que gobernaba la Ciudad, el Pueblo lo derrocó y la Democracia instauró. Final Feliz. Y todos contentos. Y ¿por qué? Pues porque ganan los buenos. Final Feliz.
Y nadie pone en duda los finales felices. Eric sonríe al darse cuenta de su conclusión. Pero aun sonríe más cuando encuentra un nexo común a la “Historia” y las historias: No son más que “Información”.
Emitida, claro está, por un emisor que dirige a un receptor. Y seguramente no de cualquier manera, sino con una intención. Y si el emisor es el “Poder” y el receptor el “Pueblo”... Esto ya empieza a oler a cuerno quemado.
Antes de empezar la segunda sesión Mary le comunica que no fue la casualidad quien había llamado sino John, para saber si hoy iría al Restaurante. Pero Eric quería aprovechar la hora del almuerzo para darle un par de vueltas a esta nueva conclusión. Como así está haciendo, puesto que ahora mismo espera la comida sentado en su mesa de siempre en el Restaurante del Edificio.
Dicho local se encuentra en el nivel -4 y corresponde a la misma estética del hall de entrada y el resto de niveles cara al público: Predominio de los tonos claros bien mediante mármoles, la mantelería y cortinaje y, por supuesto, dotando a las paredes de tales colores, con la sola idea de conseguir “luminosidad” tan lejos del Sol.
El salón está prácticamente vacío, solo un par de mesas están ocupadas. El hilo musical logra abstraer al Doctor Bauss en sus pesquisas.
Eric, al cambiar la palabra “Historia” por “Información”, rápido ve que al igual que la periodística, no puede dejarse al capricho del viento, sino que estaba también escrita directamente por el “Poder”. Por los políticos.
Recuerda una famosa frase que dice: “Es fundamental conocer la Historia para no volver a repetir los mismos fallos y así, poder avanzar”. Cosa que no le provoca la carcajada sino la arcada, puesto que esa frase fue pronunciada por un político. Espécimen al que le mueve justo lo contrario: hacer siempre lo mismo puesto que así es como conserva “El Poder”. No va a cambiar nada que lo ponga en peligro.
Esta idea supera la vieja de que los medios están manipulados o que lo publicado está maliciosamente escrito.
El Político no necesita controlar la “Historia”, él la escribe. El político no necesita controlar la Prensa, él es la Prensa. El Político no precisa controlar la “Información”. Él es la “Información”.
Así, dejándonos de intermediarios que puedan despistar en cuanto a que persigan fines distintos de aquellos, se ve claramente cómo “El Poder” lo controla todo porque no puede ser de otra manera. “El Poder” solo quiere conservarlo. Mismo individuo, mismo objetivo. “El Poder” escribe y emite información. Olvida y recuerda en función de sus necesidades. No hay más misterio.
Tanto asco le da al Doctor Bauss todo, que ni toca el magnífico entrecot de ternera a la salsa de almendras que hasta a la escultura que tenia tras suya se le habían afilado los colmillos. Para cuando acaba la última consulta del día, Eric está destrozado, cabreado y asqueado. Después de todo el día trabajando, sin comer y pensando, ya no puede ni hablar.
No quería quedarse aquí. No quiere volver a casa en estas condiciones y no quiere ir al gimnasio. Al final repara en que si iba, allí vería a Antonio y siendo así, no tendría que interactuar ya que a este para hablar no le hace falta ni estar despierto. Es llegar y le ve corriendo en la cinta. Eric sonríe y se acerca hacia él.
- ¿Una sauna? Propone forzando a duras penas una sonrisa.
- ¿Sauna? ¡¡Eso es para los viejos!!
Por mucho que llora y patalea, Eric acaba con un balón de baloncesto entre sus manos y lo que es peor, con Antonio haciendo toda clase de jeringoncias y referencias sangrantes solo para picarle.
- ¡¡Vamos coño!! Grita. ¿Y tú eres quien quiere salir los sábados por la noche? Mírate, sin hacer el huevo en todo el find y destrozado.
Y sigue correteando y saltando a su alrededor hasta que se lleva un balonazo que atrapa.
- ¡¡Al mejor de 3!! Grita Eric poseído no por la energía, sino por la rabia.
Antonio, a pesar de haberse salido con la suya, no lo celebra. Por el contrario, rápido adopta una pose seria y comienza el juego.
Eric le está dando una soberana paliza. Y no solo en cuanto al marcador, sino también a base de pisotones y codazos. A lo que aquel no decía ni pío. No devuelve ni uno. Como si disfrutase con todo esto. Con la primera partida casi vista para sentencia, Antonio saca el tema de la vuelta a la escritura de Eric.
Y antes de intercambiar tres frases ya le había remontado casi por completo el resultado.
- Rui me estuvo contando, sí.
- ¿Y qué te contó? Inquiere Eric algo molesto sin quitar ojo al balón que controla Antonio.
- Nada en concreto, tampoco quería decir mucho puesto que esto te corresponde a ti, responde. Pero me pareció muy interesante.
- ¿Ah sí? Vuelve a preguntar Eric que ya tiene la mosca detrás de la oreja.
- Por supuesto Eric.
- ¿Seguro? ¿O estas de cachondeo? Insiste este que lo último que haría nunca seria tomar en serio a Antonio.
Este, que botaba el balón, deja de hacerlo y con gesto serio, impropio de él dice:
- Eric, te he dicho que me parece muy interesante.
Hace como que volvería a botar, Eric ya tiene casi la palabra “dobles” pronunciada, Antonio sonríe y lanza encestando limpia.
- ¡Iguales!
- ¿Cómo que iguales? Ruge Eric. ¡¡Estabas pisando!!
Eric echa humo. Le había empatado. Antonio no le hace el menor caso y mientras se encamina en busca del balón que quedó muerto en la pintura continúa:
- Todo el tema de los símbolos de siempre me ha parecido muy interesante.
- ¿Ah sí? Olvida Eric por unos instantes la remontada.
- Sí. De hecho, así fue como empecé a leer libros de Psicología.
- No lo sabía, reconoce Eric.
- Pues sí, dice Antonio que disimula con una sonrisilla el hecho de haberle contado la misma historia cientos de veces. Es un tema fascinante.
- ¿Fascinante? Repite Eric cambiando la entonación y la expresión de su cara por otra de mayor asombro.
- ¡Claro tío! Se aprenden muchas cosas de nosotros mismos viendo los símbolos que creamos.
Eric queda mudo. Antonio todo lo contrario. Aunque esto no hace falta decirlo.
- ¿Sabes por qué me gusta tanto? Porque es un tema complejísimo. Explica tiñendo sus palabras de un tono que expresa realmente su fascinación.
- Si que lo es, admite Eric al que se le viene todo el peso de la investigación sobre los hombros.
Antonio sale tranquilamente de la zona botando, atraviesa la línea y continua:
- Estoy de acuerdo contigo en cuanto a la asociación de unos u otros con placeres y odios y cómo la respuesta es ofrecida de manera automática saltándose el paso del raciocinio.
Eric no se lo cree. Está hablando con Antonio después de mucho tiempo… en serio.
- Y bien, cuéntame más porque seguro que no queda ahí la cosa.
- Bueno… duda Eric que está cansado y no quiere hablar del tema, pero por lo visto, ya no podía escapar de él. Tengo muchos esbozos... pero nada en concreto aun. Todavía me faltan muchos cabos por atar.
Concluye como queriendo cortar el tema.
- ¿Cómo? Pregunta Antonio tan extrañado que queda helado mirando a Eric. Este no sabe muy bien qué había dicho para que le sorprendiese tanto. ¿Cabos por atar? Pregunta por fin aclarando el por qué.
- Si… retoma Eric que no sabe cómo explicar lo mismo con otras palabras. Lo tengo todo disperso… es mucha tela.
Antonio duda y sigue jugando.
Tras remontarle cómodamente dan comienzo a la segunda partida. Eric está muy cabreado, ya tenía la partida ganada y al final Antonio se la había birlado sin ni saber cómo. Durante los primeros lances del nuevo juego, Antonio no dice nada. De manera que Eric a pesar de no querer volver a sacar el asunto, pregunta:
- Bueno, dime. ¿Qué pasa?
- Nada, responde un Antonio que no pierde la concentración en la partida.
- ¿Cómo que nada?
- Que me parece muy raro que quieras “atar cabos”. Da su brazo a torcer por fin.
- No te entiendo Antonio, dice Eric contrariado.
El juego se para.
- Vamos a ver, según tú al asociar los símbolos a ideas bien agradables o desagradables, y ser estos presentados, generan una respuesta automática no razonada en el individuo, ¿cierto?
- Exacto, alaba Eric la capacidad de síntesis de su amigo.
- Ahora bien, continúa, y esto es lo que me extraña: Al ser la cultura quien diseña, enseña y asocia símbolos con ideas, estímulos con respuestas provocando conductas no solo convenidas, sino que siempre son las mismas, me parece raro que tú quieras hacer lo mismo.
Eric no entiende nada.
- La cultura es justo eso lo que hace, sigue explicando usando el balón en su argumentación, coge nuestro cerebro virgen y le ata los cabos. Le Educación no es más que un proceso en el que la Cultura, la Sociedad, nos dice “lo que está bien” y “lo que está mal”. Cosas que no se discuten. Son “absolutas”. Establece lo normal y lo raro. Una vez que no hay ningún cabo suelto, ninguna pregunta sin respuesta prevista, ya se puede decir que somos seres sociales y sociables.
Ahora lanza el balón a su amigo que lo atrapa sin mirar. La cara de Eric dice: ¡la madre que te parió!
- Ya estamos educados, vaya. De manera que, Eric, tú lo que tienes que hacer es justo lo contrario: desatar cabos y dejarles sueltos. Así, al estar sueltos, se podrán ir atando y desatando según las circunstancias, según el raciocinio lo crea oportuno. Para luego volver a dejarles libres en estado de espera hasta el siguiente estimulo a razonar.
Ya se puede encestar fácilmente en la boca de Eric.
- Eric, ¿acaso no es el prejuicio un cabo atado y bien atado? Culmina.
Joder con Antonio.
Tras su argumentación, queda mirando a su amigo, quien nadie sabe cómo podía mantenerse aun de pié. Al momento vuelve al mundo real como buenamente puede. Una sencilla frase retumba en todo su cuerpo:
- ¡Eres un hijo de puta!
Ahora también por todo el vacío pabellón. Antonio sonríe. Sonrisa no provocada por la constatación por parte del Doctor Bauss de que es un puto genio. Esto ya lo sabía él desde siempre. Sino que lo hace para despistar. Puesto que se había dado cuenta de que Eric no tenía ni idea de esto. Y para no hundir más a su amigo en su propio campo, sonríe y “cambia de tema”:
- Otra cosa que me contó Rui es que quieres contrastarlo científicamente.
- Sí, responde Eric recomponiendo su pose de jugador serio de basket mostrando su intención de volver a botar y colocarse en posición atacante a pesar de no ser su turno.
- Pues date de entrada por jodido.
Resuelve Antonio tajante.
- ¿Y eso? Pregunta Eric herido en su orgullo.
- Porque no puedes, asevera con mayor energía si cabe.
Eric no responde. Antonio ha cortado la conversación.
- Además, continua este retomando el tono normal y su sonrisilla de cabrón, ¿no sería una contradicción atar los cabos con el nudo de la Ciencia cuando la idea es por completo la contraria?
Acto seguido, de un manotazo le quita el balón de las manos y se dirige hacia la canasta como un rayo.
Por un segundo Eric le cree capaz de alcanzar el aro. De vencer a la gravedad únicamente con el impulso de sus palabras. Antonio da dos sonoras zancadas y a la tercera sus pies dejan lejos el suelo. Su cuerpo, por completo estirado, se eleva como un cohete. Lanza un brazo con la pelota bien asida hacia el aro. Ya no es que fuera a machacar... ¡¡Va a saltar la canasta!!
Eric no puede creer lo que ve. En el último segundo, Antonio suelta el balón y apoyándose en el tablero, cándidamente, este cae en la cesta.
- ¡¡7 puntos más y se acabó!! Grita alegre nada más caer en el suelo. Y sonríe a Eric.
Y así sucede. Siete puntos más y directos a las duchas.
Eric sigue en el mismo estado de atontamiento. Le da cosa preguntar. Solo mira a Antonio quien como de costumbre y siempre con alguna excusa nueva, le birla champú y gel para después, mientras le cuenta cualquier historia, le vacía el bote de colonia.
Por dos veces estuvo a punto de preguntarle de donde había sacado todo eso. Pero rápido repara en que no le respondería. Se limitaría a quitarle importancia, lo que le cabrearía aun más puesto que esas ideas y conclusiones no se le habrían pasado a él por la cabeza ni de broma. Al final, venciendo su miedo, pregunta:
- ¿Que de dónde? Pues de ti.
- ¿Cómo que de mí? Pregunta Eric absolutamente descolocado.
- Claro, todos los apuntes que tú querías tirar en la Universidad y que yo te pedía, aun los conservo.
- No me lo creo.
- Pues créetelo. Tú también lo sabes, lo que pasa en que mientras que tú los estudiabas por obligación yo los leía por curiosidad.
Eric no da crédito. Niega con la cabeza. Antonio repite risueño el mismo gesto pero en sentido contrario.
- Amigo mío, retoma mientras se coloca la chaqueta, la curiosidad es la piedra filosofal del analfabeto. Eso decía mi abuela.
- ¿Eso decía?
- Sí. Pero no por ella. Ella era médico, explica Antonio. Sino porque lo decía la abuela de su abuela. Quien sin saber leer ni escribir tenía la capacidad de dejar a todos sin habla de lo que sabía solo preguntando a todo el que pasaba.
Y toma la mochila de Eric, le pasa el otro brazo por los hombros y de allí salen los dos amigos con una sonrisa de oreja a oreja.
Quisiera antes de acabar este increíble capitulo hacer una puntualización sobre un tema que nunca creí del todo, pero que acabo de ver claro ahora mismo. Recuerdo que una vez escuché lo siguiente: “No es lo mismo ser inteligente, que listo”.
Los listos, cegados por el simple hecho de saberlo todo, no ven que hay veces que no interesa dar la respuesta correcta. No saben que por el simple hecho de saber, pueden herir los sentimientos de los demás. Por el contrario, la persona inteligente no solo conoce la respuesta correcta sino que también sabe anticipar el efecto en el interlocutor. Dándola o callándola en función.
Antonio después de hablar con Rui, rápido empezó a cavilar. Por supuesto no dejó de estar de cachondeo, de salir el sábado hasta las mil y el domingo entero destrozado. Cosa que no le impidió desempolvar sus propias teorías sobre la vida en general, engrasarlas y devolverles el movimiento. Quizá él ya va por el 16 mientras que Eric anda atascado aun en el 2+2, pero lejos de decir nada, dejaría que su amigo llegase solo al 4, luego al 6 y como mucho le diría de pasada que el siguiente paso lo firma una mujer.
Si hasta hoy no lo había entendido seguramente sea porque jamás había conocido a ninguna persona inteligente y sí mucho listo. Lástima que no me queden bien los sombreros, ahora hubiera sido oportuno llevarlo solo para quitárselo.
CAPITULO IV
5 segundos antes de que sonase el despertador, Phillip ya estaba conectado. En realidad su cabeza sólo alberga un pensamiento. Una idea: Su Plan.
Desde pequeño: ser Presidente. Desde que juega con los mayores: su Plan para conseguirlo.
La sangre de Phillip está por completo infectada. Está llena de veneno.
Conocía cosas de las que otros jamás habían oído hablar. Se manejaba entre distintos discursos como si él hubiese establecido las reglas del juego. Comprendía el objetivo de las palabras y gestos de los que le rodean como si él se las hubiera enseñado. Por momentos, experimentaba la sensación de que su vida no le pertenecía. No sentía sus actos como suyos. Sus palabras no le dejan ningún sabor en sus labios. No tiene ningún tipo de inclinación hacía un tipo de música u otro, un color u otro, unas ideas u otras.
Por no tener, no tiene ni manías.
A veces, su desapego de todo y su capacidad de previsión le llevaban a pensar que otra persona habitaba en él. Un espíritu. Un fantasma de alguien que tras haber triunfado en la vida, esta, le hubiera concedido el deseo de revivirla. Y le hubiera elegido a él cómo huésped.
Sin que nadie se lo hubiera dicho, sabía de más que el ascenso en Política nada tiene que ver con las capacidades del aspirante. Absolutamente nada. Es simplemente cuestión de estar en el lugar y momento indicado. Circunstancia que no dependía ni por asomo de la casualidad. Ni tan siquiera en un 1 por ciento. Había que fabricárselo. Currárselo.
Moldear el lugar y el momento. Y estar siempre dispuesto.
Entre el equipo de Concejales en funciones del Alcalde, Phillip conocía personalmente a tres: el de Urbanismo, el de Impuestos y el de Empleo. Con este último había sido compañero de clase en la Facultad.
El siguiente paso en el Plan, no era llegar a ser Director de Campaña de LPO, no. Él quería una Concejalía. La de Cultura, por ejemplo. Y un nuevo equipo ejecutivo se estaba fraguando en estos mismos momentos en la cabeza del Alcalde.
Phillip, en la ducha, vuelve a repasar la pasada fiesta del Partido destinada a recaudar fondos.
Esta tuvo lugar en la Villa Mancuso, una de las mejores propiedades de la Gran Ciudad. La familia Mancuso había hecho fortuna en el sector textil. Pero no fue hasta que no franquiciaron bajo tierra sus tiendas de ropa cuando se hicieron de auténtico oro. Pero como todo en esta vida, Freddy Mancuso sintió la necesidad de escapar de la Gran Ciudad, y puso en venta su maravillosa propiedad.
Siendo adquirida por la familia Malone. El rival de P.R. en la Gran Ciudad.
Sus actividades delictivas se extendían por todos los lados imaginables y el negocio florecía hasta que todo salió a la luz gracias a la colaboración de un arrepentido. Esto desencadenó una tormenta judicial inmensa en la que todo el mundo estaba implicado.
Diez años después, aun hay procesos que están en fase preliminar. El caso Mancuso, pues así se llamó y solo porque en su Villa encontraron a Malone, es sin duda un hito histórico judicial.
Y una vez encerrado el Viejo Malone, Mancuso recompró su casa en una subasta de la Policía.
Pues como decía, en la fiesta se reunía toda la flor y nata del mundo de los negocios (esposas excluidas) y Phillip con ellos. No así su jefe, pues fue a él a quien “tuvo” que birlar la invitación, haciendo una copia cambiando un nombre por el otro. Fácil.
Era su momento y su lugar.
A pesar de no ser más que una cara desconocida para el gran público, Phillip supo estar en todos los corrillos, hacer todos los comentarios inteligentes y contar todos los chistes. A la hora de “trabajar” sobre el césped atestado de largas mesas con comida, carteles y pancartas de LPO colocadas hasta en el lugar más insospechado y, como no, recorrido de una punta a otra sin descanso por guapas camareras cargadas de muchas copas de alcohol y poca ropa, Phillip no solo conocía a todos, sino que incluso le llamaban para animar los corrillos.
En uno de ellos divisó al Alcalde. Claramente su pieza a cobrar. Pero no se precipitó.
Tras embutirse en un grupillo, echó a uno de sus integrantes con la excusa de que le llamaban del grupo del Alcalde. Este, quien también escondía sus aspiraciones, sin ni despedirse abandonó a sus compañeros de charla a los que parecía atender y disfrutar punto por punto dejándoles con la palabra en la boca y marchar poco menos que corriendo.
De reojo, Phillip pudo comprobar cómo el otro llegaba al grupo que charlaba y sin dudarlo interrumpe la conversación. Lo que le valió ser fusilado por varias miradas. De pronto, adelantándose a su cebo, Phillip desaparece del grupo.
Aquel, para excusarse, rápido mira hacia su corrillo diciendo:
- Ha sido Van Nemen quien me ha dicho que...
Para entonces, Phillip ya se había encaramado en el podium donde llegada la tarde el Alcalde pronunciaría un discurso y arrebatado un micro que no fue la casualidad quien lo hacía funcionar
como por arte de magia, no. Sino Phillip que había observado donde se conectaba cuando los técnicos de sonido hacían las pruebas.
Y comenzó a hablar como lo haría un locutor de radio. Sus palabras salían disparadas tan rápido que llegó incluso a constatar que ni su cerebro era responsable de ellas. Esas palabras estaban guardadas donde sea, y salieron en tromba.
Desde allí subido observaba el gentío. Todos con su copa en la mano. Podía observar y maravillarse con la práctica totalidad del inmenso patio. Sus piscinas... los jardines llenos de rosas de varios colores que el Sol que presidía ese magnífico día hacía resplandecer... blancos cenadores en estilo clásico... Por ver, desde allí arriba Phillip incluso divisaba su puesto en la Concejalía.
El que fuese.
Phillip hablaba y hablaba. Sus palabras resonaban por toda la Villa a pesar de lo malo del equipo de sonido, cesando solo para poder escuchar las risas que producían. Subido allí arriba él se veía más y más alto. Se veía hablando en la tele. Se veía incluso hablando en el Templo. Y por supuesto, desde su puesto reservado: el de Presidente del Gobierno.
Tal era su emoción que no se dio cuenta cuando ya no tenía más que decir. Lo que para él no suponía problema ninguno. En vez de ponerse nervioso viéndose allí arriba, siendo el punto de atención de todos, y sin saber qué más decir, Phillip hizo una pequeña pausa con su gran sonrisa que hizo blanco en el Alcalde, inspiró, luego soltó el aire y concluyó así:
- Todo esto amigos, sabéis que no sirve para nada (risas), ni tan siquiera se qué es lo que acabo de decir (aun más risas, sobre todo el Alcalde) En realidad, lo único que pretendía era agradecerles a mi manera todo este esfuerzo enorme y generoso que no puede pasar inadvertido ni aquí en la tierra ni allí en el Cielo.
Phillip repite su gesto señalando con el dedo índice el techo de la ducha, y continúa:
- Nuestra Madre Diosa Democracia solo puede hacer una cosa por nosotros, pobres mortales: Reconocer este esfuerzo y permitir que nuestro querido Alcalde continúe realizando la gran labor que lleva haciendo desde que yo era un crío (aplausos, el Alcalde observa a Phillip como a un objeto fabricado en oro macizo) Amigos, continua sin dejar acabar el último aplauso vivo, queda poco. Queda muy poco. Pero no podemos relajarnos. No ahora que llega el momento más importante. El momento de mirar sólo por la Gran Ciudad y “darlo todo”.
Nuevos aplausos que le interrumpen. Phillip asiente convencido mirando a todos los asistentes uno a uno sin verlos.
- Muchas gracias a todos, dice con la mano en el pecho. Y que la Democracia os bendiga.
- ¿Que la Democracia os bendiga? JA JA JA, ríe a punto de resbalar en la ducha. ¡¡¡Esa es buena!!!
El pobre Eric ya está por completo desorientado. Le daba vueltas y vueltas. ¿Sería realmente la Ciencia un prejuicio? Repasa mentalmente el día de ayer. La charla con Mary. Sus conclusiones en el Restaurante y la paliza de Antonio. No le recordaba así: por completo desatado. Hacía mucho tiempo que solo le sorprendían sus locuras, aunque ya hubiese aprendido a contener la carcajada, y no su genio.
Probaba a intentar encajar todo, pero al segundo volvía a escuchar las palabras de Antonio: “Desatar cabos”. Entonces, ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Qué debería hacer? ¿Hacia dónde dirigir su investigación? Todo esto se le pasaba por la cabeza al Doctor Bauss durante toda la mañana. Tras el almuerzo en el Restaurante del Edificio, decide no pensar más, atender a sus pacientes y largarse a casa para estar tranquilamente con su mujer y su hija.
Cumplida toda obligación profesional que le quedaba pendiente hoy martes y aprovechando que no esta muy cansado, considera oportuno hacer algo fundamental: comunicar a su familia su intención de retomar la escritura. Y así lo hará durante la cena que ya tenían casi lista entre las dos. Eric piensa decirlo, explicarlo todo. Mientras pone la mesa, repara en que determinadas cosas es mejor que Amy no las supiera aun, de manera que tocaría el tema pero no entraría en profundidad.
Ya sentados, se arma de valor y lo dice. Tanto Anne como Amy se levantan y le abrazan demostrando así su alegría. Y toda la cena y la velada la pasaron sentados a la mesa preguntados unas, respondiendo el otro. Cuando quedaron ya solos Anne y Eric en la cocina, este comienza a profundizar en el tema, lo que le permite pasar revista a muchas cosas que habían pasado el día bailando cada una a un ritmo en su cabeza y ahora lo hacían todas al mismo compás.
Anne le presta toda la atención del mundo y, al igual que Rui, le dice que comenzaría a mirar por encima de los símbolos para comprobar si así conseguía burlar la respuesta automática. Lo que llena de alegría a Eric. Este repara en un punto: quiere volver a escribir, pero aun no se ha puesto. Y peor aún: ¿cuándo iba a hacerlo?
Ahora tiene que compaginar la familia, la consulta, los amigos y la investigación. Anne, consciente de ello, no quiere pronunciarse en ningún aspecto. Aunque está claro que todo eso no se puede barajar. Algo debería quedar apartado.
- ¿Y qué tienes pensado hacer?
- No lo sé, confiesa cabizbajo. Pero con todo a la vez no puedo.
Cuando Eric escribía los artículos, pasaba las noches enteras bien en su estudio, bien en el despacho. Amy era pequeña e incluso ni había nacido. Anne también trabajaba muchas noches y a Antonio le podía quitar de en medio fácil. Pero ahora es distinto.
- Ahora mismo, reconoce con un hilo de voz el Doctor Bauss mientras mira por la ventana el nocturno jardín, lo que menos me motiva de todo es la consulta.
Anne, de pié, apoyada con la cadera en la encimera, solo escucha.
- Y más aun cuando el único paciente que me intriga no habla. No veo manera de hacerle reaccionar.
- Eric, ¿cuando vas a darte cuenta de que no puedes ayudar a todo el mundo? Pregunta cariñosamente su mujer. Este le mira derrotado. Ese hombre no puede ser tratado solo con palabras, continúa, derívale a un Psiquiatra.
El Doctor Bauss, a pesar de haber resuelto infinidad de casos y de haber ayudado a cientos de personas, también tenía una pequeña lista de fracasos. Aunque él nunca los llamaba así. Los archivaba en “pendientes”. Cada vez que se veía obligado a derivar un paciente lo archivaba bajo esta denominación y aun no estando ya bajo su tutela nunca los olvidaba. Manteniendo el contacto con el profesional que le atendiese para ver sus progresos y aprender de sus fallos.
Con todo recogido y viendo que era buena hora, deciden dar por concluida la jornada. Ya en la habitación, Anne le propone derivar no solo a Julius, sino también a alguno más, así dispondría de más tiempo para escribir. Eric confiesa que lo había pensado, pero que no le parecía correcto.
- ¿Acaso crees que desganado vas a ayudarles?
- Tienes razón, tiene que admitir.
- Además llevas años sin vacaciones. Solo los puentes o fiestas y encima no vas a ningún lado, te quedas aquí pasando apuntes a limpio y rompiéndote la cabeza, le riñe su mujer. Este find ha sido el primero después de no sé cuanto tiempo que te he visto sonreír o tan siquiera proponer algo.
Eric escucha atentamente a su mujer, quien sentada con las piernas cruzadas en la cama se dirige a su marido sentado en el borde de su lado y girado ligeramente hacia ella.
- Pregunta a tus colegas a ver quien está más despejado y proponles atender a tus pacientes.
- Pero, ¿y qué les digo a ellos? Inquiere Eric dirigiendo ya sí la mirada directamente hacia su mujer.
- Pues que les dejas en las mejores manos, Eric.
Y así, con el terapeuta en las mejores manos, vamos a dejarles en paz.
CAPITULO V
El miércoles Eric repite su nueva rutina y con los dos periódicos bajo el brazo saluda a Mary que le recibe como siempre: con su sonrisa. En el descanso de los miércoles por la mañana, Eric en vez de quedarse como de costumbre la hora y media allí metido, decide salir a la calle. Pero no sabiendo muy bien dónde ir. Recuerda el Fuerte y lo de la muralla. Y decide ir a echar un vistazo.
Una vez allí, busca esos cimientos antiguos. Pero debía ser en la parte exterior puesto que dentro del recinto toda esta ya restaurado. No hay ni andamios ni nada que denotase trabajo alguno. Visto así, sube a la muralla a observar la Gran Ciudad. Donde sigue. Solo que hoy algo oculta bajo un tupido manto de bruma que poco a poco parece que se va dispersando.
La Gran Ciudad, el Cinturón Industrial y la Seulles. Al ser día laboral, el trasiego de circulación por el único puente que era posible es mucho mayor que el domingo, mientras que los otros tres que hoy se divisan desde aquí, están vacíos. Eric mira los coches que salen del túnel del Polígono, cruzan el puente, se pierden por el Casco Antiguo y al revés.
De pronto una furgoneta enorme llama su atención. No solo por el tamaño, sino también por el color amarillo chillón que luce. Observa cómo recorre el puente y decidida busca el centro.
- <Madre mía, piensa. Para maniobrar con ese cacharro por esas callejuelas...>
Y sus temores son fundados. Todos huyen de conducir por el Centro. La furgoneta es de reparto.
- Bah, seguro que está acostumbrado. Se tranquiliza a sí mismo sin quitar un ápice a la pericia del piloto. Al desaparecer esta por la entrada del laberinto, Eric sigue oteando de acá para allá sin mayor preocupación olvidando el trascurso de coches que desde aquí arriba parecen de juguete.
La nube que tapaba el Sol, al ver que nadie le hacía caso, desaparece haciendo resaltar los colores de la ciudad antes apagados. Solo las cumbres de los rascacielos más altos permanecen ocultas tras el manto
de humedad. Vista que agrada mucho a Eric. Y otra vez la furgoneta amarilla que si, sin bollos y de una sola pieza, volvía por el puente directa a la boca del túnel. Lo que le hace reparar en la hora y comprobar que se le había ido la mañana casi sin darse ni cuenta.
Ya en la consulta, a la que llega poco antes de la siguiente sesión y fatigado por la carrera, vuelve a recordar la furgoneta amarilla. No sabe muy bien porqué. Quizá por el color. Piensa que al ser de reparto, todos los días recorrería el mismo camino. Y no solo eso, también a la misma hora. Mary que acababa de llegar, le dice que Rui había llamado para saber si iría hoy al Restaurante a comer y había confirmado directamente la cita.
Eric, que al principio se queda un poco sorprendido, al momento repara en que sí, que hoy era buen día para visitar a la panda.
Ya solo en el despacho, recuerda que Rui siempre decía de hacerse de una furgoneta, tirar un colchón detrás y andar por ahí a la aventura. Y juzga que esa sería la propia para él. Pero claro, la pobre está poco menos que prisionera. Si siempre daba la vuelta del Polígono al Centro y del Centro al Polígono, no podría ver mundo. Lo que le entristece mucho.
Menos mal que llega la siguiente cita y Eric deja de pensar en semejantes gilipolleces que poco o nada tienen que ver con la trama de la historia que nos ocupa, ¿cierto?
El pasado domingo en familia en la propiedad de Pierre Roubain no había hecho sino despertar viejos fantasmas que Enzo creía olvidados.
Durante toda la jornada, Pierre no había hecho más que quejarse de su edad, hablar de sus nietas, hacer referencia a sus abuelos, al tiempo, que vuela sin darte ni cuenta... y sino fuera porque no dispone de batallitas aptas para todos los públicos, se habría puesto a contar todas y cada una sin excepción.
- ¡Menos mal!
Se felicita Enzo para sí mismo al recordar cuando reparó en esto mismo el domingo.
Dos días después, Enzo se ve asediado por toda una batería de recuerdos de la época cuando eran el terror de la Gran Ciudad y la Aglomeración Sur. Curiosamente, se daba cuenta de que en realidad todas eran situaciones extrañas: asaltos junto a futuros presidiarios, guardias al lado de asesinos, entrenamientos de nuevos reclutas...
A pesar de que Pierre era el jefe indiscutible, Enzo era respetado igual o más por todos. Su seguridad y experiencia que había adquirido en un abrir y cerrar de ojos le había permitido hacerse el depositario único de la confianza de Pierre. Quien le había otorgado plenos poderes sabedor de que Enzo jamás le montaría un motín a bordo.
En realidad cuando Enzo le propuso la “estructura integral” en la que controlarían desde el diseño del plano hasta la extorsión al futuro arrendatario, Pierre se vio obligado a decir sí. De lo contrarío Enzo habría creado su propia banda con la que le desbancaría de la noche a la mañana al estar por completo centrado ya en su red de empresas legales.
Pierre Roubain es la cabeza pensante del enterramiento de la Gran Ciudad. Fue él quien habló del proyecto al anterior Alcalde. Quien puso solo una pega: “eso es ciencia-ficción, amigo mío...” Al segundo, Pierre chascó los dedos y una tropa invadió rápido el despacho del Alcalde desplegando maquetas, colocando proyectores y apagando las luces.
El Alcalde quedó rápidamente convencido gracias al apoyo de dos arquitectos y varios ingenieros que explicaban cada detalle escabroso del proyecto.
Al ver su cara, Pierre se excusó para llamar por teléfono. ¿A quién podría llamar en ese momento tan crucial? A Enzo. ¿Sus órdenes? Amedrentar a todo el mundo forzándole a vender a bajo precio todo edificio, todo negocio, todo rincón... en definitiva, toda propiedad que ocupase un terreno necesario para la realización del proyecto.
Era la segunda parte del Plan que comenzaba.
Enzo mira por la cristalera de su despacho. Contempla el Fuerte y recuerda que fue él quien “influyó” para que se eligiese el proyecto de su antigua empresa. Ahora se fija en La Seulles y su flamante nuevo puerto deportivo con capacidad para más de diez mil barcos de recreo. Y recuerda su estrategia para convencer a la Sociedad Gestora del Puerto de la Gran Ciudad.
Incluso la refinería de petroleo, que fue él quien consiguió que se terminase en sus plazos.
Al ver todo esto, le invade una sensación extraña, pues todos los días observa el mismo panorama, pero jamás lo ve como lo está viendo hoy... como el responsable.
Normalmente no piensa en nada de esto. Solo piensa en su mujer y sus hijas. Y en que no desea por nada del mundo que su familia se vea salpicada por su pasado. Cosa que cada día ve más difícil, a pesar de que desde hacía 10 años intentaba convencerse justo de lo contrario.
Hacía 10 años Enzo trabajaba para Internacional de Obras Públicas y trazando los planos del nuevo ramal para la red de Cercanías del Este una llamada de la Alcaldía le obligó a modificar su proyecto.
Le obligaban a bifurcar la línea llegando a un punto en concreto. Allí un ramal seguiría hacia el Este, el otro, hacia el Norte. Hacia terreno de Malone. Si no la Alcaldía no aceptaría los planos.
Por algún motivo Enzo eligió el despacho orientado hacia el Sur.
Ya en el Restaurante, Eric ve que también esta Sven, cosa que le agrada. Tras saludar a todos y tomar asiento repara en el tema del día: Política. Eric piensa en proponer seriamente al Restaurante el tema de las huchas.
Como aquí, entre nosotros, no tenemos tampoco huchas (ni reglas...), os voy a poner un poco al día de la situación política. Pero no del país, sino de la Gran Ciudad.
El mismo día de las Elecciones Generales, se llamaba también a las urnas a los habitantes de la Gran Ciudad para elegir alcalde, lo que favorecía claramente a unos y perjudicaba a otros.
El hecho de que se celebrasen las Elecciones a alcalde era motivado porque el actual se vio obligado a convocar Elecciones anticipadas por una serie de escándalos que salpicaban a varios concejales.
Como sabéis, el Gobierno de la ciudad lo ostenta “LPO” con mayoría aplastante desde hacía ya tres legislaturas consecutivas y teniendo en cuenta la importancia política de la misma ya que aquí se aglutina todo el aparato estatal, es una alcaldía muy apetitosa.
Todo iba bien hasta que un día el “Noticiero”, diario de la cuadrilla del “Citizen” y compañía, sacó a relucir unas informaciones que pusieron los pelos de punta hasta al retrato del Alcalde en el Ayuntamiento.
Por lo visto el Concejal de Urbanismo había favorecido claramente a una empresa constructora a la hora de adjudicar unos trabajos.
Pero claro, el primer día solo fue el aviso y durante una semana entera el “Noticiero” fue sacando documentación a cuenta gotas para enganchar al público. Esta motivación económica vino de perlas al Concejal que, al ser perro viejo, cosa que en Política no es fácil, pues solo los mejores (o peores, según se quiera) perros llegan a viejos, empezó a mover ficha.
Otro periódico, “La Solución”, quiso ganarse las simpatías y de paso el favor saliendo al paso sin mirar y comenzó una guerra mediática (pues no creo que a esto se le pueda llamar “Periodismo”) de primer orden. Al tercer día ya estaba de mierda hasta el cuello la mitad del Ayuntamiento y, como lejos de replegarse, cada vez sacaban más artillería, se hizo necesaria la Paz. Que en Política tiene un singular procedimiento: Guillotina.
¿Y a quien le tocó? Pues al que no tenía periodistas amigos que le defendieran: al de Cultura. ¿Y por qué? Pues porque el edificio iba a destinar una dependencia a acoger un centro de creación artística o algo por el estilo.
A pesar de haberse cargado al pobre Concejal, la cosa era ya un todos contra todos y como LPO tenía la ciudad poco menos que asegurada, el Alcalde vio la oportunidad.
Como para ponerse del lado de los buenos (a buenas horas…) y de paso quitarse pesos muertos de encima, en contra de todos, convocó Elecciones. Así podría diseñar un nuevo Ejecutivo con adorables cachorrillos que agradasen al público que él pudiera hacer a su mano y jubilar de una vez por todas a la panda de risueñas hienas actuales.
Pero cuál fue su sorpresa cuando el Gobierno Central, en hábil maniobra, de las tres fechas que propuso para las Generales, eligió la misma. Para lo que consiguió el voto unánime de todos los partidos excepto, claro está, de LPO, quien desearía “poner paz” en la alcaldía. Cosa que hubiera hecho de no ser porque el Alcalde se las sabe todas y había escondido muy bien la guillotina.
El “Partido de la Libertad”conseguiría así arrastrar a la gran masa de votantes descontentos con el actual Ejecutivo y el día de las Elecciones, votaría lo mismo para una cosa como para la otra. Y de esto justo es de lo que están hablando:
- La verdad, comenta muy disimuladamente Sven compañero de trabajo de Enzo, en plena forma hoy, es que la alcaldía está poco menos que asegurada.
- Espérate, objeta este conservando el tono. Que nunca se sabe.
- Muy mal lo tienen que hacer para no quitarle la ciudad a LPO, apunta siempre entre dientes John.
Quiso la casualidad que en una mesa contigua se encontrasen los cuatro comensales con el oído más fino de todo el mundo. Y uno de ellos, que estaba de espaldas, levanta la cabeza y mira
descaradamente hacia atrás con una sonrisa burlona. Solo se percata de esta circunstancia Enzo, que al verlo de frente agacha rápido la cabeza en busca de un guisante en concreto.
Eric, que estaba en el centro y no decía nada, observa el rápido gesto de Enzo y muy discretamente escruta su izquierda, donde ve una pajarita y una cara sonriente. No mueve ni un músculo. Lo justo para lanzar un par de patadas a sus colegas con la clara intención de que cerrasen el pico. La mesa queda en silencio, también la contigua. Eric no quita ojo al tipo de la pajarita que mantiene el gesto.
Y para su sorpresa, mueve la silla y se coloca pegado al contertulio de su derecha, dejando así libre el paso para que Eric de un rápido vistazo calase a los otros tres. Un “pin” orgullosamente prendido de una solapa corrobora toda sospecha: El Pato. Al ver lo que se avecinaba, levanta la vista como para tomar la botella de agua del centro de la mesa y con un exagerado gesto repara en el mirón.
- Muy buenas caballero, saluda muy simpático.
- Hola, responde cortés del tipo de la pajarita.
Ambas mesas quedan congeladas y todos se miran a todos.
- ¿Todo bien? Insiste Eric solo para pegarle un capotazo y cortar por lo sano.
- Muy bien gracias.
- Me alegro. Buen provecho, desea Eric que vuelve a centrarse en su gesto de “servirse agua”.
- No he podido dejar de escuchar su conversación caballeros, dice cara sonriente.
- ¿Ah sí? Pregunta de nuevo Eric dirigiéndose hacia la mesa de la izquierda. Confío en que este disfrutando tanto como nosotros.
Nadie respira. Solo Eric y el tipo de la pajarita resaltan como si fuesen las únicas figuras coloreadas sobre una escena vagamente esbozada en carboncillo.
- Pues sí, me parece una charla muy agradable. No obstante quisiera mostrar mi desacuerdo…
- ¡Adelante! Invita Eric sin dejarle terminar la frase instando a John y Frank a abrir el corro. Hecho esto, ambas mesas quedan unidas por las 10 sillas adoptando todo el conjunto visto desde arriba una forma entre huevo y elipse. No sabría decir.
- Muy bien, arranca pajarita. Según ustedes, las Elecciones serán un paseo para el “Partido de la Libertad”, ¿cierto? Pregunta manteniendo en todo momento un tono ameno.
- Siento decirle que no caballero, objeta Eric. No creemos que vayan a ser un paseo. De hecho la semana pasada la conversación giró sobre este mismo tema y no fue esta precisamente la conclusión a la que llegamos. Pero estará de acuerdo que la cosa pinta muy mal para LPO.
- Podrá explicarse, ¿verdad? Inquiere otro ocupante de la mesa “B” que luce una blanca y cuidada perilla.
- Con mucho gusto, responde decidido Eric. Todos le miran atentos. Todos menos Rui, que desde el primer momento se había borrado de la conversación debido a la risa incontenible que le producen las pajaritas. Como bien saben ustedes, el mismo día se celebran Elecciones tanto a la Alcaldía como a la
Presidencia, comienza Eric más a titulo introductorio que por descubrir nada, cosa que solo por lo torpe de la maniobra de uno, bien por lo hábil del contrario, condiciona el resultado.
- Por lo torpe de uno, resuelve otro de la mesa “B” que porta unas elegantes gafas de cristales redondos.
Todos ríen disimuladamente.
- Aventuro, continua Eric, que no serán ajenos a las publicaciones periodísticas y que están al día de todo. (La mesa “B” asiente al completo) En ese caso, no se les habrá escapado la “política” del Business y del Citizen.
- ¿En qué sentido? Inquiere en busca de una explicación el cuarto comensal, el que lleva el pato prendido en el bolsillo de su camisa.
- Mientras que el Business abre con una foto apoteósica del candidato a la Presidencia, poco menos que olvida que también hay otras Elecciones importantes, dejando al actual Alcalde como protagonista de la sombría página 40.
Eric se encoge de hombros ante la evidencia del hecho.
- Y por él ni lo publicaría, observa el pato.
- ¿A quién se le ocurre celebrar Elecciones? Pregunta el de la perilla a una lámpara que cuelga del techo.
- Exacto, asiente Eric que da un sorbito de agua.
- Si yo fuera el Business, no es que no le sacaría en el periódico, salta el de gafas, es que directamente lo montaba en el carro nocturno a ver si así nos le quitábamos de en medio.
Todos ríen algo más fuerte lo que atrae la atención de otras mesas contiguas que ya llevaban un rato con la oreja puesta.
- Mal medio para deshacernos de él, objeta Eric elevando la voz.
- ¿Y eso por qué?
Pregunta pajarita molesto por haber quitado mérito a la ocurrencia de su amigo.
- ¡Porque no tiene ruedas! Responde Eric provocando las risas de todo el salón y algún que otro aplauso a lo lejos. En su mesa le miran encandilados. Señores, continua con la mirada en la mesa “B”, pero de tal manera que todos le pudieran escuchar, no pongo en duda la gestión de LPO durante estos años, no soy experto, no puedo hacerlo. Pero estarán de acuerdo en que los sucesos ocurridos no son cualquier cosa.
- Si se refiere al último escándalo de corrupción, interviene rápido el de la perilla, sabrá que el responsable presentó su dimisión, pidió disculpas y todo salió a la luz.
Un pequeño barullo general corta el dialogo. Todo el salón sigue la conversación.
- Pues si, a eso mismo me refiero, reconoce Eric apagando los cuchicheos. Pero también quisiera dejar claro el hecho de que la corrupción es una manía que nunca seremos capaces de quitar al político.
Todos vuelven a reír. Las dos mesas y el salón al completo.
- Ha dicho usted una cosa muy interesante: Gestión. Dice con una voz segura que corta las carcajadas el del pato. Creo que es buen momento para resaltar, continua al ver que todos callan para atenderle, que a pesar de que todos son políticos, el Gobierno de la ciudad debe ostentarlo no ya el que profese esta o aquella ideología y sí un buen gestor.
Un nuevo barullo esta vez aprobatorio inunda la sala.
- Y el Alcalde, continua envalentonado pero sin dar muestras de ello en su tono, a pesar de las… “trastadas” de sus Concejales, ni ha visto ensuciado su nombre, ni le quitan mérito de la, según mi opinión, correcta función de gestor que lleva desarrollando durante años.
La mesa “B” irrumpe en aplausos y prácticamente las dos terceras partes del salón también.
- No lo puedo poner en duda, como he dicho antes, no soy experto, retoma la palabra Eric cuando el estruendo cesa un poco. Pero me van a permitir que siga con mi argumentación. El tipo de la pajarita le invita con un simple ademán y Eric que ahora si mira en rededor, para su espanto, reconoce la figura del terrible maître apoyado en la barra, los brazos cruzados, observando la función.
- Si el Business publica a regañadientes lo que dice el Alcalde, no ocurre lo mismo con el Citizen, quien no duda en abrir todos los días con una foto del Presidente y del candidato a Alcalde no ya abrazados, sino a punto del beso de tornillo.
- ¿Y acaso propone un mejor gestor para la Gran Ciudad el Consejero de Presidencia? Pregunta el de gafas cortando en seco la carcajada general apenas nacida. Un revuelo la sustituye al instante.
- Amigos, dice Eric en tono conciliador, no hablemos de buenos o de malos.
- Es cierto, interviene de nuevo el de gafas, hablemos de regulares.
- Yo más bien diría de malos y peores, apunta Sven que ya si se decidió a participar provocando la carcajada de todo el Restaurante.
Eric, viendo que el maître se lo estaba pasando pipa, se levanta resuelto y alza su copa llena por la mitad de agua con una mano, con la otra la botella con la que visiblemente rellena aquella y dice:
- Amigos, propongo un brindis. Todos le observan en silencio. Brindo porque en esta carrera gane… ¡¡el mejor!!
Y toma un gracioso sorbito de agua.
El brindis del Doctor Bauss provoca los aplausos de todo el público creando un estruendo casi insoportable. En medio del jolgorio el maître se acerca a la mesa común aplaudiendo y llorando de la risa. Coloca una mano en el hombro del tipo de la pajarita, la otra en la espalda de Frank y dice:
- Señores, elijan en postre que deseen. Invita la casa.
Y así, sin poder parar de reír vuelve a la barra y con un solo gesto pone a todo el mundo en movimiento para preparar café y el carrito de los postres. Y la cosa no acaba aquí. Mientras desvalijaban el carrito, otras mesas se fueron incorporando al corro creciendo el número de interlocutores y opiniones. Circunstancia imposible de narrar para un principiante como yo.
Llegado el punto, Eric mira a Rui y sin decir nada ambos se disculpan con el nutrido grupo de contertulios y salen de allí en busca de un café más cercano. Subiendo en el ascensor, Rui confiesa a Eric que la ocurrencia del carro sin ruedas le parece sublime. Este prefiere resaltar más que había dicho que no nunca nos íbamos a librar del Alcalde.
- ¡¡Es verdad!! Dice un Rui que rompe a reír.
Una vez dentro delante del café Rui comunica a Eric que llevaba toda la semana leyendo el periódico según “su criba”, como él la llama, y que cada día lo ve más nítido. Esto alegra infinito a su amigo.
- ¿Cómo llevas la investigación? Pregunta interesado.
- ¡Puff! Resopla Eric. Un jaleo. No paran de salir a relucir cosas nuevas…
- ¡Jaja! Ríe Rui. Eso mismo pensé yo el otro día en casa.
- ¿Ah sí?
- Sí. Levanté un cojín del sofá… ¡y no sabes lo que salió de allí!
Los dos ríen como imbéciles.
- Quedamos el sábado, ¿no? Pregunta Rui entre risas.
- Por supuesto, responde seguro Eric mientras toma un poco de café. Rui sonríe agradado y repite su gesto eclipsando la taza parcialmente su sonrisa llena.
- Pero no en el parque, dice Eric sorprendiendo a su amigo.
- ¿Ah no?
- No. En el Centro.
La cara de Rui luce de nuevo en todo su esplendor.
- Eric… llevo años sin ir al centro… Dice extasiado.
- Por eso mismo. Podíamos dar un paseo por allí el sábado por la tarde y luego ir a “Les Rideaux”, propone Eric tranquilamente.
- ¿Y por qué no por la mañana? Inquiere Rui sorprendiendo a aquel.
Eric duda unos instantes, pues pensaba dedicar la mañana a su investigación. Pero resuelve que esta idea es mucho más interesante.
- Muy bien, dice alegre. Quedamos por la mañana.
Ambos amigos, reparan en la hora y marchan no sin antes acordar verse el viernes y ya quedar para el sábado.
De camino a la consulta, Eric va contentísimo. Recuerda la conversación del Restaurante y vuelve a reír con sus ocurrencias y de cómo había transcurrido todo. Repara en que al ver el pato, no le invadió
el odio y que en ningún momento vio a la otra mesa como la rival. De ser haber sido así, no les hubiera abierto las puertas desde el primer “ataque”.
Toda la tarde estuvo de muy buen humor y al finalizar el día se dirige resuelto al Gimnasio con ganas de devolverle a Antonio la paliza. Al llegar al garaje, para su sorpresa, este había dejado una nota en su coche: “Estoy en el Gimnasio”. Esto no es normal. Los miércoles van directos al pabellón. Entra y le ve corriendo en la cinta. Al acercarse puede observar que tiene muy mala cara.
- ¿Qué pasa?
Antonio no responde. Solo consulta los mandos y decide bajar.
- ¿Una sauna? Propone exhausto.
- ¿Sauna? Pregunta Eric sorprendido. ¿Eso no es para los viejos?
- Sí. Dice Antonio sin dudar. Y para los que estamos de resaca…
- ¿Saliste ayer? Pregunta tontamente Eric.
- Un rato... reconoce Antonio al que se le escapa una sonrisilla.
Al llegar a la sauna, Eric repara en que no había nadie, de manera que van directos al lugar más alejado de la puerta. Más como manía que por necesidad. Ya sentado uno y el otro a punto de hacerlo…
- ¿Y donde estuviste?
- Donde siempre, dice sin fuerzas.
- ¿Con Juan?
Antonio asiente.
- ¿Le ayudaste a cerrar? Sonríe Eric.
- Claro. Lo barrimos y colocamos todo.
- ¿Y luego a casita?
Antonio sonríe de nuevo.
- ¡Qué dices! Luego fuimos a tomar la última a otro bar.
- ¿A qué hora te has acostado? Pregunta Eric escandalizado.
Antonio arquea las cejas, dejando responder a sus ojeras.
- ¿Y como sigues vivo?
- A base de café, bosteza. Bueno cuéntame, ¿cómo va la investigación?
- ¡Vaya! Te veo interesado.
- ¿No te dije el otro día que me parece muy interesante? Inquiere algo molesto dirigiendo pesadamente la mirada hacia la otra parte de la sauna, pero solo para cortar la serie de preguntas tontas que Eric llevaba rato formulando.
- Cierto, responde Eric que comienza a cargar toda la información.
Antonio le mira curioso invitándole a que soltase prenda.
- Bueno he pensado lo que me dijiste el otro día de no atar con el nudo de la Ciencia cabo alguno…
- ¿Y? Interrumpe Antonio.
- … pues que no lo veo del todo lógico.
Termina la frase denotando desconfianza en la reacción de su amigo.
- ¿Lógico? Pregunta este levantando la voz. ¡¡Venga ya!!
Eric le mira ahora sorprendido. Se huele que está de coña.
- Vamos a ver Antonio, dice incorporándose un poco y tornando el torso para mirarle directamente. Antonio está poco menos que sentado sobre su espalda con el cuello todo doblado contra la pared. ¿Cómo voy a demostrar nada sin la ayuda de la Ciencia?
- Vamos a ver Eric, repite este mirándole y acompañando su frase de un simple gesto con la mano. ¿Pero tú qué narices quieres conseguir demostrando nada con la ayuda de la Ciencia?
- ¡¡Coño!! ¡Que se sostenga!
- ¿Que se sostenga? Inquiere de nuevo Antonio quien ahora cree que es su amigo quien esta de cachondeo.
- ¿Ah no? Pregunta Eric exaltado.
- ¡¡Joder Eric estas en la puta parra!! Resuelve con desgana.
Eric calla. Le mira mal.
- ¡No me mires así eh! Avisa señalándole con el dedo índice de la mano que ya tenía alzada.
- ¿Cómo quieres que te mire?
- Eric, amigo, tienes que reconocer que la Ciencia no es una verdad absoluta.
- ¡¡Pero como que no!!
Exclama Eric que ya piensa en levantarse y dejarle allí que durmiera la mona que falta le hacía.
- Pues claro que no, responde Antonio tranquilo como un perro guardando la puerta tumbado al Sol de la mañana.
Los dos se miran. Eric lo hace de manera desafiante y Antonio con la mirada entrevelada como consecuencia de la falta de sueño.
- Eric, retoma tranquilamente, ¿tienes miedo de que no te crean o qué?
- Antonio, no es miedo. ¡Es necesidad de demostrar!
- Entonces, según tu, dice este que fija sus ojos en los de su amigo, ¿no crees en nada que no esté científicamente demostrado?
- ¡¡Pues claro que no!!
Grita Eric que no se cree que tenga que andar todavía explicando estas cosas.
- Entonces, ¿no crees en Nuestra Madre Diosa Democracia?
Un rayo hace impacto este mismo instante en el Doctor Bauss que cae inerte cual tronco contra la pared. Su cabeza choca y queda postrado de manera terrible sobre media cara y un hombro. Su mirada se dirige justo donde lo hacía en el momento de la diana. Con la diferencia de que antes veía a su amigo y ahora, el infinito.
- No creo que exista organización mayor en el mundo que la Religión amigo y, curiosamente, continua Antonio muy despacito, no necesita de prueba alguna para sostenerse. Es más, si fuera agua, la Ciencia seria aceite.
Y le deja pensar.
Y vaya si tiene que pensar. De entrada ve claro que todo el aparato estatal, todo el Gobierno y por ende, todo el “Poder”, ese “Poder” al que había jurado venganza, se sostiene del aire. Solo de eso. Pero aun hay más. Ese “Poder” es eso, el “Poder”, sencillamente porque él lo dice. No existe formula o Teoría donde se apoye. Que lo demuestre fehacientemente. Y simplemente porque así es como lo hemos aprendido.
Y por si fuera poco, una última idea atraviesa su mente recogiendo todas estas conclusiones, metiéndolas en un saco y escribiendo claramente una palabra en él: Superstición. Eric consigue enfocar ya a Antonio a quien estos instantes de pausa en medio del vapor por poco no le habían vencido. Repara en su figura terriblemente machacada por los excesos de la noche anterior y le dice:
- Muy bien Antonio (este bosteza al tiempo que abre un ojo para atenderle) de manera que si fuese poco el tema de los prejuicios, ¿ahora también salen a relucir las supersticiones?
- No te las puedes dejar atrás, se encoge de hombros. Dime, ¿generan ellas también una respuesta automática y no razonada en el individuo?
- Vaya, dice Eric volviendo a sus meditaciones, jamás había visto la Ciencia como prejuicio.
- Claro. Lo que pasa es que no es prejuicio “malo”… por así decirlo. No sabría cómo llamarlo…
- Es un prejuicio positivo, apunta Eric.
- ¡¡Eso!! Se sorprende Antonio que da un chispazo de vida a su cuerpo. Estamos bien dispuestos a creer en lo que se nos demuestra por medio del experimento.
- Joder Antonio, ¡pero eso es una contradicción!
- Pues claro que lo es, responde tranquilo, siempre y cuando lo sigas mirando desde tu prejuicio positivo, como tú bien lo llamas.
Eric queda pensativo pero por lo menos ya ha vuelto a insuflar vida en el árbol caído.
- Todavía no lo tengo muy claro, la verdad. Confiesa.
- ¿Cuantas pruebas necesitas para creer en la Democracia? Pregunta Antonio que busca con su mirada la de su amigo que anda por el suelo de la sauna perdida.
Ahora este lo ve claro.
Antonio levanta un poco la cabeza como para ver quien pasaba por la puerta que guarda mientras su cuerpo sigue franqueando el paso a la casa. Adivina que Eric ya va desarrollando la idea y le ofrece de nuevo una mano para hacer rodar la pesada losa de la Educación.
- Al igual que la Democracia tiene una hija en la Tierra (La Constitución), La Ciencia tiene un hijo: el Empirismo. Y tú Eric, continua, crees a pies juntillas tanto en la una como en otro, ¿cierto?
- Sí. Asiente rápidamente con la cabeza mientras choca su vista con la de Antonio y huye esquiva.
Antonio hace una pausa. Mira a su amigo. Eric cavila. Reflexiona sobre cómo puede haber creído siempre en semejantes postulados no ya distintos, sino que se anulan el uno al otro. De nuevo los contrarios a escena.
- Entonces… ¿prejuicio y superstición? Pregunta ahora si mirando fijamente a Antonio.
- Eso parece.
Se encoge de hombros.
- Así que… ¿tú no crees ni en la Democracia ni en la Ciencia? Se aventura a suponer reticente.
- ¿Cómo que no? Pregunta dolido.
- No lo entiendo... sacude Eric la cabeza atestiguando su desorientación.
- ¡Yo creo en los dos! ¿Acaso no soy un ser social y sociable?
Pregunta Antonio levantándose algo al ver que uno se acercaba demasiado a la puerta.
- La Cultura… resuelve Eric.
Ambos se sonríen satisfechos.
Tras su numerito en Villa Mancuso, Phillip sabía que había subido un nivel.
Una fase de su Plan estaba superada. La siguiente acaba de comenzar. El saberse recorriendo su camino y estar haciéndolo bien, le producía una sensación extraña. Esta sensación estaba producida por su sangre envenenada, que le bullía al tiempo que recorría a toda velocidad por sus venas. Hasta el punto de no poder ni dormir.
Su cabeza, en estado de letargo durante la primera fase del Plan, ahora no paraba. No le permitía conciliar el sueño. Le hablaba, le explicaba, le presentaba situaciones y le decía qué palabras debería utilizar. Con quien y cómo le debería hablar.
Phillip permanecía las noches enteras con los ojos abiertos y la mirada fija, como si estuvieran proyectando la televisión en el techo de su habitación. Sin parpadear. Solo respirar. Interiorizaba cada imagen que su cabeza reproducía en sus retinas. Cada palabra y cada gesto que debía hacer. Revivía acontecimientos que se producirían en el futuro como si ya se hubiesen producido en el pasado.
Como si fuesen recuerdos de algo que va a pasar.
Sabía de sobra que al igual que una orquesta necesita de percusión, cuerdas y vientos, el Gobierno de todo grupo humano, necesitaba también de todos sus efectivos. De todos sus músicos. De todos sus instrumentos.
Durante la fiesta de Villa Mancuso, en una de sus múltiples visitas a todos los corrillos, “coincidió” con el Redactor en Jefe del “Correo de la Mañana”. Y a pesar de no obviar en ningún momento la animada conversación que mantenían sus integrantes al incorporarse al grupo y que a Phillip le traía infinitamente al pairo, consiguió sacarle un par de frases al Redactor en Jefe con una sencillez y precisión que ya le gustaría al mejor de los cirujanos con su mejor bisturí.
- Dicen que la cosa está fea..., suelta Phillip al oído de este que se encontraba a su lado sin que nadie más le escuchase.
- Mucho... responde escondiéndose tras su copa de champán.
El Redactor rápido observa de arriba abajo a su joven interlocutor y sin haberle visto nunca antes, siente en su mirada, en sus gestos y en su tranquilidad que es uno de los peces gordos en la sombra. Y entiende que le están entregando un mensaje.
- La fiesta está muy animada, sonríe Phillip como haciendo un comentario trivial.
El Redactor en Jefe intenta leer entre líneas y asiente:
- Es cierto, hace un día estupendo, responde meciéndose cándidamente al compás del piano que envolvía el ambiente.
- Y ya sabemos qué resultado puede provocar...
Algunos integrantes del grupo sonríen al creer que Phillip hablaba de otra cosa, pero el Redactor en Jefe, solo asiente. Como si hubiese entendido el mensaje.
Y antes de poder hacer otro comentario, Phillip, retomando su tono íntimo, se le adelanta:
- Preguntas y respuestas. Congélame a la peña.
Dicho esto, desaparece.
El Redactor en Jefe, no queda demasiado tranquilo y tras dejar correr un rato en el que no hacía sino buscar con la mirada a un Phillip que parecía haberse evaporado, marchó en busca de su anterior Jefe: El Redactor Jefe del Bussines.
Al contarle lo sucedido, este se extrañó mucho. El Partido no suele utilizar estos métodos. De todo lo sucedido el Redactor del Correo solo recordaba dos cosas vividamente: Congélame al público y preguntas y respuestas.
Y por supuesto, Phillip Van Nemen.
Después de la ducha en la que solo Antonio habló, van en busca de sus coches.
Eric no paraba de darle vueltas. Realmente es un hueso duro de roer. Recuerda las palabras de Antonio: “Si me fascina es porque es un tema complejísimo…”
Ya casi llegados al coche de este que estaba primero, mientras cuenta a Eric que le espera un final de semana mortal, se palpa en todos los bolsillos en busca de las llaves de su vehículo que parece que no encuentra.
- Pues eso, le cuenta, mañana por la tarde tengo que ir a visitar a un cliente… menos mal que es aquí en la ciudad… Eric no le escucha, está más preocupado de ver si da con las llaves o no. Y con lo que me jode porque huele fatal el Polígono ese… continua haciendo resonar su voz por el parking subterráneo donde no quedan apenas coches.
De pronto las encuentra, al segundo abre la puerta y se mete directo en el coche mientras sigue:
- Oye, el sábado nos vemos en “Les Rideaux”, ¿no?
Eric queda muy sorprendido por el cambio súbito de tema. Quiere decirle que si, incluso que había quedado con Rui…
- … y el viernes viene otro cliente a ver…
Y ya no escucha más. Solo el portazo. Ve cómo arranca y ya en marcha se despide con el gesto de “ya te llamo yo”. Eric esta pasmado. No entiende nada. Pero al segundo cae en la cuenta: Antonio solo buscaba una excusa para tener que llamar a la consulta y escuchar la voz de Mary mandándole a la mierda.
- El muy cabrón, dice Eric sonriendo.
Por si fuera poco con todo lo que cargaba Enzo, nada más volver al trabajo después del apacible almuerzo en el que en ningún momento participó en la conversación por saber de sobra cómo funciona ese monstruo de dos cabezas también llamado Política-Prensa con el que no hay quien pueda, un sobrecito escondido entre el correo llamó su atención.
Pequeñito, como si escondiese una simple nota, blanco, ni señas ni remitente. Nada más verlo, corrió a cerrar la puerta de su despacho y con la espalada apoyada sobre ella y a pesar del temblor de sus manos, consiguió abrirlo.
El mensaje era escueto. Solo dos palabras. Un nombre y un apellido.
Es decir, su nombre y apellido verdaderos.
Por su parte Phillip está enfadadísimo.
Pese a que su apariencia exterior es inmejorable manteniendo en todo momento su sonrisa de foto y dando ánimos en espíritu a todo su equipo que no para como sí esas personas fuesen en realidad autómatas programados para no hacer sino andar de acá para allá sin descanso posible llegando al
punto de obligar a preguntarse por qué les han puesto piernas y no ruedas, Phillip está más enfadado que nunca.
Su Plan peligra.
Falsear las encuestas debía haberse hecho mucho antes. Pero Phillip no se lamenta de la tardanza sino por haber confiado algo tan importante a dos putos periodistas analfabetos que han necesitado de un jodido mes para descifrar sus intenciones.
Consulta la fecha en el ejemplar del diario que saldrá mañana. Solo queda un mes y medio para las Elecciones... Phillip sabe que no es suficiente.
CAPITULO VI
El viernes (si, el viernes pues el jueves Eric se lo tomó de asueto en cuanto a la investigación – que ya me podía haber avisado…) pasa toda la mañana esperando a la hora de comer para ir al Restaurante y ver a Rui. Y para su sorpresa no solo se encuentra con el mismo tema de siempre, sino que vio como el número de comensales se había incrementado, pues la mesa “B” se había integrado a la “A”. Derivando el ánimo de Eric y no solo parcialmente.
Recompone su sonriente semblante y disimulando la pregunta que estaba pensando (¿pero qué coño ha pasado aquí?) dice:
- Vaya, esto sí que es una sorpresa.
Evidentemente lo que más le molesta de todo es que ya, sin lugar a dudas, sin opción a alternativa, el tema de las sobremesas seria por siempre jamás… Política.
Por mi parte, como tampoco esperaba nada de esto, no me he molestado en investigar quiénes son estos caballeros. Lo que me obliga a seguir refiriéndome a ellos de la misma forma que en el capitulo anterior. Forma que no es la correcta, por esto prometo el próximo día llamarles por sus nombres. ¿Que para eso los tienen no?
Si es que no se presentan ellos mismos ahorrándome así el trabajo…
A Eric le toca justo enfrente del pato. Y mira a Rui que está a la derecha de Pajarita. Para no verla. Luego observa que Perilla se encuentra entre John y Enzo y que a su izquierda están las gafas que le separan de Hans y Frank. John, que siempre hace como de anfitrión, rápido explica a Eric que ayer estos caballeros pidieron permiso para sentarse al ver que tanto su silla como la de Sven estaban vacías. Por supuesto accedieron y hoy ya disfrutan de una mesa acorde al número de personas.
- Le echamos ayer en falta Doctor Bauss, saluda el de la pajarita con su sonriente mueca que parece traer de serie.
A lo que Eric solo le devuelve el gesto escondiéndose rápido tras el menú lamentándose de su mala suerte.
Puntualizar que el tema del día es: encuestas. Por lo visto, el “Correo de la Mañana”, diario de segunda, amiguete del Business, había publicado una encuesta encargada a una consultora independiente para “tomar el pulso” al ambiente electoral.
Según los resultados de la intención de voto, no hubo sorpresa. Pues en todas las encuestas anteriores se reflejaba lo ajustado del resultado. Esto en cuanto a las Generales. En cuanto a las locales sí se ofrecía un dato extraño: El “Partido de la Libertad”, prácticamente “a priori” era claro vencedor. Lo que desde luego no había pasado inadvertido durante toda la mañana a nadie.
- Como comprenderán, interviene el Pato claramente molesto, esta encuesta no ha debido publicarse así como así, ya que no se acompaña de ningún análisis político en profundidad.
Este comentario fue en un principio achacado a la poca gracia que le hace.
- A mí también me resulta muy raro, secunda Pajarita, que después de no menos de 10 encuestas en las que todos los resultados estaban casi calcados, ahora publiquen esto y, como dice Lars, no se acompañe de un análisis serio aclaratorio.
El silencio prudente reina en la mesa y me da tiempo para apuntar que el Pato se llama Lars.
- A no ser que lleven segundas intenciones, salta Rui sorprendiendo a todos. Eric le mira absolutamente extrañado.
- ¿Cómo? Pregunta Perilla.
- Bueno, todos sabemos que el “Diario de la Mañana” se caracteriza por ser afín a LPO, ¿cierto? Explica Rui. Un silencio expectante le invita a seguir. Yo creo, continua tras la pausa, que esto no es sino una maniobra para “condicionar” y quiero resaltar bien las comillas, el resultado final.
Después de un mínimo segundo de reflexión común, Gafas dice:
- Hombre, la verdad es que algo de razón tiene nuestro amigo Rui. Consiguiendo que todos le miren expectantes. ¡Claro! Todos sabemos que la decisión del Alcalde no ha gustado a nadie en LPO y quizá les interese que no gane.
De nuevo el silencio que rápido rompe Pajarita mirando a su amigo como si estuviese de broma.
- ¿Pero cómo no van a querer que gane?
Todos le miran diciendo: “¡Venga ya!” Ahora quien rompe el silencio es John quien parece no poder despegar ni las manos ni sus ojos de la carta:
- Pese a ser cierto que la decisión del Alcalde no ha sido la más conveniente, objeta educadamente, hablamos de la Gran Ciudad. Es la Alcaldía más importante del país.
Aprobación general.
- ¿Y si todo fuera una prueba? Pregunta misterioso Hans. Si se ha publicado solo para… “¿pinchar?”
- ¡Pues puede ser! Entra al trapo Perilla. Después de tanto empate quizá interese saber cómo reaccionará el electorado en la siguiente encuesta tras estos resultados.
- De manera que la siguiente será la realmente importante, concluye Hans.
Esta nueva perspectiva gusta mucho a la mesa que a pesar de tener todos los menús abiertos de par en par, no les hacen ni caso. Ni a ellos ni a los camareros que disimuladamente lanzan miradas libreta en
mano a cada viaje que dan de un lado al otro del salón. Muchos comensales ya están servidos y disfrutan de un apacible almuerzo. Pero estos están en Babia.
- Porque imaginad, interviene Pajarita buscando respuesta en todos sus compañeros a la vez, ¿qué pueden ocasionar estos resultados?
- Pues la idea de la que la Alcaldía ya está resuelta, responde Rui muy dicharachero para lo que es él.
- ¿Y a qué estrategia obedecería esto entonces? Vuelve a preguntar Perilla.
- ¿A quitar importancia a las Elecciones a la Alcaldía? Propone Lars.
- Que no es más que lo que lleva haciendo el Business desde el principio, aclara Frank muy callado hasta este momento.
Todos se felicitan por la conclusión hasta que Eric dice lo más amigablemente que se puede decir lo siguiente:
- Entonces, interviene como si no fuese con él, LPO quiere que el Alcalde pierda.
Y sigue a lo suyo hasta que el silencio le hace levantar la cabeza. Comprueba que todos le miran. Unos lo hacen con mala cara. Otros, con la peor.
- ¿No es la conclusión que sacan ustedes? Se defiende.
Todos repasan para sí la conversación y poco a poco las caras de contrariedad van relajándose.
- Un momento, interviene John. Las Elecciones a la Alcaldía condicionan también el resultado de las Generales, ¿no?
Se pide una explicación ante esta observación.
- Claro, dice Rui haciendo girar todas las cabecitas a la vez. El voto movilizado en contra de LPO en la ciudad también repercutiría en el Estado.
- Quien votase al “Partido de la Libertad” solo para castigar a LPO aquí, añade Pajarita, lo haría tanto para el Gobierno de la Ciudad como para el de la Nación.
- “Tocando” unas, se “tocan” las otras, resuelve Gafas.
- Sí, pero ¿cómo afecta esta encuesta ya no solo a las locales sino también a las Generales? Pregunta Frank.
- Pues porque si las locales no importan al estar ya resueltas, responde un Enzo que ya no podía morderse por más tiempo la lengua, tampoco las otras.
Perilla, que llevaba largo rato callado y mesándose su blanca barba interviene así:
- Y sí, creo yo que tampoco lo sé. Y si dando una victoria clara a “Libertad” mediante la encuesta… ¿no se la estuviera en realidad quitando?
- < ¿Como?> Preguntan no menos de cinco caras a coro.
- Veréis, retoma incorporándose un poco sobre la silla. ¿Cuándo acude todo el electorado a votar en masa? Cuando la cosa esta reñida.
- ¡Vaya! Exclama Hans imitando el gesto de perilla sobre su desnudo mentón.
- ¿Y si al darle la victoria al “Partido de la Libertad”, continua aquel, el electorado indeciso directamente se olvidase del tema y no votase? Porque está claro que votarían en contra de “LPO”.
- ¡Cosa que nadie quiere! Dice inconscientemente en alto Pajarita provocando una sonrisa general.
- De manera que si solo aquellos que siempre votan lo hacen… el resultado será siempre el mismo, ¿no? Interviene John obligando a Eric a dar un respingo en su silla.
- Es más, añade Rui dibujando en su rostro una sonrisa que da todo a entender, apartando a los que sólo votan “cuando la cosa esta reñida”, ya sabemos cuál será el resultado en la ciudad.
Todos le miran. Todos se sonríen. Sienten que la conclusión a la que han llegado es muy esclarecedora.
Eric mira a Rui. Este a su amigo que no sonríe, al contrario que aquel y que toda la mesa. Este no puede disimular su satisfacción al ver cómo había dado en la tecla. Ambos mantienen la mirada. Ambos sienten la misma emoción. Lars mira a Eric y tomando su copa dice:
- Señores, les pido que terminen sus bebidas y rellenen las copas de vino. Propongo un brindis.
Todos repiten el mismo ritual. Vacían las copas de vino unos, de agua la mayoría y al igual que Lars se ponen de pié con el brazo que las sostienen estirado.
- Amigos, brindemos no sólo por la gran charla que hemos mantenido, continua solemne incrementando a cada palabra su sonrisa, sino porque si hubiéramos seguido apartados los unos de los otros, jamás se hubiera producido.
Todo el Restaurante que desde hacía unos minutos seguía la conversación que crecía en intensidad aunque los protagonistas no lo percibían, rompe en aplausos y las mesas contiguas comienzan a expandir los ecos de las conclusiones por la totalidad del salón. La mesa común toma asiento y dos camareros toman rápido los pedidos que se ponen rápido en marcha.
Durante el almuerzo siguen charlando sobre el tema, pero ya más recreándose que indagando.
Una vez concluido, Rui y Eric se disculparon educadamente y marcharon no sin antes prometer que el lunes seguirían la conversación. Cosa que a Eric no le gustó un pelo. En la cafetería Rui está exultante. Ya no solo por lo que habían desenmarañado entre todos, sino porque veía cómo las ideas de Eric no eran la locura que en un principio creyó.
- Eric, reconozco que has dado en la diana.
Confiesa sonriendo ostensiblemente.
- ¿Cómo?
- Cuando el miércoles se juntaron las dos mesas, continúa con el tono un poco tomado por una ligera vergüenza, me dio un poco de reparo. Y si me mantuve al margen no fue solo por el tema de la pajarita…
Eric ríe y contagia a Rui.
- Sino porque no sabía bien a bien cómo iba a salir la cosa, concluye agradeciendo con la mirada al chico que les acerca el café.
- ¿En qué sentido? Pregunta Eric abriendo el primero de los dos sobrecitos de azúcar.
- No sé… Niega con la cabeza. Vi el pato y el ataque y al momento me puse a la defensiva.
- Los símbolos Rui… Recuerda Eric. Olvídalos.
Aconseja ahora.
- Exacto. Afirma Rui. Ayer cuando se acercaron yo pensaba que sería solo para saludar. Pero al ver que era para sentarse también me escondí, continúa explicando con la mirada fija en el café que remueve. Luego vi para mi sorpresa, que nada nos separa de esos caballeros.
- ¡Solo un jodío pato barbudo! Resuelve el misterio Eric con desdén.
- Claro Eric. Es más, puedo decir que la charla de ayer fue de las mejores. Nunca habíamos disfrutado de las dos opiniones. Eric sonríe al ver cómo crece la emoción en el discurso de su amigo. De manera que solo me sale agradecerte que me contaras todo lo de los símbolos.
Los dos amigos se miran y se sonríen en silencio.
- Bueno, dice este último, ¿mañana a qué hora?
- Pues no sé… ¿a mediodía?
- De acuerdo. ¿Quedamos en la estación de metro?
Rui sonríe todavía una vez más. Así quedaban siempre.
De camino a la consulta al Doctor Bauss le chirrían los dientes. A continuación de lo que dijo John, se da cuenta de que existe un segundo tipo de votante: el que no vota y cuando lo hace, decanta las Elecciones.
Si podemos encontrar los que siempre votan a uno en contra del otro, ya tenemos un tipo. Y claro, siempre votará lo mismo. Ahora bien, quedan los indecisos que a consecuencia de aquellos tienen las Elecciones en la palma de la mano.
- “Cuando la cosa esta reñida… Piensa. ¿Y quien hace que “la cosa esté reñida?”
¿Los políticos para atraerles? Se responde a sí mismo. Estos votantes solo ejercen su Derecho cuando se les envalentona. Cuando ven que de verdad hace falta un cambio y claro, según las circunstancias todo indica que esta vez serian atrapados por el “Partido de la Libertad” en la ciudad y, por supuesto, en las Generales.
Aquellos quedarían hechizados por los cantos de sirena del “Partido de la Libertad” proponiendo cambios que limpiasen las altas esferas y les votarían solo por estar asqueados de los años de chuleo de los mismos. Chuleo que apesta y te obliga a no votar “porque para qué”. Luego una vez con este voto en el bolsillo y en el culo en el asiento del Alcalde, olvidarían a este electorado y a vivir la vida porque todavía les quedaría la masa de votantes “incondicionales” de guardaespaldas.
Cuando llega a la consulta oye desde el pasillo el teléfono. Su segundo berrido y la cálida voz de Mary. Para al momento escuchar cómo el auricular choca violentamente contra el aparato. Entra sorprendido y al ver la cara de su ayudante no necesita de más explicación. Piensa en llamarle después. O mejor ni llamarle. Sabe que a las 19.00 estaría en “Les Rideaux”.
Phillip no recordaba ni cuando fue la última vez que comió. No hablemos ya de dormir si quiera un par de horas. A pesar de esto, nadie podría decir que hubiera algún problema dentro de algo tan inmejorablemente envuelto.
Tras haber mordisqueado un sándwich de huevo en una cafetería perdida en las profundidades de la tierra, se le ocurrió una idea.
Esta idea no era fruto de la reflexión o de la lógica, no. Ni mucho menos. Sino más bien consecuencia de la más absoluta desesperación. Su Plan peligraba. Esto le cerraba el estómago y le impedía dormir, lo que originaba toda una serie de efectos terribles en su cerebro.
Hasta el punto de hacerle ver como brillante una estratagema hasta el día de hoy, de estúpida e insensata, jamás vista.
Convencido, se levanta de su mesa en dirección al teléfono público que cuelga de la pared, levanta el auricular e introduce un par de monedas. Tras un par de tonos...
- ¿Sí?
- ¿Oye?
- ¿Quien eres?
- Phillip.
Una pausa tensa se produce al otro lado de la línea, de fondo se oye un bebé llorar desconsoladamente.
- ¿Qué quieres?
- Necesito tu ayuda.
Nueva pausa aun más larga y todavía más tensa.
- No te preocupes, continúa Phillip. Es un trabajo fácil.
- ¡Ya! Eso mismo dijiste la última vez.
Phillip frunce el ceño, pero se controla.
- ¿Todavía tienes tu querida cámara de fotos... o has tenido que venderla?
Phillip sonríe sabedor de haberle herido en su orgullo.
- No, aun la tengo... ¿Por qué?
- Vale. Necesito dos personas. Dos personas con las que me reuniré en un lugar y hora precisas. Puedes llamar a tu primo, él me servirá.
Tras una duda:
- Hum... verás Phillip no creo que pueda ayudarte esta vez...
Su voz, que ardía sin fuerza, termina por apagarse. Phillip explota:
- ¿Ah no? No sabía que alguien que está en el paro que debe dar de comer a su mujer jonkie y pagar el tratamiento de su hija enfermita, pudiera permitirse el lujo de rechazar un curro.
Y tras echar otro par de monedas, Phillip continúa explicando los pormenores a su interlocutor.
Tras pasar las dos consultas, Eric se va directo a casa y una vez allí propone ir el domingo los tres de picnic. Lo que es muy del agrado de Anne y Amy. Quien solo pone una pega: Ir a otro parque. Lo que se resuelve acordando ir al Fuerte todo el día. Así, si se aburrían, tenían el Centro a tiro de piedra.
Pero la noche no llega por igual a todos los lados de la Gran Ciudad.
Tras haber pasado la tarde recorriendo su despacho cual tigre enjaulado, Enzo había incluso perdido su expresión humana. Su rostro se había afilado hasta un punto que daba miedo y su garganta se sentía inútil, reduciendo sus funciones al más que simple y estricto gruñido animal.
Había llegado al punto de ni poder tolerar lo que le descubría su mirada. De un lado, toda iluminada, la Aglomeración Sur. Del otro, sumido en sus propias tinieblas, su despacho. Sus dos vidas frente a frente. La antigua y la nueva.
Pero pronto se da cuenta de que no era cierto. Ninguna de estas dos vidas había sido suya.
Enzo conservaba sólo un par de recuerdos de su vida antes de ser acogido por P.R. Recuerdos de algo que no recordaba. Momentos de su vida que no sabría decir si los había realmente vivido o imaginado.
Recuerda la calle, eso sí. Lo que no recuerda es por qué se vio en ella. No recuerda sus padres. No sabe si viven o no. No podría decir si siendo pequeño murieron y por este motivo se vio sin techo. Simplemente no puede remontarse más allá de su encuentro en aquel nevado callejón con Pierre.
Por no saber, no sabe ni cuando ni donde nació. Desde siempre, su suegro le había felicitado un día en concreto. Incluso había hecho alguna que otra fiesta.
Pero en realidad lo que celebraba era el día que conoció a Enzo.
CAPITULO VII
El sábado por la mañana, estuvo haciendo tiempo en casa de cháchara con su familia hasta que vio oportuno salir para llegar a mediodía al centro. Una vez allí, ve a Rui en la estación de metro, quien confiesa haber llegado hacia ya una hora para poder dar una vueltecilla por el Casco Antiguo. Una vez los dos amigos en superficie, deciden tomar un café antes de dar la vuelta planeada.
Entrando en la primera cafetería que ven.
Dicho local luce un bonito toldo verde oscuro que resalta su nombre escrito en letras blancas: “Café del Centro”. Todo está decorado hasta el último detalle: Las paredes por completo atestadas de cuadros y fotografías antiguas de la fachada con su toldo además de varias pinturas al óleo. Las mesas, pequeñitas, redondas y con un pié de hierro ricamente labrado imitando el tronco de un árbol que ascendiendo se divide en tres ramas que sostienen la tapa.
Dichas mesas se encuentran repartidas por doquier en cada unos de los cuatro apartados en que el salón es dividido por otras tantas columnas forjadas que representan árboles con sus hojas y todo. A modo de zócalo se ofrecen cómodos sillones de madera envejecida que contrastan con el poco blanco que deja escapar tanto marco colgado de las paredes, el techo, que muestra sin tapujos sus vigas también envejecidas y los cojines colocados encima de los asientos para hacer más agradables los continuos aterrizajes de la clientela.
Tanta madera, tanta forja, tanta oscuridad no suponen ningún problema puesto que aquí si llegan los rayos del Sol quienes a través del amplio ventanal acuden a la cita de los sábados por la mañana, para por la tarde atender sus otros múltiples compromisos.
Al llegar a la barra, después de tomar nota, el camarero les pregunta si lo tomarán dentro o fuera. Cosa que les sorprende muchísimo.
Y es que no habían visto que otro chico estaba colocando bajo el toldo unas sillas y mesas que centelleaban de alegría al recibir las caricias del Rey del cielo. Tan a gusto se encontraron tomándose el cafelito allí fuera que sencillamente lo califican de “lujazo”, más aun al reparar en lo acostumbrados que ya estaban a no hacer más que ir de un garaje a otro. Ya que tampoco les quedaba otra, la verdad.
El cafelito al Sol se termina (lástima), pero rápido se dan cuenta de que tenían todo el día para ver el Centro, donde tanto tiempo hacia que no iban a nada. Simplemente comienzan a caminar y ya el solo hecho de que tras el escaparate hubiese una tienda, obligaba a entrar. El número de paseantes había crecido sensiblemente desde que salieron del metro hasta que dan los primeros alegres pasos que los internan por el Centro donde lo que más les llama la atención es que haya coches aparcados en la calle.
- Está todo igual, ¿verdad? Pregunta Rui encantado.
Eric solo le copia la sonrisa y lanza miradas a todas partes al reparar en que también hay circulación.
- No entiendo porque hemos dejado de venir aquí Eric, continua en tono de reproche. O a un parque.
- Yo tampoco Rui, reconoce suspirando. No tengo ni idea.
- ¿Será porque ya no tenemos edad? Inquiere Rui algo filosófico.
- ¿Y por qué no íbamos a tenerla? Responde Eric muy mosqueado.
- No sé…
- ¿No estás disfrutando? Se dirige Eric a su amigo mirándole directamente. Rui había agachado la cabeza bajo el peso de la idea haberse hecho viejo. ¡Pero es solo la idea Rui!!
- ¡Muchísimo! Responde este dirigiendo ahora su mirada a Eric.
- ¿Ves? Solucionado, resuelve Eric. Todavía estamos en edad.
Rui sonríe como respuesta al tono alegre de su amigo que le fuerza a continuar.
- No sé por qué ya no venimos... el caso es que aún estamos a tiempo de retomar todo aquello que nos gustaba y que como ves, nos sigue gustando.
Eric termina la frase mientras observaba un balcón haciendo esquina ricamente adornado por dos estatuas de mujer.
- ¿No crees? Insiste al no obtener respuesta.
En este momento repara en que hablaba solo.
Su amigo había desaparecido. Lo busca por todos lados hasta que ve una gigantesca sonrisa dentro de un escaparate. Es Rui, a quien la tienda había absorbido. Eric comprueba el tipo de negocio: Una librería. Si antes el café estaba decorado hasta el límite, ahora se encuentran en el ambiente más espartano que podáis imaginar.
Las paredes, despejadas de todo detalle, otorgan solemnes el protagonismo a la miríada de libros expuestos en una serie de estanterías de madera oscura a juego con el escandaloso suelo. Al fondo un pequeño mostrador escondido a simple vista y casi sostenido en el aire, pues todo el soporte de tablas está poco menos que carcomido, en el que se apoya sin cuidado ninguno el dueño.
Se conoce que lo hace de la manera justa para no hacerlo caer. Este hombre luce una cara amable en la que unas gafas con pequeños cristales y gruesa montura se asoman desde la misma punta al precipicio de la nariz sin miedo alguno pues se servirían de una gran sonrisa a modo de red en caso de caída al vacío. La atmósfera se encuentra saturada por la mezcla del incienso con la sabiduría.
- Buenos días, saluda desde el fondo.
- Hola, dice Eric. Rui flota.
El librero vuelve a su libro y deja que ambos amigos curioseen todo lo que quieran por esos estantes atestados de historias unas más modernas que otras, pero ninguna pasada de moda.
Rui los toma como si fuesen flores que por el solo hecho de tocar para poder creer, rompemos sus pétalos. Eric reconoce muchos autores que siempre admiró, otros a los que siempre quiso conocer y alguno del que es la primera noticia que tiene. Y al verlos compartiendo mesa quisiera también leer.
Mientras hojea un librito de unos de estos autores, ve la cara de Rui. Esta mucho más que contento. Y rápido sabe que era lo que le pasaba por la cabeza.
Tras toquetearlo todo, los dos se despiden del dueño quien amable, hace una pausa de su silenciosa lectura para saludarles cordialmente y volver rápido a sus asuntos. Y allí se queda al cerrarse la puerta para no dejar escapar nada del aroma.
- Qué maravilla Eric...
- Desde luego.
Siguen el paseo y llegan a un pequeño parquecillo que regala el olfato a la vez que atrae la curiosidad con el sonido de un curso de agua. Descubren un verde manto perlado con mil fragantes colores y atravesado por un mínimo paseo que a su derecha deja correr un escandaloso regatillo. Este va a esconderse tras unos juguetones arbustos que disimulan poniendo cara de no saber de qué va la historia.
- ¿Sabes qué he pensado?
- <No>
Niega Rui con la cabeza.
- Que mucho querer volver a escribir pero…
- Todavía no te has puesto, termina la frase aquel rompiendo los dos en carcajadas según se sentaban en un banco desde el que se observa correr el agua.
- No te preocupes por eso, continua Rui. Eric atiende. Escribir no es algo que se haga así como así… ya lo sabes.
- Es verdad. Pero como hace tanto… las ganas me pueden.
- Eso es bueno, sentencia Rui. Pero sabes, porque lo hemos hablado muchas veces, que no es lo mismo ponerse delante de un folio por obligación que por necesidad.
Eric asiente y sonríe.
- ¿Tú sigues como siempre?
Rui no responde. Solo se inclina algo hacia adelante y se toca el bolsillo trasero de sus pantalones donde siempre lleva un par de hojas dobladas y un pequeño lápiz.
- Siempre en guardia, traduce Eric alegre.
- ¡Siempre!
- Yo también quisiera ver tus nuevos poemitas, dice cariñosamente. Provocando dos sonrisas.
- Y yo lo nuevo que escribas…
- ¡A ver como sale! Exclama Eric al caer en la cuenta.
- Por eso mismo, tengo curiosidad.
- Y cuando… Incrementa Eric su sonrisa.
- Tu siempre en guardia. Sabes que la inspiración siempre anda por ahí volando y solo de cuando en cuando descansará en tu ventana.
- ¡¡Y hay que aprovechar!!
- Tienes que aprovechar Eric. Cuando te mira desde fuera, sobre el poyete de la ventana, no puedes sino pegar un salto y ponerte a escribir aunque sea… ¡en el mismo escritorio!
Eric asiente y observa como su amigo se emociona al hablar de su más querida compañera de viajes.
- Antes, en la librería, te he mirado y creo que he sabido en qué estabas pensado.
- ¿Ah sí? Pregunta sorprendido Rui.
- Sí. Quizá me equivoque, pero creo que entre todos esos libros buscabas uno en particular.
- ¿Cual? Inquiere de nuevo Rui que abre sus ojos de par en par observando a su amigo.
- Uno tuyo, dice Eric al que le tiembla la voz.
Rui, para disimular su mueca rápido mira a los árboles sonriendo. Eric espera. Le observa. Aquel suelta una sonora expiración y dice:
- No te voy a engañar, dice Rui sin despegar la mirada de la naturaleza, porque veo que no puedo. Pero no te voy a negar que sí (suspira), que no me importaría entrar algún día en una librería como esa, buscar cualquier otro libro y ver uno mío destrozado por las mil manos que lo han abierto, leído y compartido.
- Poemitas, titula Eric sonriente. Por Rui da Costa.
Los ojos de Rui centellean, pero sigue sin mirar a su amigo.
- Pero ya sabes lo que siempre…
- Si ya, interrumpe ahora Eric, lo que siempre hemos pensado sobre el tema.
Se produce una pausa. Una pareja pasa por delante de ellos y aunque no deja a un lado su conversación sin reparar en ningún momento en los dos amigos, estos, celosos de sus confidencias artísticas, quizás las más intimas que existan, prefieren esperar a que lleguen a un punto en el que no escuchen nada. Tras una mirada inquisitiva a todos lados y casi susurrando Eric continua:
- Yo quiero volver a escribir… pero no ha publicar.
- ¿Y por qué no? Pregunta Rui sorprendido hasta el punto de clavar sus ojos en su amigo en busca de una buena explicación.
- No quiero meter otra vez la pata, confiesa apesadumbrado mirando el suelo de tierra.
- Me encantó tu novela Eric. La he leído dos veces.
- A ti y a ninguno más.
- Porque tú lo dices.
- El resultado está claro. Se encoge Eric de hombros derrotado.
- Se sigue vendiendo, ¿no?
- Eso sí, reconoce ahora el Doctor Bauss.
- ¡Pasa de editoriales tío! ¡Olvídate del negocio!
- Ese es el problema.
- ¡¡No!! Asevera Rui obligando a Eric a mirarle de una vez a la cara. El problema es que te llenaron la cabeza de tonterías. Ahora es cuando puedes publicar tranquilamente. Ya no eres un crío... Ya sabes diferenciar entre la realidad y la fantasía.
Eric queda pensativo. Los dos amigos mantienen las miradas cruzadas. En silencio.
- Tienes razón, reconoce al mismo momento que un pajarillo llega revoloteando para volver a despegar con las mismas al comprobar que no estaban comiendo nada.
- Tú escribe y olvídate, resuelve Rui serio. Controla tu obra y luego si se vende bien, y si no, que le den.
Eric sonríe.
- ¿Y tu por qué no haces lo mismo? Pregunta solo por joder.
- ¿Yo? Inquiere Rui dando un respingo hacia atrás y señalándose así mismo. ¡¡Por cabezón!!
Y los dos amigos ríen durante no menos de cinco minutos. Reparar en la hora les hace cortar las risas y dirigirse sin decir nada hacia la salida del jardín buscando un sitio para comer.
A la hora del café acuden a “Les Rideaux”. Tras saludar a Peppe que les recibe poco menos que de la misma manera que el sábado pasado, ocupan la última mesa.
- Oye, antes de que se me olvide, dice Rui sentándose. De manera que ya no solo lees el Citizen, sino también el Business.
Eric sonríe.
- No. No leo ni el uno ni el otro.
- ¿Cómo que no?
- Como que no.
Responde serio.
- Entonces… ¿cómo sabes lo que publican? Pregunta Rui con la boca abierta.
- No lo sé, responde simplemente Eric.
- ¿Y lo del otro día en el Restaurante? Inquiere de nuevo un Rui al que la curiosidad va en continuo aumento.
- Lo supuse.
- No me lo creo, niega con la cabeza.
- Haz como quieras. Gracias, agradece tomando una de las tazas que transportaba el camarero que amable las acercaba una en cada mano.
- Venga Eric, continua Rui al alejarse el chico. Déjate de tonterías.
- Rui, no leo nada. Compro los dos pero ni miro cómo titulan.
- ¿Que compras los dos?
La sorpresa de Rui no para.
- Si, responde alegre Eric, me estoy haciendo mi propia Hemeroteca.
Rui no da crédito.
- Algún día te lo explicaré, dice Eric riendo y respondiendo a la pregunta de su amigo antes de formularla.
- No, no ¡¡ahora!!
- Otro día Rui… otro día que no tengas un café delante de los morros.
- Como quieras, acepta Rui las reglas. ¡Ah! Y otra cosa: ¿Cómo vas a llamar a tu Teoría?
Eric toma un trago de café después de haber disuelto bien el azúcar. Mira a todos lados. Comprueba que la mesa ocupada más cercana se encuentra a una distancia suficiente, inclina la espalda, se agacha sobre la mesa y acercándose a su amigo, susurrando dice:
- Demofagia.
- < Demofagia> Repite Rui mentalmente la palabra.
- La “Teoría de la Demofagia”, pronuncia ahora sí, conservando el tono y sonriendo demostrando agrado por el término escogido.
Eric, al escuchar la frase completa, le tiemblan hasta los empastes (que no tiene)
- Pero antes de hablar de “Teoría”, dice Eric como si solo la palabra le diese dentera, quisiera comentarte un par de cosas que he estado hablando con Antonio.
- ¡¡Antonio!! Grita Rui asustando a Peppe que cree que entra por la puerta y poco menos que busca el teléfono para llamar a la Policía. ¡No me digas más!
Y sí le dice más.
Eric explica cómo el empirismo, la demostración, la prueba, la creemos o la necesitamos solo por el prejuicio positivo hacia ella. Rui se lleva las manos a la cabeza y gesticula hasta el punto de no saber ni qué hacer ya con sus brazos, ojos, boca, nariz, rodillas, piernas o páncreas. Se pone azul, verde, colorao, amarillo, marrón y morao. Al final recompone pose y color habitual y dice:
- ¡¡Necesito dos tilas!!
Eric permanece en silencio. Le deja pensar tranquilamente. Al cabo de un rato en que no hacía sino mirar absorto su café ya frío le mira y se vuelve a sorprender ante la expresión de su amigo.
- ¡Ah! ¿Pero tú le crees?
Eric no sabe qué decir. Rui niega con la cabeza.
- Vamos a ver, retoma Eric la explicación, el bueno de Rui se agarra donde puede, está claro que lo que se demuestra por medio del experimento, lo que se hace una y cien veces de una manera determinada y siempre produce el mismo resultado, es cierto.
Rui suspira al sentir un poco de alivio.
- Pero, (nuevo cambio de color de Rui), también está claro que existen otras muchas cosas en las que creemos como ciertas, sin estar demostradas mediante procedimiento alguno.
- ¡¡Como cual!!
Lanza Rui un puñal, en vez de formular una pregunta.
- La Democracia.
Pobre Rui. El cuchillo torna en forma de boomerang y le pega de lleno en la cabeza.
Peppe, al ver con el rabillo del ojo cómo Rui se escurre por el respaldo de la silla sin sentido, rápido quiere intervenir. Hacer algo. Lo que fuera. Eric le agarra preocupado desde el otro lado de la mesa y agradece el vaso de agua fresca servido por Giuseppe y que un camarero que estaba fuera de la barra les acerca.
Ya de vuelta al mundo real, Rui pide por favor a Eric que no le dé más sustos como este y le recomienda encarecidamente de no volver a hablar con Antonio.
- ¿Y por qué no?
- Bueno habla con él, pero no le hagas ni caso.
- ¡Pero si es lo que siempre hago! Se defiende Eric.
- ¿Entonces?
Pregunta extrañado Rui posando el vaso de agua vacío.
- Pues que creo que esta vez tiene razón.
- ¡¡Pero muchacho!! Grita de nuevo consiguiendo que las pocas cabecitas del salón tornasen en su dirección.
- Rui, le calma Eric, piensa lo que te acabo de contar, anda.
Y Rui rápido comienza a cavilar.
- Me rindo.
Claudica sonriente al segundo.
- Mira, retoma Eric. Según yo lo veo, ¿vale? No sin antes mirar de nuevo a todos lados y al estar en plaza segura, comienza una nueva explicación: El prejuicio no implica únicamente rechazo, sino
también puede generar aceptación hacia un estimulo determinado. Dando como resultado dos tipos de prejuicios: Uno negativo y otro positivo.
- OK
- Si alguno de nosotros no cree en lo que no está científicamente demostrado, por eso mismo, porque no hay prueba, continúa, está mostrando claramente su prejuicio negativo hacia todo lo que no sea empírico, lo que no se pueda demostrar o percibir por los sentidos.
- Sí.
- ¿Pero qué pasa con las cosas en las que creemos sin prueba alguna?
Rui queda pensativo.
- Es cierto, dice. Yo creo en la Ciencia y al mismo tiempo en nuestra Madre Diosa Democracia. De manera que tengo un prejuicio negativo hacia lo que no está demostrado, pero a la vez uno positivo hacia algo no científico.
- ¡Exacto! Responde Eric encorajinado al ver cómo consigue articular sus ideas.
- ¡Pero eso es una contradicción Eric!
Exclama Rui exasperado.
- Claro, no se puede tener prejuicio positivo y negativo sobre lo mismo.
- Entonces, ¿cómo lo explicas? Inquiere de nuevo Rui que cada vez lo entiende menos.
- Superstición, resuelve alegre Eric.
- ¡¡Joder!! Grita Rui asustando a todos.
- Superstición Rui, concluye Eric bajando aun más la voz.
- ¿Prejuicio y superstición?
- Sí.
- Pero si parece lo mismo, dice Rui negando y parpadeando como un loco.
- Tienen el mismo origen, tienen que parecerse.
- ¿Cual?
- Los símbolos, la Cultura. Responde Eric moviendo un café más que movido.
Rui vuelve a quedar en silencio.
- Eric, esto es todavía más difícil de asimilar.
- Esto es muy complicado Rui.
- ¿Tú ya lo has hecho?
- Aun no.
- ¿Entonces?
- De momento me contento con poder argumentarlo.
Los dos amigos se miran en silencio. La sala está llena a medias. La hora del café había tocado hacía rato y su aroma tiene la suficiente fuerza como para levantarnos a todos de la siesta y hacernos enfilar el camino que nos lleva hacia la humeante taza. Los camareros atienden tanto en las mesas como en la misma barra con tranquilidad. No hay prisas. El mejor caldo de cultivo de la buena conversación.
- Eric, lo entiendo y no lo entiendo.
- ¡¡Puff!! Pues ya somos dos.
- Tiene lógica, pero siento como si algo chocase, rozase..., chirriase.
Eric sonríe y mira al techo.
- ¿Qué pasa? Pregunta Rui extrañado.
- Según Antonio (Rui quiere salir corriendo pero está congelado) la Cultura en su proceso de Educación, coge nuestros cerebros vírgenes y le “ata los cabos”. Asocia preguntas con respuestas, estímulos con conductas y una vez que está todo listo, todo atado y bien atado, nos puede dejar “libres” porque ya somos entes sociales y sociables.
Un tenue “Joder...” se escapa de los labios de Rui.
- De tal manera que ya no solo preguntaremos lo que “hay que preguntar”, sino que siempre responderemos “de la manera que hay que responder”. Culmina Eric.
Nada. Ningún ruido produce Rui. Como si no estuviese aquí sentado frente a su amigo.
- Visto lo visto Rui, hay cosas que siempre nos resultarán difíciles entender justo por esto, porque nuestro cerebro, al tener todos los cabos atados y bien atados, está “limitado”. Y según Antonio, lo que debemos hacer es desatarlos y dejarlos así siempre. De tal forma, que les podamos ir uniendo en función del raciocinio, quien dará una respuesta distinta a un mismo estimulo según las circunstancias, para luego volver a desatarlos en espera del siguiente estimulo.
- ¿Y ese es el raciocinio? Consigue articular Rui.
- Pues no lo sé, confiesa Eric. Lo que seguro que no lo es el cabo atado que siempre ofrece la misma respuesta automática.
- ¿Los prejuicios y las supersticiones son esos cabos atados?
- Sí. Tanto el prejuicio positivo como el negativo, apunta Eric. No lo olvides.
- ¿Y también existe superstición positiva y negativa?
- No lo sé. Ni se me había pasado por la cabeza.
Los dos quedan en silencio.
- ¡Claro que la hay! Exclama Rui. Positiva hacia la Democracia y negativa hacia el Demonio Tirano.
La cara de Eric se ilumina.
- ¡¡Joder es cierto!!
- Eric, ¡esto es un jaleo enorme!
- No sabes cómo tengo la cabeza, reconoce este a su amigo. No tengo ni idea de cómo… organizarlo todo.
- ¿Para qué?
Se sorprende Rui.
- ¿Cómo que para qué? Pregunta desconcertado Eric.
- Eric, ¿estas de coña? Inquiere Rui. Eric calla. Le mira directo a los ojos en busca de un mínimo trazo de respuesta. Demostrarlo científicamente, ¿dices?
Con el “si” casi pronunciado, en el último momento cae en la cuenta de que no tendría sentido.
Con la cabeza derrotada entre las palmas de sus manos escucha un extraño grito ahogado que llama su atención. Levantar la mirada le permite comprobar que había sido Rui quien lo ha emitido. Este mira con los ojos fuera de las orbitas por encima del hombro de Eric, en dirección a la puerta de entrada. Y allí está:
- Qué pasa aquí.
Una mano con Giuseppe, la mirada al fondo con sus amigos y el pensamiento… mejor no saberlo.
- ¿Qué le pasa a este? Pregunta a Eric nada más sentarse junto a Rui.
- ¿Qué le va a pasar? Que le he explicado lo de desatar los cabos.
Antonio sonríe.
- Pues tiene para rato entonces…
Y mira hacia la barra como extrañado por no tener el café ya entre sus manos. Es dejar la taza en la mesa y Rui reacciona.
- Buenos días dormilón.
Rui sonríe.
- ¿Que te parece la historia de los cabitos y tal? Pregunta sin miramiento ninguno al pobre Rui.
- Pues aun no lo sé, reconoce. Tengo que pensarlo.
- A mí me tuvo mucho tiempo mosca cuando se me ocurrió.
Eric y Rui le miran. Es auténtico miedo lo que sienten.
- ¿Qué cómo se me ocurrió? Pregunta Antonio encantado al ver cómo sus amigos desean escuchar su historieta. En realidad fue raro. De repente lo vi claro y punto.
- ¿Y ya está? Preguntan a coro.
- No.
- ¿No?
- Pero, ¿por quien me tomáis?
- ¡¡Por un loco!! Grita Rui. El Doctor Bauss asiente convencido.
- Vamos a ver, dice Antonio meneando la cabeza moviendo el café con toda la tranquilidad del mundo. A mí se me ocurren muchas cosas. La amplia mayoría sé que no pueden ser ciertas, pero ni aun así las olvido. Me las guardo. Nunca se sabe.
Rui y Eric no dan crédito.
- Y lo del tema de los cabos se encontraba entre todas estas en espera de nueva información, explica como sí tal cosa. Como en el trabajo me aburro como una ostra y tengo que estar muchas horas allí metido sentado, solo me queda una solución: Mover el coco, que no se nota. El sábado pasado charlando contigo, continua sin pausa y señalando con la cucharilla a Rui, del tema de los símbolos, muchas cosas surgieron. Y entre todas ellas el tema en cuestión.
- En su día, sigue hablando al ver que era el único que conservaba tal capacidad, yo vi que los símbolos nos condicionaban y que al verlos, automáticamente nos generan una respuesta. Pero me quedé ahí. Fue escuchar la palabra “prejuicio” y todas esas piezas sueltas, encajaron.
Hace una pausa para saborear su café y mirar a sus amigos.
- ¿Sigo? Pregunta. Y sigue: Como me conocéis de largo, os ahorraré el relato de todas mis interesantes Teorías que por lo visto, pensáis de entrada que son una locura. Un nuevo parón que no encuentra objeción. Sonríe y continúa: pero podéis comprobar cómo me la trae al pairo la opinión experta de un Psicólogo reconocido mundialmente. Estas ideas pueden resumirse en una sola hipótesis: Todo está relacionado o... condicionado por la Cultura. Y por “todo” me refiero a nuestro comportamiento. Nuestra conducta. Lo que somos, vaya.
Cero objeciones. Un nuevo sorbito de café. Dos caras desencajadas.
- Como Eric te habrá explicado, vuelve a dirigirse a Rui, creo que la Cultura nos coge de pequeños, cuando nuestro cerebro está aún fresquito, y empieza a meterle cosas. Y no solo de jóvenes, es un proceso que nunca se detiene. Llamadlo predisposición natural, llamadlo Ley del Mínimo Esfuerzo, pero lo que está claro es que lo primero que se escribe en un cerebro virgen, ahí queda para siempre. De manera que aunque sea la peor forma de hacer una cosa, la haremos así y no solo una vez, sino durante toda nuestra vida.
Café y de nuevo al ataque sin mover un músculo.
- Y que alguien intente luego bajarnos de la burra. Ahora bien, continua mirando de nuevo a Eric, nuestro cerebro entiende solo un idioma: el de los símbolos. Y quizá sea así porque es el más rápido.
Un golpe de vista y PUM!! Entendido. Los símbolos no son malos, dice haciendo una pausa, tampoco buenos. Son símbolos, solo eso.
Otro sorbito de café.
- Pero, “el problema”, viene ¿cuando? Cuando estos se convierten en arma. Si amigos, los símbolos son armas. Pero no porque si, no porque sean buenos o malos, sino porque han ido a caer en las peores manos: las nuestras.
Mirada al tendido, a Peppe que se sorprende al creerse por unos segundos al margen del salón y darse cuenta de que no y a Eric y Rui que atienden sin perder el hilo.
- Nosotros los creamos. Nosotros los enseñamos, pero siempre se nos olvida decir a quien los está aprendiendo que son como los medicamentos. Que se tienen que tomar en dosis y estados físicos determinados y que es posible que como todo fármaco mal administrado, en vez de curar, enferme. Cosa que no tiene sentido ninguno.
Ahora hace una pausa al reparar en alguien que pasa por la ventana. Pero no pierde la argumentación en ningún momento.
- De pequeños se nos ponen delante y de unos nos dicen: ¡bebedlo todo de un golpe! Sin conocimiento. Y de otros, por el contrario: ¡eso ni mirarlo! Sin que medie mayor explicación que la simple prohibición. Y punto. ¿Qué os ha parecido?
Eric y Rui se miran. Antonio bebe otro sorbito de café y reconoce el salón. Aquellos dirigen una sonrisilla ahora hacia este, quien sonríe también y dice:
- ¿Sigo?
- No... ¡¡No!!
Antonio conserva la mueca de satisfacción.
- Bueno, sigue al ver que ninguno habla y espantándoles de nuevo, y ¿qué más le has contado a Rui? ¿Algo que no sepa de la investigación?
Eric tarda un poco en recordar de qué narices habló con Rui hacia ya parece años aunque solo había pasado medio café de reloj.
- Ahora mismo no sé…
- ¡¡Venga ya!!
- Bueno... quizá el nombre de la…
Antonio suelta una carcajada estrepitosa.
- De la “¿Teoría?”
Los tres ríen.
- Y bien. ¿Cómo la vas a llamar? Insiste.
Eric, al tener delante al peor juez que os podáis imaginar, con todas las reservas del mundo dice:
- Demofagia.
Antonio queda ampliamente sorprendido. Hace un gesto aprobatorio y con la mano pide: ¡¡Más!!
Eric toma aire aliviado y comienza su explicación susurrando:
- Mi idea es demostrar… (Todos ríen de nuevo), sigo: Todo esto viene a cuento de que creo que el Gobierno anula al Pueblo en Democracia.
Antonio le mira muy interesado.
- ¿Y cómo crees que lo consigue? Pregunta en la intimidad de la mesa del fondo.
- Mediante la información.
Antonio recupera de golpe su postura con la espalda erguida y dice:
- ¿Qué clase de información?
- Toda, responde seguro Eric. Periodística, histórica…
Ahora es Rui quien le mira extrañado. Este le devuelve la mirada y con una mano le da a entender que esperase un segundo. Tiempo que aprovecha Antonio para pensar.
- ¿La información se emite de manera interesada? Pregunta sin fallar el tiro.
- Sí.
Responde Eric claramente.
- ¿La que se emite y la que se deja de emitir?
- Exacto.
Antonio adopta un gesto pensativo. Rui está encantado. Mira a uno y a otro. Eric está aterrado pero expectante.
- Información, dice aquel pensando en voz baja mesándose el mentón. Información, estímulos… Estímulos, respuesta generada… Respuesta generada, conducta aparente…
Ahora calla. Sigue cavilando para él mismo. Calma tensa.
- Siempre misma respuesta, continúa entre dientes. Mismo estimulo, siempre la misma respuesta. Respuesta aprendida... convenida…; Estim…
Y para de golpe.
- Estimulo convenido... ¿respuesta esperada? Pregunta a los dos a la vez cambiando su gesto pensativo por otro más alegre.
Todos callan. Antonio acentúa su sonrisa. Continua:
- Información convenida…
- ¡¡Respuesta esperada!! Resuelven los tres de golpe.
Una idea atraviesa los 3 cerebros: Control.
Se miran, se agarran las manos y comienzan a reír escandalosamente.
El Control, lo que siempre habían sospechado pero nunca podido argumentar. Permanecen sin hablar y con las manos juntas en el centro de la mesa durante unos segundos. Se agarran con fuerza, con la misma que se miran. Se dicen de todo pero sin palabras. Solo a través de las miradas y las manos.
De pronto Eric sonríe y desvía la mirada. Antonio y Rui se fijan en él.
- ¿Qué pasa? Pregunta Rui sonriendo.
- Acabo de darme cuenta de una cosa.
- ¿De qué? Insiste Rui. Antonio espera.
- Que todo esto viene de que es su día me pregunté por qué somos capaces de juzgar a los demás solo por su aspecto, aclara Eric.
- A pesar de correr el riesgo de equivocarnos, apunta Rui.
- Lo que no quita que no lo hagamos, resuelve Antonio.
- Claro que lo hacemos, continúa Eric. Y además de manera habitual.
- ¿Cómo que de manera habitual?
Interrumpe Antonio.
- ¡¡Es cierto!! Dice Rui. No lo hacemos de cuando en cuando, o una vez al día… ¡lo hacemos siempre!
- Los cabos atados, explica Antonio sonriente. La respuesta automática y no razonada al estímulo recibido.
Los tres vuelven a callar. Reflexionan.
- Oye Eric, rompe Antonio, ¿por dónde quisiste empezar la investigación?
Este sonríe. Para él su sueño era realidad. Lo recuerda con tanto lujo de detalles que más bien supera a esta.
- Por los cuentos infantiles de Amy.
Rui le mira aterrado.
- La Cultura, articula penosamente. La Cultura nos coge de pequeños y…
- Por ahí empieza todo, añade Antonio al ver que Rui suelta las manos, se echa hacia atrás en su silla, se lleva las manos a la cara sin conseguir terminar la frase.
De nuevo el silencio. Solo que ahora el centro de atención es Rui. Eric, al saber lo que está pensado su amigo, puesto que él también había pasado por esto, dice:
- Rui, este al ver que pronunciaban su nombre entreabre dos dedos y por esa rendija mira a su amigo, la Cultura no es un ladrón que entra de noche en el cerebro de nuestros hijos y lo roba. No puedes
pensar que si lo ha robado ha sigo porque tu no estuviste vigilante. Nosotros no somos los culpables de haber enseñado los símbolos a nuestros hijos. ¿Sabes por qué? Rui solo niega con la cabeza. Porque nosotros somos la Cultura.
- Aun más, continúa Eric tras unos segundos de pausa. Antonio atiende respetuoso. Es nuestra obligación.
Rui destapa rápido su cara y mira a Eric sorprendido.
- Nosotros como padres estamos obligados a educar a nuestros hijos.
- Es cierto, dice Rui. Seriamos culpables si no les hubiéramos educado.
Y ofrece una gran sonrisa a la mesa.
Los tres amigos permanecieron callados durante un rato. Todos pensando para sí mismos. Todos querían comprobar los argumentos que llevaban compartiendo y discutiendo toda la tarde. Media sala estiraba el café todo lo que podía. El ambiente era perfecto para hablar de todo un poco. A pesar de que todas las mesas disfrutaban de la charla, no se puede decir que hubiera mucho escándalo.
- Eric, dice por fin Rui. Explica lo de la información histórica.
Esto a Eric le cuesta un poco puesto que su pensamiento iba ya por otros derroteros, pero responde:
- A ver, a los tres nos gusta la Historia, ¿cierto? Desde siempre, continua, la hemos leído, la hemos discutido e incluso prestado libros. Y señala a Antonio. Este asiente. Esta semana... Eric se detiene un poco aquí pues no puede citar un determinado nombre delante de un cierto sinvergüenza, hablando con un paciente, me he dado cuenta de una cosa.
- ¿De qué? Pregunta Rui intrigado.
- De que la Historia es también Información, responde. Pero al ver que así no hace sino incrementar el semblante de curiosidad en sus amigos no le queda otra que seguir: Antes he hablado de los cuentos infantiles, pero no he dicho que los haya vuelto a leer.
- Cierto, dice Antonio.
- Y ¿por qué? Pues porque no hace falta. ¿Qué son los cuentos infantiles?
- Historias, responde Rui.
- ¿Y cómo terminan todas esas historias?
- Bien.
- Final feliz, añade Antonio.
- Y todos contentos, ¿cierto?
Rui y Antonio siguen la explicación encantados. A Eric no deja de resultarle curioso el regusto que le dejan las palabras del Julius de su sueño puestas ahora en su boca.
- Ahora bien, y si la Historia no fuese más que eso: ¿una historia?
Rui entorna los parpados afectando una mueca de desagrado. Antonio por el contrario, los abre como platos.
- ¡No me digas más! Grita este. Eric y Rui le miran extrañados. Y como en toda historia, ganan siempre los buenos, concluye alegre.
Rui no le ve sentido, menos aun cuando Eric sonríe de manera aprobatoria.
- Un momento, objeta serio. ¿Decís que la Historia está manipulada? Decís que los hechos, lo que está comprobado, ¿es mentira?
Eric y Antonio le miran sorprendidos al reparar en su semblante escandalizado.
- Ni mucho menos, se apresura a decir Eric. Creo que la información histórica, al igual que la periodística, y toda la información, es emitida con una intención clara.
- ¿Cual? Pregunta Rui sin lanzar nada más que la pregunta, pues ya ha aprendido.
- Conservar el Poder.
Antonio está extasiado. La respuesta de Eric ha descubierto una variante en su cabeza: Generar la respuesta correcta.
Rui por contra, está muy pensativo. Todo esto sin pruebas, es fácil decirlo. Pero no lo ve como un inconveniente, al contrario. Lo ve cómo algo a hacer. Siente la necesidad de ponerse manos a la obra e investigar. Averiguar si estas ideas pudiesen ser ciertas.
A Eric, por su parte, le tiemblan ya las piernas de la barbaridad de cosas que llevan tirando por tierra toda la tarde.
- Yo solo veo una pequeña pega: Que son hechos, insiste Rui.
- Igual que lo que dicen los periódicos, ¿cierto? Pregunta Peppe.
¡Si! ¡¡Giuseppe!! Que con el bar casi vacío se toma unos segundos de pausa y de camino a la mesa escucha la conversación. Eric se arrima a la ventana ofreciendo mas sitio a este.
- Son hechos si, dice Eric. Pero aquí no se trata de ver si son ciertos o no, sino de ver qué “hechos” se olvidan y cuales se recuerdan según interese o no.
- Y cómo se recuerdan, apunta Antonio.
Rui queda de nuevo pensativo. Antonio aprovecha y pone al corriente a Peppe para no molestar a aquel, diciéndole que Eric piensa que la “Historia” es solo eso: una historia.
- ¿Cómo las que leen los niños? Pregunta sorprendido.
Eric asiente. Peppe sonríe y Rui ya atiende.
- Pero esas historias están… no sé cómo decirlo. ¿Edulcoradas? Pregunta Giuseppe.
- Claro, dice Antonio. Son para niños. Pero ten en cuenta cómo acaban todas.
- Final feliz, responde Peppe sin dudar.
Rui sigue a lo suyo. El resto cavila.
- Un momento, salta Peppe misterioso. No solo los cuentos infantiles acaban siempre bien.
- ¿Entonces? Pregunta Eric sorprendido.
- También los nuestros.
Los tres quedan mirando expectantes a Giuseppe.
- ¿Cómo acaban las películas que vemos? ¿Y los libros?
- ¡¡Joder!! Exclaman Eric y Antonio a coro mirándose.
- ¡¡Claro!! Dice Antonio. De pequeños no solo aprendemos que los buenos siempre ganan. Aprendemos que las historias, todas, ¡deben tener un final feliz!
- Para que toda la vida sigamos entendiendo lo que se nos cuenta, resuelve Eric.
- Y buscando, apunta Peppe. A ver quién va al cine o compra un libro en busca de un final triste.
Cuidado. Viene el tren.
- ¡¡Me cago en la puta!! Grita Antonio desatado reparando en que ha perdido su pose tranquila y rápido la intenta recuperar. ¿Sabéis lo que significa esto? ¿Eh? ¿Lo sabéis? Pregunta golpeando en la mesa. Esto significa que todo está previsto. Todo calculado. Todo es una extraña ecuación con las incógnitas despejadas. Un sistema donde solo cambian los valores. En función de lo que se quiera conseguir se dan unos valores u otros, sabiendo que la respuesta siempre seguirá el mismo camino, la misma línea, la misma curva, la misma parábola... siempre deja el mismo trazo y todos los puntos, seguidos los unos de los otros. Ningún punto queda fuera porque no puede quedar. ¡¡Siempre es la misma función!! De manera que…
- De manera que el cambio está prohibido, resuelve Eric con la sangre helada.
- ¡No, Eric no! El cambio no está prohibido, contradice Antonio. Si todo es una función, si todo está previsto, el cambio es sencillamente imposible.
- Pero, ¿qué cambio? Pregunta Peppe.
- “El Poder” Peppe, responde Eric poco menos que exhausto. No se puede cambiar “el Poder”.
- Claro que no, siempre lo han ostentado los mismos y es no va a cambiar nunca.
- Todos le miran.
- ¿Qué pasa? ¿Acaso no es cierto? Se defiende el dueño de “Les Rideaux”.
- Claro que lo es... se pasan la pelota unos a otros y nos dicen que si juegan es gracias a que nosotros les dejamos el balón, pero al final nunca nos dejan participar, sentencia Rui agradando sobremanera a Eric.
- ¿Sabéis lo de la encuesta de ayer? Pregunta Peppe a quien el comentario de Rui le había recordado algo.
Eric y Rui asienten. Antonio solo atiende.
- Para mí todo es una simple estrategia, dice Peppe. Rui y Eric se miran y le piden que se explique. Bien para ver qué pasa, qué cambia dándole “ya” la Alcaldía al “Partido de la Libertad” o sencillamente para que todos nos olvidemos de las Elecciones y los de siempre, como dice Rui, puedan seguir jugando tranquilos porque no vamos a ir a quitarles el balón, que es nuestro.
- Para que solo voten los partidarios férreos y ya se sepa el resultado de antemano, apunta Rui.
- Claro, así todos juegan, por seguir con el símil, continua Peppe sonriendo a Rui, con las cartas de cara al contario.
- Hay partida, pero no se juegan nada, añade Antonio.
- Solo los votantes indecisos pueden arrojar un resultado distinto, completa Eric.
- Y ni eso, interviene de nuevo Peppe, el indeciso sólo vota para castigar. Si solo la mitad de estos fuesen a votar, también sabríamos el resultado de antemano.
Eric y Rui están encantados. Peppe, como si nada y Antonio le mira orgulloso.
- De manera, continua Giuseppe, que el truco de las Elecciones es atraer al electorado descontento.
- Con humo, dice Rui más animado.
- Con falsas promesas, añade Eric.
- Claro, se les promete de todo y luego con el voto en la saca, se acuerdan de nada.
Resume brillantemente Peppe.
- Se olvidan de los que les dan el puesto, dice Eric asqueado.
- ¡¡Cómo para no hacerlo!! Continúa Peppe. Todos le miran extrañados. Tened en cuenta que esos que creyendo que así solucionarían algo les han dado el sillón, son los mismos descontentos que luego se lo quitarán.
Y una gran carcajada inunda el vacío “Les Rideaux”.
- ¿Vosotros leéis el periódico? Pregunta Peppe acercándose un poco más obligando a los otros a cerrar el corro de cabezas sobre la mesa.
- No, dicen a coro Eric y Antonio. Rui calla.
- Yo tampoco, ¿y sabéis por qué? Porque ya leí muchos de joven, aclara Peppe sonriente.
- Y ya no te hace falta leerlos, ¿verdad? Pregunta Rui.
CAPITULO VIII
El domingo Eric se despierta con la cabeza aun todavía más embotada que como se acostó, pues si no fue poco toda la conversación con Antonio, Rui y luego Peppe, los cuatro hablando largo rato más. Al
bajar a desayunar encuentra a Anne y Amy muy contentas hablando sobre qué podrían comer en el picnic mientras, despistadas, un día espléndido aprovechaba para colarse por el ventanal.
- ¿Tortilla de patatas? Pregunta Anne. Parece poco para los tres…
- ¡Ya! Pero me apetece, insiste Amy.
- Bueno, freímos unos filetes para acompañar.
Resuelve Anne para alegría de su hija.
- Buenos días, saluda un Eric al que la ducha le había espabilado bastante.
- ¡Hola papa!! Venga desayuna que nos vamos a poner cuanto antes a hacer la comida.
Eric sonríe pidiendo algo de calma.
- ¿Y esas prisas? Pregunta.
- Tengo ganas de volver al Fuerte, responde Amy.
- Al Fuerte... ¿o a ver las tiendas del centro? Insiste Eric irónico.
Amy no responde. Anne ríe escandalosamente y Diana de soslayo.
- Así que es por eso que ayer estuviste todo el día riéndome las gracias, ¿no? Pregunta su madre adoptando un tono severo entre risas.
Amy se esconde tras el bol de cereales. Eric y Anne ríen mientras aquel toma asiento al lado de su hija tras servirse el café con leche a esperar las tostadas que vigila su mujer.
- ¿Qué tal ayer? Pregunta esta.
- ¡Muy bien! Estuve con Rui por la mañana por el Centro como sabéis y después de comer fuimos a “Les Rideaux”, explica Eric alegre.
- ¿Y Peppe? ¿Cómo anda?
- Como siempre, sonríe Eric con cariño. Al final nos quedamos solos los cuatro en el bar.
- Como siempre, como siempre…
Apunta Anne que vuelve a reír y obliga a su marido a hacer lo mismo.
Una vez en el parking del centro, deciden dejar todas las cosas en el coche y volver a por ellas tras el paseo por el Casco Antiguo, ya que Anne tampoco lo frecuentaba mucho y ardía en deseos subir a superficie. Cuando apretó el hambre, en vez de parar a picar nada, volvieron al coche y directos al Fuerte. Anne está encantada con el resultado final de las obras de reconstrucción del recinto.
En el trascurso del picnic, al solecito, la conversación de ayer vuelve a la cabeza de Eric. Este intenta olvidarla pues está muy a gusto disfrutando el día en familia para estropearlo con quebraderos de cabeza. Miraba a su hija. Como se divierte cuchicheando con su madre. Sabe que aunque el martes no quisiera profundizar en el tema, algún día tendría que explicarle todos sus descubrimientos.
Pero claro, ¿cómo explicar algo que no se puede demostrar? Al Doctor Bauss, desatar el prejuicio positivo hacia la demostración empírica le está costando mucho. Sobre todo porque siempre que recordaba su investigación, le invadía la necesidad de demostrar sus conclusiones. A pesar de que su “Teoría” no podía ser científica de ninguna manera pues incurriría en una contradicción.
Una cosa esta clara: la consulta tenía que quedar a un lado. Recuerda la pregunta que hizo a Rui en el parquecillo. Aquella que nadie respondió y ahora ve que es él mismo quien debe responderla. ¿Por qué no hacer lo que te pide el cuerpo? ¿Y qué le pide el cuerpo? Pues estar con su familia, con sus amigos, investigar y escribir.
- He estado pensando una cosa estos días de atrás… se arranca sin pararse a pensar.
- ¿El qué? Pregunta Anne sorprendida. Madre e hija dejan de comer y atienden lo que tiene que decirles Eric con ese tono nuevo que le ha salido.
- Pues que no puedo cuadrar la escritura, con el resto de cosas de mí día a día, reconoce soltando un gran suspiro.
Anne y Amy esperan.
- Hoy por hoy, continúa Eric lanzando la mirada sobre “la mesa” chocando esta contra todos los cacharros que la llenan, lo que me motiva es lo siguiente: vosotras, mis amigos y mi investigación. Dice Eric enumerando con los dedos. Nada más.
Anne no dice nada consciente de la importancia de sus palabras. Amy mira de reojo a su madre y atiende a su padre.
- De manera que, sigue Eric resuelto, empezaré a llamar a mis colegas para ver si pueden atender algunos de mis pacientes. Reuniré toda la documentación. Todas las sesiones. Mis ideas y apuntes y tras permiso de aquellos que crea debo derivar… lo voy a hacer.
Eric hace una pausa. Mira a su familia que le sonríe. Él devuelve el gesto. Ahora echa una mirada a la Gran Ciudad. Comprueba que el Sol vaguea surcando el azul cielo y unas blancas nubes hacen como que intentan dar sombra a los pocos que hoy han subido hasta el Fuerte a dar un descuidado paseo por la muralla. Los turistas comen en el Centro bien después de la visita, bien antes de subir hasta aquí.
- Necesito tiempo, retoma Eric su discurso. La investigación ha llegado a un punto en el que se hace necesario olvidar algo de lo que considero importante. Y antes que intentar conservarlo todo y perderlo por no poder atender tanto frente abierto, prefiero dejar aparcado lo que ahora mismo no me motiva. ¿Qué os parece?
No dicen nada. Solo se acercan sin levantarse y se funden los tres en un abrazo enorme. Ahora si Eric consigue olvidarse de la investigación y disfrutar del esplendido día que había salido.
De nuevo madre e hija retoman la cháchara. Amy disimula su interés por visitar el Centro Comercial mientras que los pajarillos comienzan a armar algo de barullo en un árbol contiguo al ser mecido por una ligera brisa. Aire fresquito que se agradece al hacer subir la temperatura el buen almuerzo.
Tras la pitanza y el ratillo de reposo, Amy comienza a desplegar su más que planificada estrategia:
- ¡¡Qué rollo!! Suelta de punto.
Nadie entra al trapo. Esta sigue por otro lado.
- ¿Y qué tenéis pensado hacer esta tarde?
- No se… responde Anne tumbada.
- Pues estar aquí tranquilos… remata Eric cerrando los ojos.
- ¿Toda la tarde? Insiste Amy a la que no le gusta un pelo como se desarrolla la conversación.
- ¿Y eso? ¿Tu qué quieres hacer?
Pregunta Anne.
- No sé… dice Amy como no si fuera con ella. Podíamos ir a tomar un helado…
Cuidado con la niña. Eric y Anne intentan resistirse. Pero el chocolate es un enemigo terrible. Al no obtener respuesta, Amy sabe que los tiene ganados. Por mucho que se resistieran. Y se pone a mirar la Gran Ciudad para de vez en cuando controlar la cara de sus padres. Quienes siguen callados. No pueden hablar. Se les caería la baba…
Ya si les mira y no disimula la sonrisa.
- ¿No decís nada? Pregunta sonriendo ostensiblemente. Vamos a estar aquí toda la tarde… ¿callados? Anne y Eric se miran inconscientemente, al segundo Amy rompe en carcajadas.
- No lo digas… avisa Anne.
Eric solo prohíbe con la mirada. Amy contiene como puede la risa y dice:
- Cho… co… la...
Y en menos de un minuto todo queda recogido.
Amy corre tras su madre y esta a su vez tras Eric que iba primero a varios metros de distancia directo al Centro Comercial o donde quiera que hubiera chocolate. La cuesta abajo facilita enormemente el galope tendido y a pesar del peligro que supone, toda la familia llega al primer puestecillo que, para su suerte, ofrecía café y helados.
Ya más tranquilos, Amy da comienzo la segunda parte de su plan: deshacerse de su padre y engañar a su madre. Y tanto el uno como el otro se dejan hacer más por ver cómo su hija les tomaba el pelo que por no haberse olido la tostada desde primera hora de la mañana. Desplegando todas sus malas artes, llegan a la atestada entrada del Centro Comercial subterráneo.
- Con una condición, dice Eric. Que subamos luego a ver la puesta de Sol.
Con el plan bien claro, uno por un lado, las otras por el suyo, recorren la Galería “Centro”.
Con un insoportable hormigueo recorriéndole por todo el cuerpo mezclado con la certeza de que todo este tinglao deberían haberle montado ayer mismo, Phillip espera impaciente la llegada de sus dos colaboradores.
Desde la escalinata de la Biblioteca Pública observa el Edificio del Ayuntamiento al igual que lo haría un General montado a caballo que asedia una ciudad rebelde junto a su ejército.
Pero Phillip no tiene un ejército, ni caballo. Tampoco es General. Ni siquiera ha disfrutado del descanso mínimo del reparador sueño desde que comenzase la Pre-Campaña. Lo que le provoca serios trastornos en su percepción del mundo real que le rodea.
Phillip repasa su plan mentalmente, ejercicio que le cuesta horrores pues no puede centrar su atención. Aun le queda alguna que otra fuerza, pero desde luego que no en su cabeza. Pero sí en su pecho. Donde siente una energía descomunal que le mantiene orientado cual brújula hacía su objetivo.
Es decir, le mantiene con vida.
Desde que llegó al punto de encuentro, solo una excursión de turistas había utilizado la acera. Los siguientes humanos en hacerlo serian dos operarios vestidos con sus monos de trabajo, sus maletines de trabajo y sus cinturones cargados de herramientas.
Uno de ellos divisa a Phillip desde lejos. Le reconoce bajando las escaleras cual leopardo descendiendo de su árbol luciendo su mejor traje.
- ¿Qué pasa?
Saluda sonriente, quitándole importancia al asunto.
Su contacto, de quien no recuerda el nombre, presenta a su primo, el tercero en discordia. Phillip no escucha.
- Un nombre muy bonito, apunta encantador.
Por si a alguien le interesa, el primo se llama Damien.
- Bueno, inicia la marcha Phillip para lo que pasa entre los primos. El Plan está bien claro: vosotros os hacéis pasar por operarios que venís a reparar la instalación eléctrica de la Sala de Audiencias. Yo os cubro las espaldas. ¿Traéis el micro?
- Sí..., afirma Sivving al tiempo que niega con la cabeza aprovechando que Phillip no le veía al sacarles ya unos metros de distancia.
- Yo os iré siguiendo en cada una de las etapas por si surge cualquier inconveniente.
Sivving sabía perfectamente lo que estaban haciendo: Intentar introducirse en el Edificio del Ayuntamiento bajo una identidad falsa. Uno de los delitos más graves que comúnmente se conoce como sacrilegio. Pero confiaba en que simplemente no les dejasen entrar, dar media vuelta y desaparecer en el primer metro para nunca jamás.
Y cambiar su número de teléfono, por supuesto.
Pero Phillip es mucho Phillip y a pesar de no encontrarse en plena forma (véase la locura de plan...) una luz de esperanza se hizo en su cabeza consiguiendo negociar todos y cada uno de los escollos con los que se encontraron en el camino y franquear el Hall de entrada del Edificio del Ayuntamiento.
Y todo ello sin tener que recurrir ni una sola vez a su carnet de LPO.
Sivving, el hombre, no podía creérselo. Y a pesar de haber presenciado de primera mano el espectáculo de Phillip driblando contrarios, no se le iba de la cabeza que hoy dormirían en la cárcel.
En mitad del impresionante Hall, Sivving y Damien esperan rodeados de turistas en pleno éxtasis fotográfico a que Phillip volviese con el pase de la Seguridad del Edificio que les permitiría abrir todas y cada una de las puertas.
Incluida la de los viejos calabozos del Ayuntamiento.
Pero también tienen tiempo de contemplar la impresionante exposición de frescos, entre ellos la maravilla de “la Democracia coronando a Justo I”, de esculturas de los padres de la Constitución y, por supuesto, la colección de Constituciones. Incluyendo el documento más antiguo conservado y la Declaración de los Derechos de los Ciudadanos, gravada en piedra.
Y es que nos encontramos en un lugar absolutamente sagrado a donde acuden peregrinos de todas partes del mundo. Un lugar donde se siente y respira Democracia. Libertad. Donde uno se siente en comunión con el resto de pueblos democráticos y contribuye con sus donativos a la Guerra Perpetua contra los Sistemas Tiránicos con el único objetivo de liberar a nuestros hermanos oprimidos.
Poseído por la impresionante atmósfera del recinto, Damien busca nerviosamente una moneda en su bolsillo para sacar una medallita de una de las muchas máquinas expendedoras que las distribuyen.
Pero Sivving le disuade de un solo gesto. No es el momento.
Una vez ganado el pasillo llamado “de los Alcaldes” en el que los muros exhiben orgullosos retratos de los distintos mandatarios que ha tenido la Gran Ciudad a lo largo de su Historia que comunica el Edificio Principal con el Edificio del Ayuntamiento propiamente dicho y que los turistas suelen olvidar de visitar, Phillip siente un frío intenso.
Tanto que inconscientemente abre la boca para dejar escapar una queja que, al menos momentáneamente, le calmase.
Pero pronto vuelve a sentir el frío serrándole el pecho. Ahora es un dolor terrible el que, al mismo paso que ellos por el oscuro pasillo, recorre sus encías. Y es que llevaba un buen rato apretando las mandíbulas como para hacerse saltar las muelas.
A lo largo del pasillo que ya tenían casi recorrido, comenzaban dos hileras de bustos esculpidos en blanco mármol alternando estos con los retratos de los Alcaldes, algunos de ellos casi borrados por efecto del tiempo, a Phillip se le ocurre una idea dentro de este plan suicida del que absolutamente nadie podría prever qué pasaría en el siguiente segundo.
- Bien, salta dirigiéndose a los dos primos que le seguían a varios pasos de desventaja deteniéndose junto a una de las esculturas de serio porte, el despacho del Alcalde está doblando aquella esquina. Vosotros os vais a esconder aquí (señala una de las esculturas que parecía poseer el pié más voluminoso), yo voy a hacer que salga. Una vez fuera, le asaltáis uno con la cámara y otro con el micro. ¿OK?
Una vez repartidos los personajes por este teatro del delirio, Phillip continúa en dirección hacia el despacho del Alcalde preguntándose cómo narices haría para que saliese de su escondrijo.
Doblado ya el ángulo donde comienza otro pasillo tan oscuro que las sombras parecían convertirle en interminable, escucha una voz. Una voz que a cada paso se hace más y más fuerte. Y ya no solo eso, sino que incluso logra distinguir a esta distancia más voces. Unas voces que parecían preguntar y la otra, responder.
Dos sigilosos pasos más e incluso logra distinguir el ruido de flashes.
Una conferencia de prensa estaba teniendo lugar en estos mismos instantes tras esa puerta extraña a la que Phillip había llegado como si sus zapatos hubieran triplicado su peso y ya sin respiración.
Pero esa no es la Sala de Conferencias. Más bien es un almacén de mantenimiento.
Phillip, sorprendido y ya dudando de todo, no se explica lo que está pasando. Por un segundo estima dar media vuelta y escapar del lío.
El motivo de la conferencia lejos de la suntuosa Sala de Conferencias es el siguiente: El Alcalde, que se las sabe todas, había hecho cerrar la sala habitual con la excusa de unas reformas. Y ¿por qué? Pues porque así, durante toda la Campaña, ningún periodista de postín vendría a dar la vara a un cuarto oscuro, sino que enviarían a sus subalternos para hacer el trabajo sucio. Ídem por él.
Ya que el encargado de sufrir el vomitivo teatro, quien debe prestar su cara para este asqueroso chuleo de preguntas y respuestas que a nadie interesa, el responsable del sacrilegio en la propia casa de la Democracia, sería cualquier pobre becario del gabinete de Prensa del Ayuntamiento.
Y no el Alcalde, ya demasiado quemao por llevar años leyendo lo que le han dicho que tiene que leer y ver cómo los otros preguntan lo que les han dicho que tienen que preguntar.
Hinchando penosamente sus pulmones, Phillip, de haber conservado su buen juicio solo al ralentí, jamás habría reanudado su marcha a través de este glacial y oscuro pasillo hacía la impresionante puerta de doble hoja ricamente tallada que anuncia el despacho del Alcalde.
Contemplando mentalmente mil procedimientos a cuál más disparatado, los acontecimientos se precipitan.
De punto, todo lo que estaba cerrado, se abre. Y todo lo que era frío, arde en llamas.
La puerta del armario de las escobas más que girada sobre sus pernios es derribada por una multitud que sale después de llevar largo rato en una pieza ya sin oxigeno. Y la puerta del Alcalde, vierte toda la claridad del día que entraba por el ventanal dejando momentáneamente ciega a la tropa de topos que normalmente corretean por los túneles de la Gran Ciudad.
A pesar de la catarata humana que se le viene encima y del torrente de luz, Phillip consigue ver la expresión del Alcalde aterrado ante el aluvión de flashes y súbitas preguntas.
El Alcalde no entiende nada. El tipo del gabinete de prensa inteligentemente se escabulle por donde puede sabedor de que todo le caería encima. Los dos polis que precedían la comitiva del Alcalde más cuatro o cinco tipos perfectamente vestidos que satisfechos y sonrientes salían del despacho y ya no sonríen tanto, intentan refugiar su insigne y sospechosa carga de la gula de los periodistas. Pero ya es demasiado tarde.
Unas 50 personas invaden el despacho. Otro tanto, desborda el pasillo.
Sivving y Damien, hacía rato que se habían largado y a la carrera, ya ganaban el metro.
Phillip, por su parte, estaba tan maravillado como aplastado contra la pared del pasillo. Sentía el frío de la pared forrada de láminas de madera en una mejilla y el calor de la muchedumbre en la otra.
No podía creerse lo que estaba pasando.
Y solo por eso, por saber y poder constatar que las cosas no pasan por casualidad sino que te las tienes que currar, saca sus codos y a base de pisotones y empujones se hace un camino entre el paquete de gente, llegando hasta el mismo Alcalde.
Este, que se había visto obligado a recular hasta el ventanal, no se cree que tenga a Van Nemen delante de él. Un Phillip que le sonríe y le dedica una mueca de “tranquilo, está todo bajo control.”
- Señores, suelta girando de golpe 180 grados hacía el gentío y tras haber guiñado un ojo al Alcalde haciéndoles callar de golpe. Estarán de acuerdo conmigo en que esto no son maneras. No se puede venir al despacho del Alcalde, tirar su puerta abajo y apuntarle con cientos de micros.
Solo el ruido de 2 flashes y una mano que se levanta. Phillip, encantador, le pide que le permita continuar:
- Pero también es cierto que la inminencia de las Elecciones nos saca a todos un poco de “nuestras casillas”. Y extiende una sonrisa con la que la multitud se deshace. Hablo en nombre del Alcalde cuando os aseguro que os perdona. A fin de cuentas, estáis haciendo vuestro trabajo.
El Alcalde asiente. Varios flashes encuadran a Phillip y sobre su hombro derecho el rostro del Alcalde. Instantánea que genera seguridad.
- Ahora os pido por favor que salgáis ordenadamente del despacho y os advierto que no os vayáis muy lejos, pues de aquí a una hora, el Alcalde en persona atenderá a todas vuestras preguntas una a una.
El corazón del Alcalde se para en seco. Los del resto de presentes se aceleran. Phillip siente la mirada del Alcalde taladrándole la parte posterior de su cabeza. Como intrigado por ver que narices tenía este chico en el coco. Averiguar si era su salvador o su ejecutor.
- Pero la Sala de Conferencias está cerrada por reformas.
Observa un periodista apuntando directamente a la nariz de Phillip. Un par de flashes parecen apoyar a su compañero.
- Y por eso mismo el encuentro tendrá lugar en la mismísima puerta principal del Edificio del Ayuntamiento.
- ¿De noche?
- De noche, asegura Phillip sintiendo ahora la sonrisa del Alcalde en su nuca.
“El Alcalde trabajando un domingo hasta tarde”, suena en su cabeza. ¡Es perfecto!
Para el lector que no conozca bien las costumbres de nuestro Astro Rey, le informaré que entre sus múltiples caprichos se encuentra el no ponerse nunca por el mismo sitio. No es que cada día lo haga por un punto cardinal distinto, no. Sino que nunca se pone justo por el Oeste. Siempre varia unos grados bien a derecha o a izquierda, según le place. Solo el día del Solsticio de verano, cumple la tradición.
Así las cosas, hoy no caerá en el río como el domingo pasado, sino un poco escorado a la derecha de su cauce. Lo que originará un nuevo espectáculo que dará comienzo en pocas horas. Por ahora dejaremos que nuestros protagonistas curioseen todo lo que quieran por las infinitas tiendas hasta que llegue la hora convenida de reencontrarse en el lugar que hayan determinado.
El Centro Comercial, de grande abruma. Eric rápido se aburrió al no encontrar más que algún que otro negocio que le pudiese interesar y sobre todo al perderse buscando otros con los que no da al estar escondidos entre tanto pasillo, colores, gentes y ruidos promocionales. Hecho el trámite, se reúnen a la hora prevista y se dirigen a dejar las compras en el coche para subir a Fuerte ya descargados.
Llegan justo hasta el punto del otro día: el hueco en la muralla. Donde toman posiciones sin perder de vista al disco solar quien, sabedor de la hora ya le invadía el típico nerviosismo pre-función que ningún actor que se precie quiere nunca perder.
Antes de comenzar, pide permiso a una enorme nube blanca que se encontraba recostada encima de las oscuras chimeneas del Cinturón Industrial como si no sintiese que le pinchasen y que de nuevo parecía dispuesta a arruinar el espectáculo. El Sol, al ver que no se mueve, de un manotazo la aparta.
Al ir a dar contra el otro extremo del escenario, con la violencia del golpe la gran nube pierde su forma original arremolinándose entre los altos rascacielos. Una vez libre el camino, el Sol puede descender sin contratiempo alguno, cosa que queda bastante sosa.
La blanca nube, ajena a todo y a todos, se pone a hablar con los edificios, suponemos que de sus cosas, mientras el cielo cada vez se oscurece más y más tras ellos.
No sabemos bien que se traerían entre manos, pero tiene que ser algo gracioso ya que un brillo en uno de los rascacielos atrae todas las miradas. Estos, al saberse observados intentan disimular, pero el Sol muy molesto por su interrupción, les ilumina con su mirada. Lo que les hace cambiar de color. Cada vez se ruborizan más. Pero ya no solo ellos, también la nube, lo que no hacía sino llamar más la atención. Con tanta rabia les mira el Sol que consigue hacerles arder cual llama.
Pasan del amarillo al anaranjado. Luego al rojo. La nube, directa responsable, de la vergüenza, se pone de todos los colores: violeta ahora.
Todo este brillo, toda esta luz, tanto color vivo contrasta con el cada vez más oscuro cielo en el que las estrellas ya están a punto de ocupar su posición. A cada segundo el Sol más cabreado y el cielo más oscuro. Rascacielos y nube se funden en uno, a modo de caleidoscopio en el que a cada momento aparece un color en un lado, y salta al otro.
El Sol ya se tiene que ir, pero en su última mirada deja su rabia impregnada en los actores secundarios que ahora sí, arden sin remedio bajo este oscuro cielo en el que las estrellas, al reparar en tamaño espectáculo, rápido llaman a la Luna para que no se lo pierda.
Todos los actores agradecen el aplauso general confiando en que mañana volverán a encontrar en el mismo sitio su público incondicional.
CAPITULO IX
El lunes ya con los periódicos bajo el brazo, Eric cae en que tiene que hablar con Mary. Quiere comunicarle su intención de apartar la consulta de su rutina. Pero antes debía asegurarle que ella seguiría trabajando igual, ya que pensaba seguir la investigación en su despacho. Es abrir la puerta y ve para su sorpresa a Mary. Pero no a su sonrisa de siempre. Eric espera de pié, ignorado por aquella.
- ¿Qué pasa?
Se decide ya a preguntar.
- Hola, dice esta secamente sin levantar la mirada. Estoy cabreada. Muy cabreada.
- ¿Y eso? Pregunta Eric acercándose despacito hacia su mesa.
- Viniendo en el metro e hojeado un periódico de los gratuitos… y ¡¡en qué momento!! Te prometo que no se me vuelve a olvidar el libro en casa.
- ¿Y qué has leído? Insiste Eric al que ya le ardían el Citizen y el Business en el sobaquillo.
- Un extracto de la comparecencia de prensa de ayer del Alcalde, responde Mary.
- Y…
- He empezado a leer más por aburrimiento que por interés, explica. A la tercera pregunta iba ya a cerrarlo, pero en el último momento he visto de pasada una frase... que he tenido que leer varias veces para creerla.
Eric ya está a punto de abrir el Citizen. Hace rato que no respira.
- El Alcalde apela, continua Mary a modo de cita y tono de coña, a la esencia democrática de nuestros antepasados. A que en el día de las Elecciones, todos vayamos a votar para expresarnos, para decirle a nuestra Madre Diosa lo que pensamos, al igual que lo hicieron todos nuestros abuelos en los Comicios Primigenios, en paz y tranquilidad, ya que es el fundamento de nuestra Religión.
Eric queda desorientado.
- ¿Y? Pregunta al no ver de dónde viene el cabreo.
- ¿Como qué “y...”?
Eric no responde.
- ¡Eric! Exclama Mary que ahora si muestra todo su disgusto, eso no es que sea la típica chorrada propagandística. No es otra frase hueca... ¡¡Eso es una OFENSA!!
- Pero, ¿por qué?
Pregunta Eric cada vez más perdido.
- ¡Pues porque en las Elecciones Primigenias no todos nuestros antepasados fueron a votar!
- ¿¡Pero cómo que no!?
- ¡Cómo que no! En aquella Primera Democracia las mujeres no teníamos derecho a voto, explica Mary conteniendo su tono pues no era el más adecuado para dirigirse a su jefe. Tampoco todos los hombres.
Eric echa humo.
- ¡Y ya ni hablemos de los esclavos!
- ¡¡No puede ser!!
- Pues lo es, resuelve Mary tajante. En la Primera Democracia como mucho el 15 por ciento de la población podía votar y lo que ellos decidían, afectaba al ochenta y cinco por ciento restante.
- ¡¡Pero eso NO es Democracia!!
Grita Eric dejándose la garganta.
- ¡Pues claro que no! Por eso esas declaraciones son una ofensa.
- ¿Pero como puede ser que yo no lo supiera? Vuelve a gritar Eric. Pero al momento cae en la cuenta. La Historia Mary… la Historia es…
- La disciplina más ultrajada por todos. Ya te lo dije el otro día.
- Se recuerda y se olvida en función de lo que interesa, resuelve Eric que despista su mirada por la ventana.
- Pues claro, dice Mary más tranquila. Es más, cada uno cuenta la película como le viene en gana.
Llaman a la puerta interrumpiendo la conversación. Al ver pasar al primer paciente, Eric recuerda que tiene que hablar con su ayudante, pero claro, ya tiene que esperar al descanso. Pero tampoco lo consigue, lo que le obliga a hacerlo antes del almuerzo. Ahora cae en que el viernes había prometido acudir al Restaurante. Lo que hace imposible hablar tranquilamente hasta después del almuerzo.
De tal manera que Eric se encamina hacia su coche para dirigirse a almorzar en el Restaurante.
Y como yo también os prometí una cosa el viernes, voy a cumplirlo: Ya sabemos que el Pato se llama Lars. Lo que no os he dicho es su nombre completo: Lars Schneider. Pajarita es Peter O’Brien. Omar Kadir es Gafas y Perilla, Michael Neubauer. Los cuatro son compañeros de trabajo en una empresa de inversiones, pero en divisiones tan distintas que no se ven sino a la hora del almuerzo.
Y sus cuatro caras sonrientes están junto a las otras cinco del núcleo duro cada vez más ablandado a golpe de educación y buenas maneras. Y dos más: Sven y Toukain Kouach. Quien fue colega de Rui en el bufete hasta que recibió una oferta más tentadora y marchó. Sus visitas son muy apreciadas por su humor y su manera de hablar desenfada que contrasta enormemente con su señorial semblante.
Todo esto es lo que ve Eric nada más entrar por las puertas del salón tras dejar atrás el guardarropas.
- De saber que venía a una boda, hubiera traído algún detallito, masculla entre dientes mientras sigue el camino hacia la mesa. Que muchos trastos tengo en la consulta y no sé cómo deshacerme de ellos… Remata.
Y de nuevo Política amigos. Pero hoy es distinto.
Habrá observado el lector que la Política a pesar de ser uno de los pilares de la Religión, se toma un poco a la ligera. Y es cierto. Todos estamos acostumbrados a los oscuros tejemanejes de los políticos, hasta el punto de verlo como algo propio del oficio. Así las cosas, nosotros nos tomamos revancha hablando de ello de igual manera: normal.
Pero, como todos sabemos, solo existe un cargo político intocable: el de Presidente del Gobierno.
Cargo sagrado, puesto que por igual procedimiento se elige. Este es: Las Elecciones Generales. En ellas, nosotros, el Pueblo, mediante nuestro Sagrado Derecho al Voto elegimos a un hombre para que se constituya en vehículo transmisor, verdadero nexo de unión, entre nuestra Madre Diosa y sus hijos: el Pueblo.
De tal forma, se puede hablar de Política tranquilamente e incluso con gente de confianza, poner a cualquier político a caer de un burro, siempre y cuando no se toque al Presidente del Gobierno.
La persona que ostenta este cargo no puede ser un cualquiera. De entrada ha de cumplir un requisito: una edad mínima. Ningún Presidente de la Historia ha alcanzado tal cargo con menos de 55 años.
Luego debe reunir una serie de cualidades demostradas como son la honestidad, la fortaleza, la valentía, la diplomacia, la dialéctica, el saber estar y, por supuesto, la sabiduría. Pero la persona que ostenta el cargo no deja de ser eso: un humano. Y como consecuencia de esto, se equivoca. A pesar de estar siempre guiado de la mano de la Diosa Democracia, no escapa del fallo. Del error.
Otra vez el ingenio humano (o quizá la mala leche también característica nuestra quien sabe si no más que aquella) ha sabido vencer el escollo de “¿cómo lo critico si no puedo?” Pues muy sencillo. Si “se equivoca”, rápidamente un Consejero sale al paso diciendo que la culpa ha sido toda suya y si el Presidente tomó una decisión errónea, fue motivado por su mal consejo.
Casi siempre el Presidente emite un comunicado por boca de su portavoz tranquilizando a todos, pues ya ha hablado con su asesor y al demostrar este que ha aprendido de su fallo, le ha perdonado. Cuando la cosa es importante, el Consejero tiene que dar la cara. Y en la siguiente sesión de la Corte Suprema el primer punto del día son sus explicaciones y sus excusas públicas.
Luego, el Presidente desde su púlpito toma la palabra y tras un discurso ensalzando las virtudes de su asesor, le aconseja para que no vuelva a errar. Todo esto es atendido por el Consejero que asegura haber aprendido la lección. Una vez cumplido el protocolo (ya si) puede dar comienzo la Santa Sesión en la Corte Suprema. La denominada “Casa de Todos”.
Aunque ninguno de nosotros tengamos llave.
Una vez que un asesor la lía gorda hasta el punto de tener que montar todo este tinglado, queda marcado. A la siguiente, ya es un aviso. Y a la tercera presenta voluntario su dimisión del cargo. Como veréis, a los responsables de cartera les pitan los oídos todos los días sin descanso posible.
Nadie les obliga a serlo, ¿verdad?
Y todo este rollo que quería explicaros a mi manera viene a cuento de que el tema del día es: Un mal consejo.
- ¿De verdad no creéis que deba dar la cara? Pregunta sorprendido Peter O’Brien.
- Si, debe dar la cara, responde seguro John. Pero no ahora.
- ¿Entonces? Insiste directamente Peter a este último.
- Tras las Elecciones, responde Hans.
- ¿Dices que ya no solo van a ganar sino que seguirá en el cargo? Pregunta Rui.
Hans queda parado.
- No digo que vayan a ganar… se defiende rápido, pero creo que si es el verdadero responsable la culpa no se va a desvanecer solo porque ya no ostente el cargo.
- Pero se va a olvidar, apunta Omar.
- Claro, retoma Rui. La culpa seguirá, pero la repercusión no será la misma.
- Tiene que dar la cara, resuelve Michael sumergiendo la suya en las profundidades del menú.
- Eso puede que condicione el resultado de las Elecciones, observa Toukain.
- No tiene por qué, ataja Peter.
- No sé si condicionará o no, interviene Sven, pero está claro que si da la cara, ya se borra directamente de su “posible” continuidad en el cargo.
- Así que va a pelear hasta que no le queden mas fuerzas, resuelve John encogiéndose de hombros.
- El y todo el “Partido de la Libertad” en bloque, añade Omar.
- ¡¡Claro!! Interviene de nuevo un Rui muy animado. Eric le observa pero ya no con sorpresa. Él, por él mismo y el resto por si pone en peligro el resultado final.
- ¿Quién ha sacado esta información? Pregunta Eric. Rui le mira sabiendo por dónde van los tiros.
- “Primera Hora”, responde rápido Peter quien sonríe al escuchar la voz del Doctor Bauss.
- “¿Primera Hora?” Inquiere de nuevo Eric sorprendido.
- Se lo quieren cargar, ¿verdad? Insinúa Lars.
- Tal parece, responde Eric sin dilación y ahorrándose el “y desde dentro”.
- ¿Y eso? Pregunta John.
Muchos contertulios ya sonríen al entrever la respuesta.
- Porque es amiguete del Citizen, responde Eric.
- Pero si le obligan a dar la cara, continua John que no lo termina de ver claro, es posible que peligre el resultado.
- Todavía es pronto, interviene Toukain quien ya tiene el menú mareado de tanto pasar páginas.
- Queda más de un mes para las Elecciones, aclara Rui.
- Esta semana se desata la tormenta… retoma Omar.
- Para el viernes estar todo solucionado, concluye Rui sonriente.
- Y el sábado nuevo mitin importante de pre-campaña, termina el propio John que ya entiende el asunto.
- ¡Y el domingo a otra cosa mariposa! Añade Toukain sonriendo a la vez que todos.
- No creo que vaya a dar la cara, insiste Hans emperrado.
- Quizá no, interviene Omar, pero seguro que todo esto ya le borra del posible nuevo Ejecutivo.
- Siendo esto lo que realmente le jode a él, dice Toukain, que ya estando cuestionado es su sillón el que peligra. ¿Qué puede importarle a él el de los otros?
Un par de camareros habían estado haciendo guardia durante todo el rato sin molestar. Cuando la mesa repara en ellos, comienza el baile. Unos abren el menú, otros lo cierran y solo Rui se muestra indeciso ante el amplio abanico de posibilidades. Es el ultimo en pedir. El resto ha optado por pedir lo mismo de siempre solo que quizá con una salsa distinta. Al final Rui no se rompe el coco y cede.
Todo indica que el almuerzo transcurriría tranquilo. El ambiente es relajado. Distendido. Todas las mesas gozan de una agradable charla y son pocos los comensales que levantan el brazo llamando la atención de los camareros. Estos no paran. Atienden todas las llamadas amablemente y rápido satisfacen la nueva necesidad del cliente en cuestión. La conversación iniciada, torna por nuevos derroteros. Repasan situaciones parecidas, qué se hizo en su día y proponen soluciones.
Ya con Rui en la Cafetería del Restaurante, este le advierte sobre un tema relativo a la investigación:
- Oye Eric, tienes que tener cuidado con una cosa…
- ¿Con qué? Pregunta este que se queda congelado a medio sentarse.
- A ver si me explico… Ten cuidado con el prejuicio positivo hacia lo positivo y con el prejuicio negativo hacia lo negativo. Explica Rui no estando muy seguro de si lo que ha dicho tiene sentido o no.
- ¿Cómo? Pregunta Eric resolviendo la duda. Está un poco atontado tras el ágape. Rui todo lo contrario.
- ¡Claro! Mira, continúa saltando en su silla, la palabra positivo genera inconscientemente agrado y al referirnos a un prejuicio positivo hacia algo desagradable no se entendería porque “positivo”se asocia siempre hacia algo bueno.
- Entiendo, dice Eric flipándolo un poco.
- De manera que…
- De manera que poco menos que tenemos que inventarnos un nuevo lenguaje, ¿no? Interrumpe Eric.
- ¡No tanto! Se puede solucionar con una nota a pié de página o quizá con una introducción aclaratoria de la terminología a usar, resuelve Rui que lo tiene todo pensado.
- ¡Anda tomate el café que se nos hace tarde!
Y los dos amigos ríen.
Otro que también ríe tranquilo mientras se enciende un buen puro sentado triunfalmente en su despacho, es el Alcalde.
La comparecencia de prensa había sido todo un éxito. Algo memorable. Digno de ser estudiado en la Facultad, vaya.
Nada más deshacerse de la marabunta de periodistas, Phillip sin decir ni pío, se había sentado y puesto a escribir el discurso del Alcalde. Y en menos de media hora, sin saber ni él mismo de donde había salido, presentaba el documento a su Excelencia, el Alcalde de la Gran Ciudad.
Quien no creía lo que veían sus ojos.
Phillip no solo había terminado un trabajo que, sin utilizar una plantilla o un discurso antiguo para retocarlo, suele llevar un par de días. Sino que con esos escasos ocho minutos de ponencia, todas las preguntas quedaban respondidas.
Desde las cariñosamente formuladas por los medios afines, pasando por las pactadas del equipo rival e incluso llegando a las descaradas de los periodistas que mañana estarán en el paro.
Muchos periodistas pidieron permiso al Jefe de Prensa para formular sus preguntas cuando el Alcalde se disponía a finiquitar su discurso, pero en solo dos frases, el mismo gerente de la Gran Ciudad pudo comprobar por él mismo, cómo esas manos levantadas, poco a poco iban bajando al comprender que su pregunta ya no tenía sentido alguno.
El Alcalde, como manda la tradición, esperó sus cinco minutos reglamentarios en el estrado improvisado sobre la maravillosa escalinata del Edificio del Ayuntamiento. Tiempo que como todos sabemos puede ser aprovechado por Nuestra Madre Diosa Democracia para iluminar a uno de los defensores del pueblo que en esos momentos tengan a cualquier político a tiro y formular la pregunta oportuna. La pregunta que la gente quiere que sea respondida.
Pero esos cinco minutos, no fueron sino los más memorables de toda la carrera profesional del Alcalde. Nunca jamás había visto algo parecido. Nadie habló. Nadie.
Phillip, entre bastidores, permaneció en todo momento aletargado, sin saber bien a bien ni qué había pasado, y sin poder hacerse una ligera idea de donde o por qué se encontraba ahora mismo en ese lugar. Solo escuchaba los ecos del discurso. Discurso que podía seguir de memoria.
Nada más remontar la escalinata y entrar en el Edificio del Ayuntamiento, el Alcalde ordenó a uno de sus ayudantes que le localizase a Van Nemen. Pero la expresión del Alcalde no era ni mucho menos buena. Yo diría que lo último que estaba era contento o satisfecho por haberse librado del lío.
Estaba pero que muy preocupado.
Tras realizar un par de llamadas con las que se aseguraba que ningún medio medianamente serio se ocuparía de la comparecencia de Prensa, hizo entrar a Phillip en su despacho.
- Muy bien, le dicen desde el otro extremo de la línea. Se lo pasaremos a los del metro.
- Excelente.
Sentado en su sillón, lugar desde el que lleva gestionando el destino de la Gran Ciudad desde tiempo inmemorial, observaba cómo Phillip se acercaba cauteloso hacia el sillón de las visitas, cansado y sin saber qué pensar.
Y la mirada del Alcalde lo decía todo.
Sabía de sobra que Phillip no era un político corriente. Sabía que había robado y falseado la invitación para la fiesta, sabía que había burlado él solo la vigilancia y entrado sin permiso en el Edificio, sabía que Phillip podría hacer cualquier cosa. Cualquiera por interés única y exclusivamente personal.
Como buen político que es.
El Alcalde sabía que Phillip no se conformaría con romper las reglas del juego... sino que las cambiaria por completo.
Y sobre todo, sabía que debía deshacerse de él.
Ha ultima hora del día, Eric tiene que cazar al vuelo a una Mary que salía corriendo. Como siempre.
- ¿Sí? Pregunta esta algo extrañada con un pié ya en el pasillo.
- Mary, siéntate que quiero comentarte una cosa.
Esta obediente se dirige hacia su sitio con media sonrisa. No es normal que Eric esperase a última hora para decirle nada. Este no sabe bien por donde comenzar, pero repara en que su ayudante lanza una mirada furtiva a su reloj de pulsera que le fuerza a resumir:
- Voy a volver a escribir.
- ¿De verdad? Pregunta esta saltando hacia él dándole un abrazo enorme adornado con un beso en la mejilla tan grande o más que el abrazo.
Eric no se esperaba tal reacción y se queda de piedra. Cosa que Mary aprovecha para dirigirse hacia el archivador de madera con cuatro niveles vistos y uno inferior oculto tras dos puertas, que abre de par en par mostrando la máquina de escribir que, después de hacer sitio en el escritorio, planta en medio y comienza a teclear sobre el rodillo a una velocidad de vértigo.
- ¡¡Ya tenía yo ganas!! Grita Mary por encima del escándalo.
Eric conserva la sonrisa provocada por la extraña sucesión de acontecimientos.
Pues para él escribir tiene dos partes: una buena y una mala. La mala es que odia el sonido de las maquinas de escribir. Le pone de los nervios. Quiere seguir hablando con ella, pero lo que iba a decirle sobraba. Además, está contentísima armando este escándalo atroz.
Hoy es lunes, la jornada laboral ha concluido. Ahora toca la segunda parte: Antonio.
De camino al gimnasio, Eric recuerda lo que dijo este sobre el sistema de ecuaciones y sobre la función.
Para él, el símil con el sistema tiene más sentido. Primero porque vivimos dentro de un sistema y segundo porque es muy complejo. Mucho más que una simple función. En nuestro sistema de ecuaciones, como en todo sistema, lo primero en que se repara es en que tiene pinta de ser complejo. Lo que de entrada, a muchos echa ya para atrás.
Y la verdad es que no son nada estéticas las “X’s”, las “Y’s”, las “Z’s”… Aunque para gustos los colores, ¿cierto? Pero parece ser que nuestro sistema, a pesar de ser un galimatías, está claro. A primera vista no tiene complicación ninguna, puesto que para toda incógnita, tenemos respuesta. ¿Y por qué tenemos respuesta? Pues porque esas incógnitas están resueltas.
Soluciones dadas por la Cultura.
Esta, cuando somos pequeños nos dice: veis el sistema de ecuaciones, ¿verdad? Pues mirad, si cogemos de aquí la “X” y la pasamos allí, al sustituirla, nos permite tal, tal y tal.
Y nosotros decimos: ¡Es verdad! Qué fácil. La Cultura nos despeja las incógnitas. Nos da las soluciones. Pero nunca nos dice: ¡Venga ahora vosotros solos! Sin ayuda de nadie.
Y en el caso de que lo haga siempre será sobre un ejemplo dado, es decir, establecido. Jamás nos permitiría proponer un ejemplo propio, nuestro. Jamás dejaría que nosotros preguntásemos. No sea que propongamos un caso para el que su método no sirva.
Proponiendo nada más que sus ejemplos, el resultado no “se le escapa.”
La Cultura se limita a enseñarnos un “Procedimiento”. Es decir, únicamente nos enseña a solucionar los problemas que se nos presenten de una manera “determinada”. Convenida.
Así toda nueva información, toda nueva incógnita, todo nuevo cabo suelto, será atado igual que el resto. Con el mismo nudo. Según el proceso convenido que no es otro que a cada nuevo problema, aplicar la regla de la Cultura. Ella sabe cómo han de despejarse incógnitas y dar buenas soluciones.
No le interesa que aprendamos por nuestra cuenta.
- Esto daría lugar a muchos posibles resultados, dice Eric en voz alta. Y como esto no es lo que en la práctica pasa… como para cada problema solo existe el resultado convenido... solo queda una posibilidad: Nosotros nos atamos nuestros propios cabos.
Cierra la boca y apaga el motor. Ya está en el garaje. Nota como le asen de un brazo y como al momento esta botando un balón de baloncesto con el otro.
- ¡Espabila, tú!
Pues sí. ¡Espabila, tú!
Eric retoma un poco el color de persona viva y sonríe a Antonio. Este, al ver que su amigo sigue en Babia, le pega un calambrazo:
- ¿Qué? ¿Cómo va esa investigación?
- Pues no sabría decirte, responde después de resoplar.
- Anda… venga dime.
Insiste Antonio que hace de todo por reanimar a Eric.
- Bueno… comienza a duras penas. Hoy Rui me ha dicho una cosa…
Eric deja de hablar. Aprovecha que Antonio se había relajado atendiéndole, le supera, se dirige a canasta y encesta fácil.
- Oye... truquitos los justos, ¡eh!
Grita Antonio haciendo resonar su voz por todo el pabellón subterráneo.
Eric ríe.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que tenga cuidado al hablar de prejuicio positivo y negativo, porque en sí mismos…
- Encierran un prejuicio positivo y negativo, concluye Antonio sorprendido. Joder con Rui. ¡Qué fino hila el tío!
- Y la verdad, es que a mí se me había pasado por completo, reconoce Eric mientras sale botando de la zona.
Antonio ríe ostensiblemente.
- ¿Qué pasa?
- Pues que en vez de resolver nada, dice Antonio entre risas, lo que hacemos es liarlo todo más.
Ahora ríen los dos pasando por completo del juego.
- Le he dado una vuelta a tu símil del sistema de ecuaciones, dice Eric volviendo a botar.
- ¿Ah sí?
- Sí. Y la verdad es que me gusta.
- ¡Vaya, gracias! Dice Antonio agradado. Ya iba siendo hora de que me echaseis algún cumplido, ¿no? Llevo toda la vida regalándoos el oído con perlitas y hasta que no veis el collar entero no decís nada. ¡Coño!
Eric se queda un poco parado. Antonio se parte la caja.
- Venga dime, insiste este de nuevo. Que luego te contaré yo.
- Vale, dice Eric olvidando el balón, creo que lo del sistema está más claro porque ya no solo representa el nuestro, sino que esas incógnitas resueltas serian los cabos atados.
- ¡Sigue!
- Estas incógnitas…
- Soluciones, interrumpe Antonio.
- Exacto, reconoce Eric. Estas soluciones son las respuestas convenidas.
- Así la Cultura, interrumpe de nuevo Antonio, nos enseña no solo a resolver un sistema determinado sino cualquiera porque, ¿qué aprendemos?
- El procedimiento, establecen los dos a coro.
- La cultura nos enseña a resolver cualquier incógnita en base a un proceso siempre igual, continua Antonio.
- Y ¿por qué?
Pregunta Eric a su amigo que conoce la solución.
- Para dar siempre la misma respuesta.
- ¿Que es? Interroga de nuevo a Antonio. Este duda unos segundos. Mira a Eric y entiende que será él quien responderá. Como así es: Esa respuesta es recurrir a la Cultura.
A Antonio se le ilumina el rostro.
- Recurrir a nuestro entrenamiento, resuelve Eric alegre y botando de nuevo el balón.
Los dos amigos se centran en el juego. Eric ataca. Antonio defiende. Pero no pone mucho ímpetu. Se limita a cerrar bien todas las puertas. Eric lo intenta. Amaga ir hacia la izquierda para luego dirigirse hacia la derecha. Antonio se las sabe todas. Ahora observa el aro desafiante. Pero esta demasiado lejos. Seria perder el balón. Pero el tiempo pasa. No puede botar eternamente sin avanzar un milímetro.
- ¿Cambiaria algo el número de ecuaciones que tuviéramos delante? Pregunta de golpe Antonio. Eric no hace mucho caso pues puede ser perfectamente una simple estratagema para despistarle.
- No, responde secamente.
Antonio que no ha conseguido hacerle bajar la guardia, suelta un par de manotazos para robar el balón. Nada que hacer.
- No cambia nada siempre y cuando esas ecuaciones estén en función de las mismas incógnitas, continúa Antonio.
Eric ahora si presta el oído.
- Así se evitaría el cambio, dice Eric al que se le va la cabeza de nuevo a la investigación olvidando el juego aunque sigue botando como reflejo involuntario. Otro manotazo de Antonio que es bien defendido por aquel.
- ¿Y quién diseña ese sistema de ecuaciones? Pregunta para terminar de despistar a Eric.
- ¿La Cultura?
- Sí y no.
Esta respuesta termina por desconcentrar a Eric.
- ¿Cómo?
- Piensa.
Balón parado. Antonio sonríe al ver la cara de pasmado de su amigo.
- ¿Nosotros mismos? Pregunta tras unos segundos de reflexión.
- Exacto. Y ¿cómo? Antonio está encantado. Eric un poco perdido. Aquel espera un poco. Érase una vez… continua dando la respuesta.
- ¡Las historias!
Grita Eric lanzando el balón no sabemos dónde.
- Cambia diseñar por escribir, dice Antonio.
- Todas las historias tienen la misma estructura…
- Todas las funciones se articulan igual…
- ¡Seguimos un patrón Antonio!
Grita Eric
- Un patrón de conducta, Eric.
Este pega un salto y se abraza a su amigo. Siente la necesidad de llorar. Antonio sonríe. Eric se separa un poco para verle la cara.
- ¡No sabes el par de días que llevo rompiéndome la cabeza, tío! Gracias, continua Antonio. Eric no puede hablar. Gracias. Hacía años que no me sentía así.
Y vuelven a abrazarse.
A varias decenas de kilómetros del pabellón subterráneo, P.R. sentando en su sillón presidiendo su lujoso despacho (gesto que el Alcalde le copió) se felicita por lo bien que estaba saliendo su Plan.
Durante años el Clan Malone había sido el más fuerte, el rival a batir. Sus dominios comprendían tanto la Gran Ciudad, como las Aglomeraciones Norte, Este y Oeste. P.R. tenía que conformarse con la Sur.
Pierre sabía que logísticamente era superior al Viejo Malone, pero este le ganaba siempre en el cuerpo a cuerpo. Todo se desarrollaba así hasta que apareció Enzo para revolucionar su aparato militar permitiéndole alcanzar una fuerza pocas veces antes vista.
Pero Enzo no era solo un guerrillero, también un organizador y un gran estratega. Gracias a esto, Pierre pudo volcarse en su red de empresas legales que ayudasen a blanquear sus excedentes de líquido.
De la noche a la mañana, el territorio de P.R. se vio incrementado pues poco tiempo aguantó Malone los embates de Enzo sobre la Gran Ciudad. El Clan Malone, en cuestión de meses se encontró fuera de las puertas de la Metrópolis.
En rigor, la Aglomeración Norte es 5 veces más grande que la Gran Ciudad, por lo que desde el punto de vista empresarial, no supuso una catástrofe. Además, Malone controlaba el Distrito Portuario, eje económico del Cinturón Industrial y la Aglomeración Oeste y poseía los permisos para la ampliación de la Aglomeración Este con unos planes de construcción de más de 150.000 viviendas.
Parte considerada como zona neutral o de beneficio mutuo, gracias a esto, P.R. logró obtener los permisos de la ampliación del Cercanías Este sin problemas.
Pero el Viejo Malone había sido el Jefe de la Gran Ciudad, la Capital del Mundo, desde la noche de los tiempos, y haberla perdido no le dejaba dormir.
Pierre y Enzo formaban un binomio perfecto. Uno combatía en la calle, el otro en los despachos. Y de su unión surgió la maquinaria perfecta de extorsión global desde la compra-venta de terrenos hasta el cobro de los alquileres.
Cuando Malone supo que P.R. había encontrado el nuevo filón urbanístico mediante el enterramiento de la Gran Ciudad, estalló de ira y aun sin contar con todos los recursos, intentó un ataque.
Ataque que fue fácilmente repelido por el ejército de Enzo.
Malone comprendió que ese no era el camino para competir con P.R y movió sus hilos para que la Aglomeración Norte imitase a la Gran Ciudad. Lo cual merece un monumento, pues si P.R. solo tuvo que convencer a un Alcalde, Malone consiguió poner en la misma sintonía más de 750 Alcaldías.
Los dos clanes se repartían el mercado en perfecta sintonía hasta que llegó la genial idea de bifurcar la nueva red de cercanías del Este hacía el Norte.
Cuando estalló la guerra, P.R. decidió que debía imponer soluciones drásticas, pues en una guerra sólo hay vencidos.
Obligó a Enzo a desaparecer del mapa y volvió a tomar las riendas de su Clan.
Enzo cambió de identidad y de trabajo. Olvidando su vida pasada a las órdenes de P.R. y comenzando una nueva casado con su hija, pues aunque parezca increíble, su familia cree que Construcciones Pierre Roubain es una empresa legal y que Pierre ha hecho fortuna como constructor.
Cosa que a simple vista es casi cierta. O dicho de otra manera, no del todo mentira.
Con Enzo fuera de circulación Malone creía que la Ciudad volvería a ser suya, pero no contaba con que le traicionasen desde dentro. El Viejo Malone fue encontrado en su suntuosa propiedad de Villa Mancuso.
Donde tanto se acostumbraron los políticos, empresarios y periodistas a ir que “ya no hay quien se los quite de encima”.
Palabras textuales de Freddy Mancuso.
CAPITULO X
El martes Eric se levanta de un salto y llega a la consulta de otro. Abre la puerta y allí esta Mary con su sonrisa de siempre y la máquina de escribir sobre el escritorio.
- ¡¡Buenos días Eric!!
- ¿Qué tal Mary? Pregunta este muy alegre sin poder disimular del todo la mueca de espanto que le ha producido la visión de la máquina de escribir.
- Bien… ¡Uy!
Suena la puerta. Es el primer paciente de la mañana quien interrumpe. Este es al momento invitado a pasar directamente al despacho de Eric. Iba a cerrar la puerta cuando Mary…
- ¡¡Ah, Doctor!! Dice esta quitando la máquina de escribir de su escritorio mientras le guiña un ojo. Ha llamado Rui para saber si ira hoy a almorzar al Restaurante.
- ¿Ya? ¿Tan pronto? Pregunta sorprendido.
Mary adopta una mueca de circunstancias.
- <¡Qué raro!> Piensa para sí.
- ¿Le llamo y confirmo?
- Sí, por favor.
Mary sonríe y Eric le da las gracias cerrando la puerta y centrándose ya en la primera visita. La mañana pasa sin novedad. Solo en el descanso Eric vuelve a pensar en Rui. Le intriga el por qué de haber llamado tan pronto. Sopesa llamarle. Pero resuelve dejarlo para luego pues estaría liado. Si fuese urgente, le había llamado él de nuevo, ¿no?
De camino al Restaurante, Eric va pensando en que si acudía hoy era por Rui, porque no le apetece nada encontrarse con esa hecatombe en que se habían convertido los almuerzos. Él quería darle una vuelta a lo hablado ayer con Antonio y para eso el restaurante del edificio era el lugar idóneo. Si la mañana pasó sin novedad, el camino del sillón al Restaurante y la elección no faltan al compás.
¡Ah! Y por supuesto, el tema de conversación: el mal consejo.
Esto molesta mucho a Eric, pero al reparar en que Rui sonreía encantado, se le pasa.
- ¿En serio pensáis que sus propios colegas le han tendido la emboscada? Pregunta curioso John por encima de su menú.
- ¿Quién sino? Responde preguntando Hans.
- Desde luego es una manera muy sutil de quitárselo de en medio, apunta Michael.
- Malvada, diría yo. Añade Toukain como si la idea hubiera salido de su propia cosecha.
Todos hacen una pausa mientras son servidos.
- ¿Siguen dándole cera al asesor? Pregunta Eric.
- Eso es poco, responde Lars, el “Noticiario” ha abierto hoy con una editorial llamando a la transparencia de los Cargos Públicos… tanto de los actuales como de los venideros… etc, etc.
- Vaya, dice Eric. Pero no dicen su nombre.
- Ni hacen referencia alguna ni a él ni a su cargo… nada, responde John.
- Pues entonces está claro, sentencia Eric.
Todos sonríen y vuelven a centrarse en sus platos.
- Tiene que dar la cara, se obceca Peter.
- ¿Ya para qué? Objeta Omar.
- Hombre, le están empujando… se defiende Peter.
- Ya no hace falta, interviene Hans.
- Está más que claro, asevera Rui. Se la han jugado.
- Es más, así sin decir su nombre ni hacer referencia explícita, apunta Enzo, él solito se hará a un lado.
- Sin poner en peligro las Generales, resuelve Omar.
- Estén o no a tiempo para poder perfilar estrategias, apunta John.
Todos se miran a todos, se sonríen y deciden terminar sus ricos almuerzos aunque en realidad lo que les deja el buen sabor de boca son sus conclusiones. Estas deciden que es momento de reposar tranquilas. Tras la nueva lección de Teoría Política (que está bien un rato, pero no para todos los días...) Rui y Eric suben a la Cafetería.
- ¿Estás bien?
- ¡Muy bien! Exclama Rui muy contento.
- Como me has llamado tan pronto…
- Ya… porque sabía que hoy no vendrías y quería hablar contigo.
Eric ríe.
- Pues dime.
- Estoy pensando, dice Rui sin olvidar su sonrisa y, por supuesto, la pausa dramática, en dejar a un lado mí querida abogacía para abrazar a mi verdadero amor: la Poesía.
- ¡No me digas!
Grita Eric tomando sus manos encima de la mesa.
- Sí, acierta a susurrar Rui muy emocionado.
Ambos amigos se miran fijamente.
- Veras Eric, continua con un hilo de voz. No es que esté aburrido de mi profesión… es que ahora mismo el cuerpo me pide marcha.
Esto sorprende sobremanera a Eric más con el brío que culmina la frase que a duras penas comenzó.
- Si, retoma el discurso moderando el tono pero no la seguridad en su decisión. Mi rutina no es nada del otro mundo. Siempre quise poder compaginar mis dos vocaciones, pero en ningún momento he podido. Y durante todo este tiempo, ha sido la Poesía quien ha quedado relegada. Siempre perdía.
- Y todos, apunta Eric dando un último apretón antes de soltar las manos de su amigo.
Rui se ve obligado a hacer una pausa.
- Me parece estupendo Rui.
- Quiero escribir Eric, quiero seguir este camino...
Las palabras salen temblorosas de sus labios.
- Ya te sabes todas las leyes…
- Y quiero saber qué hay después.
- ¡Qué bien Rui!
- Después de la charla en “Les Rideaux” del sábado, hablé con mi familia.
- ¿Y qué te dijeron?
- Nada. Solo nos abrazamos.
Todas las lágrimas que consigue retener Eric, se le escapan a Rui. El café tarda en ser servido. Los camareros no quieren interrumpir.
- Yo también hablé con Anne y Amy. Pero el domingo.
Rui atiende.
- Voy a aparcar la consulta, dice Eric quien ya no puede contener nada.
- ¡A escribir Eric!
- ¡A componer Rui!
- Lo que siempre quisimos.
- ¿Por qué no hacerlo entonces?
- ¡Joder! ¡¡La hora!!
- ¡¡Mecagüen... !!
De camino a la consulta, Eric va contentísimo. La charla con Rui aun fresca, la de ayer con Antonio archivada en un pódium y el sueño a buen recaudo en sus retinas. En este mismo instante se da cuenta de que no quiere meterse en la consulta. Quiere andar por ahí; pensar… su cuerpo le pide movimiento. Pero no es su cuerpo, es su mente quien grita. Quien necesita moverse. ¡Avanzar!
Quiere salir a ver a la gente, a vernos a todos. Pues todos somos el objeto de su estudio. Todos y cada uno. Necesita comprobar la más que corroborada Teoría de los Patrones de Comportamiento…
- ¡Teoría! Grita. ¡Teoría! ¡Al fin puedo relacionarlo con un hecho científico!
Grita como un loco dentro de su coche. Está desatado. En el garaje, es apagar el motor y por el contrario, todo se encendió. Se mira en el espejo retrovisor. Pero no se ve a sí mismo. Está cambiado. Está hasta más joven, hasta más guapo.
- Eric, dice dirigiéndose a su reflejo, prepárate porque ya no necesitas de Teorías ni de nada. Ya sabes las leyes… Ahora toca ver qué viene después. Qué hay más allá.
Una vez acabada la jornada, decide que era el momento justo de estar con Anne y Amy y a pesar de poder quedarse en la consulta pensando pues no está nada fatigado, marcha casi antes que Mary. Ya en casa a la que llega igual de contento o más al ver a su mujer y a su hija, rápido comienza a preparar la cena. No puede parar. Es un puro nervio.
- Oye que sepáis que el domingo picnic, ¿eh?
- ¿Otra vez?
Pregunta Anne a quien se le había hecho cuesta arriba la jornada de trabajo.
- ¡Sí! Grita Amy mirando a su madre para contagiarle sus ánimos.
- Pero no al fuerte, dice cortando en parte la alegría de esta quien ya se frotaba las manos.
- Si, vamos a otro parque, propone Anne.
- Vale, y así vemos otras cosas… dice Amy. ¿Sabéis qué? Podíamos ir cada domingo a un parque distinto y cuando los hayamos visto todos, elegimos el mejor.
Propone. Lo que es muy del agrado de sus padres.
- Pero no para ir ya solo a ese, sino solo por diversión.
Ahora provoca las carcajadas de aquellos que son secundadas por esta a pesar de no entender muy bien donde estaba la gracia.
- Vale, concluye Eric. Mañana miro en el mapa otro parque.
CAPITULO XI
El miércoles en el descanso entre la primera y la segunda cita, Eric va de nuevo al Fuerte. Y hoy ya si repara en donde se estaban llevando a cabo los trabajos de restauración y de excavación. Pero como al fin y al cabo son piedras y él no entiende, pronto sube a la muralla. Y... adivinad quien sale del túnel de la Ciudad Industrial dirección al Casco Antiguo. La furgoneta amarilla. Y, tranquilos, de una pieza.
Eric sonríe. A pesar de no haber vuelto a pensar en ella durante toda la semana, cosa por otra parte más que lógica, allí estaba de nuevo. Misma hora, mismo recorrido. Vaya, esto suena a rutina. Pero Eric está más a imaginarse la redonda cara de Rui maniobrando para ver como meter en ella su enorme sonrisa, que en otra cosa más interesante para todos nosotros.
Le imagina aparcado a la sombra de un árbol en cualquier lugar remoto. Por completo solo, tumbado dentro escribiendo sus pensamientos, componiendo unos, ensayando los menos dóciles. Repasando el camino que le había llevado hasta aquella playa desierta y planeando ya el próximo viaje.
Y luego el próximo. Se imagina a Rui avanzando siempre. Con descansos. Con descansos para volver a aprovisionarse de ideas y sensaciones absolutamente nuevas, rompedoras. Ideas revolucionarias que evolucionarían simplemente al alcanzar la siguiente etapa. Cada lugar por el que pasamos nos regala con una nueva pincelada de color, con un nuevo tono, con una nueva nota en nuestro pentagrama.
Y como si la Ley de la Gravedad harta de tanta arrítmica idea y de todas las faltas de respeto a su partitura universal, quisiera tomarse la justicia por su mano, hace volver a la furgoneta a su punto de despegue.
Lo que a modo de manzana madura cae sobre el techo de la furgo de Rui asustando no solo a este, sino haciendo poner pies en polvorosa a Eric, a quien de nuevo le habían dado las uvas allí subido.
Nadie le había llamado a la consulta, lo que le permite plantarse sin decir ni pío en su mesa apartada del salón apartado del restaurante del edificio… camuflado. Cerquita. Escondido en las entrañas de la tierra. Tranquilo.
Bueno, comienza sumido en sus pensamientos, lo del sistema de ecuaciones se puede más o menos sostener. Ahora vamos a ver lo de la función… pero una función es demasiado simple. Es dar valores y representarla en el plano.
¿Y si esos valores fueran estímulos?
Las respuestas serian las convenidas y de ninguna otra manera, puede darse una respuesta distinta.
Cogemos la función, le damos diez valores aleatorios y nos dará otras diez respuestas de manera automática. Siempre las mismas para esos valores. ¿Y si esos valores fueran consecutivos? Obtendríamos diez respuestas automáticas, siempre iguales que serian puntos en el espacio. Estos puntos al ser unidos, formarían una recta. O una curva... Una gráfica, vaya.
Siempre va a ser igual porque no puede ser de otra manera. Y no puede ser de otra manera porque la función está sujeta a su propia naturaleza. Recibe un valor, otorga un punto en el plano. Le damos un estimulo, da una respuesta. Distintos estímulos, distintas respuestas. Pero siguiendo su patrón. Siguiendo su naturaleza. Si nosotros también damos respuestas automáticas…
Veamos, me voy a poner en función de “X” e “Y”. ¿Qué me pasa cuando recibo un estimulo (valor)? En función de mi educación daré una respuesta (resultado) automático. Doy un punto en el eje de coordenadas. Y este punto no puede ser otro distinto pues mi propia naturaleza me lo impide.
Pero la cultura no forma parte de nuestra naturaleza. No nacemos con ella. Hemos de aprenderla.
Y en todas estas historias está pensando Eric hasta el punto de que un camarero ya veterano, le tiene que sacar de su ensoñación si no quería llegar tarde a su consulta. Segunda carrera del día.
Ya de noche, al no ver nota ninguna en el coche de Antonio va directo al pabellón. Y ahí está. Lanzando a canasta. Y no espera ni a que Eric termine de cambiarse:
- Oye, me he dado cuenta de una cosa.
- ¿El qué? Pregunta Eric temiendo y con razón mientras se cambia en el banquillo.
- Que lo de los patrones de conducta si es algo científico, dice sin denotar tono alguno al tiempo que bota el balón. Cada bote en el parqué, produce otro en las paredes del vacío pabellón. (Eric pone cara de pillo) Ya podemos relacionarlo con algo científico, continua Antonio al ver cómo su amigo no hace sino sonreír y atender más a los cordones de las zapatillas que a lo que le cuenta.
- Exacto, dice este levantándose y pronunciando más su sonrisa al chocar su mirada con la de Antonio.
Quien se sorprende al no obtener mayor respuesta. Eric pide el balón. Tiene ganas de jugar hoy.
- Exacto. ¿Solo eso?
- ¿Y qué más quieres? Continua Eric. Antonio no reacciona, permanece con balón en las manos. Desorientado, niega con la cabeza. No pretenderás que después de haber llegado hasta aquí vayamos a volver atrás.
Es Antonio quien sonríe ahora sin disimular la fuerte impresión que le ha causado Eric. Percibe una energía nueva en su amigo. Algo que llevaba mucho sin sentir. Opta por continuar:
- He pensado que para no equivocarnos a la hora de hablar de prejuicio positivo o negativo, podríamos llamarlo “predisposición” y “no predisposición”.
Eric queda pensativo. Antonio vuelve a botar y con ello, reaviva los ecos de la caverna. Solo la pista está iluminada. Los focos destinados a las gradas permanecen apagados, sumidos en las sombras de la caverna.
- “Predisposición” a hacer, pensar o decir. Apunta Eric.
- Bueno, pero es muy engorroso, ¿no?
- <Si ya lo decía yo, piensa Eric. Nos va a hacer falta un nuevo lenguaje…>
Antonio sólo bota. No hace nada más que ruido. Observa a su amigo que muestra la exasperación en su rostro.
- ¡Venga, tira ya! Grita Eric para sacudirse este pequeño revés terminológico.
Lanza y falla. Eric se dirige a recoger el balón. Una vez recuperado del sombrío rincón donde fue a esconderse, se dirige hacia la línea de tiros libres para dilucidar quién empezaría la partida.
- He pensado lo de la función, dice mientras se encamina botando.
- ¿Y?
- Pues he llegado a una conclusión pero no me cuadra del todo.
- ¡Cuenta!
Eric hace una pausa para lanzar.
Lanza. Y falla. Turno para Antonio de buscar la pelota. Las paredes amplifican y repiten sus sonoros zapatazos.
- ¡Ponte en función de “X” e “Y”! Ordena Eric desde la línea de libres. Voy a darte una serie de valores…
- Y yo daré unos resultados, responde Antonio desde las sombras haciendo retumbar su voz por todos lados consiguiendo la ilusión de no saber el punto justo de donde proceden sus palabras.
- Una respuesta que será siempre la misma, continúa Eric.
- No puede ser de otra manera, Doctor.
- ¿Y por qué no? Inquiere Eric.
Antonio duda. Piensa. Y dice mientras reaparece de entre las sombras:
- Porque obedezco a unas Leyes.
- Porque es tu naturaleza, dice Eric como respondiéndose a sí mismo haciéndole ver a su amigo que esta es la respuesta. Y esto es lo que no me cuadra.
- ¿El qué?
- Pues que quien nos da esas leyes, esas normas o procedimientos para dar la misma respuesta sin lugar a sorpresas, es la Cultura.
- Sí.
- Ya, pero la cultura “no es nuestra naturaleza”, dice Eric adoptando un gesto con todo el cuerpo. Antonio queda pensativo. Es aprendida, concluye.
- Es cierto, no nacemos con ella.
Admite Antonio que conserva el gesto y el balón, a pesar de estar el pobre muerto de aburrimiento entre una mano y la cadera mirando, impotente, la canasta.
- Otra cosa, continua Eric, ¿a qué te suena “ecuación”, “función”, …“matemática”?
- A rigidez, ¿no?
- Sí.
- Algo rígido… inamovible, añade Antonio adoptando un gesto raro motivado por esta sucesión desagradable de ideas.
- Convención, dice Eric.
- Leyes.
- Eric, salta Antonio muy dispuesto, solo hay una manera de cuadrar lo de la “función”.
- ¿Cual?
- Suponer que la cultura sí es nuestra naturaleza.
- ¡Pero no lo es! Objeta Eric.
- ¡Pero suponlo! Insiste Antonio.
Esto a Eric no le gusta nada.
- ¿No damos nosotros respuestas automáticas a los mismos estímulos? Continúa Antonio sin pausa. Eric sigue en sus trece. ¿No damos un resultado siguiendo unas pautas, unos procedimientos, cuando se nos ofrece un valor? ¿Y siempre el mismo?
- ¿Un punto en el plano dices? Pregunta Eric.
- ¿No hacemos nosotros lo mismo que una función?
Eric queda pensativo. Antonio por fin repara que lleva un rato en la línea de libres.
- Un valor; una solución, continua devolviendo rápidamente la mirada a su amigo. Varios valores consecutivos, varias soluciones.
- Varios puntos en el plano, completa Eric, quien ahora si consigue ponerse en función de X e Y.
- Que si los unes obtienes una gráfica, resuelve Antonio.
- ¿Una gráfica? Pregunta Eric aterrado al visualizar claramente la imagen que dibujan en su cabeza sus conclusiones.
- Si cada punto es una respuesta automática, una conducta convenida, una solución siguiendo el procedimiento…
- Esa gráfica sería una sucesión de conductas automáticas, resuelve Eric helado. Una catarata de ideas cae produciendo un terrible estruendo dentro de su cabeza.
- ¡Eric! ¿Qué coño es una sucesión de conductas? Pregunta Antonio haciendo temblar todo el recinto subterráneo.
- No puede ser… Responde negando con la cabeza. ¡Calla!
- Pues no hay otra explicación, sentencia Antonio con un tono grave que ni el eco consigue imitar.
- No… no. No me lo creo. Niega nerviosamente.
Eric cierra los ojos. No quiere ver nada. Busca otra posibilidad. La que sea. No importa…
- ¡Doctor! Continúa impasible Antonio. Una sucesión de conductas es…
- ¡No!
- ¿Es...?
No puede ser. Eric lo niega. A pesar de verlo, de haber recorrido todos los pasos lógicos comprobando cada una de sus hipótesis y conclusiones.
Sin importarle, sin escuchar lo que oye, Eric niega una y otra vez. Miles de imágenes atraviesan sus retinas. Recuerdos. Recuerdos que creía suyos. Por mucho que luche, Eric deberá antes o después desatar todos y cada uno de sus cabos. Por mucho que le duela. Y lo consigue:
- Una sucesión de conductas es una vida… responde Eric con un hilo de voz. No consigue articular bien. Antonio ni lo oye. Da igual, conoce la respuesta. Eric siente una arcada.
- ¿Sabe lo que es esa gráfica Doctor? Pregunta un Antonio al que el pabellón vacío le otorga la gravedad de un ser ultra terreno. Esa gráfica es un camino. Nuestro camino. Nuestra vida.
Concluye sin temblarle el pulso.
- Somos una función, susurra Eric. Una puta función...
Le flaquean las piernas. Antonio bota dos veces al balón, esto le hace reaccionar. Levanta la mirada que llevaba rato tirada por tierra y ve a su amigo. Tranquilo. Con su mirada segura. Concentrado. Serio sin perder el gesto pasota.
- De manera que tenemos que seguir ese camino porque es simple y llanamente…
- Nuestra naturaleza, termina Eric la frase con las manos ocultando su cara.
- Eric, te equivocabas y no. La Cultura no es nuestra naturaleza, no nacemos con ella. Pero la aprendemos.
- Y al aprenderla, se convierte en nuestra naturaleza, resuelve el Doctor Bauss. “Pasa a serlo”
Tras un par de jugadas en las que solo Antonio mostraba algo de interés por el juego, Eric reacciona:
- ¿Sabes una cosa? Pregunta obligando a su amigo a detener de nuevo el juego apenas empezado.
- Dime.
- Acabo de darme cuenta que ya lo sabía.
- ¿El qué?
- Que la cultura se convierte en nuestra naturaleza.
- ¿Ah sí?
- Sí. Hacemos cosas que llamamos “naturales” cuando en realidad no son más que “culturales”.
- Y…
- Sabía que contra los prejuicios no se puede luchar, (Antonio queda parado, pero continúa botando) Son un enemigo terrible, continúa Eric parafraseando al Julius de su sueño.
- Como para no serlo, dice Antonio encogiéndose de hombros. Somos nosotros mismos.
- Claro, dice Eric levantando la cabeza sonriente por haber llegado a la conclusión pero en realidad, tristísimo. Los prejuicios y las supersticiones son nuestra naturaleza.
Antonio lanza a canasta y encesta.
- Bueno, ¿y qué hacemos ahora? Pregunta encaminándose hacia el balón.
- Pues lo único que podemos hacer, responde Eric sencillamente. Antonio sonríe. Ir a por ellos.
Concluye decidido Eric que copia el gesto.
- ¿A por nosotros mismos? Pregunta alegre Antonio.
- ¡A por nosotros mismos! Grita Eric.
Los dos amigos se sonríen.
- ¿Sabes por dónde podemos empezar?
Pregunta Antonio.
- Ni idea, confiesa Eric cansado.
- Por la ducha. No tengo ganas ninguna de jugar.
CAPITULO XII
El jueves Eric lo destina a ponerse en contacto con sus colegas para comenzar a derivar pacientes. Esto no es cosa de un rato por ello queda con ellos para la semana que entra y así tener tiempo de preparar toda la documentación a entregar. De toda la jornada solo cabe reseñar que acude al Restaurante, que se encontró con lo mismo y que tras conseguir huir de allí, tomo un café con Rui.
Este le dijo que había hablado con sus jefes. Que les había propuesto una reducción de la jornada laboral. Solo las mañanas. Con la idea de, esto no se lo dijo a ellos, en un futuro reducirla por completo. La respuesta la obtendría hoy viernes. Jeje, la verdad es que ya le estoy cogiendo el gustillo a esto de ser Narrador.
Y no solo es que ya sea viernes, sino que nos vamos a saltar también el almuerzo al que obligaron a asistir al Doctor Bauss y vamos a coger el ascensor hasta el nivel – 3, donde están los dos amigos. Aunque si por mí fuera, no nos quedaríamos aquí, sino que saldríamos directamente a la calle.
Rui está muy contento. Durante toda la comida y la sobremesa había participado y reído como nunca.
Preguntando, respondiendo. Desenmarañando lo enmarañado. En una palabra, traduciendo lo publicado en la prensa.
La cafetería está tranquila, como de costumbre. Normalmente los comensales toman café tras el almuerzo en el Restaurante y luego parten a sus trabajos. Hasta entrada la tarde no se nota una afluencia significativa de público en este amplio y cuidado salón.
- ¿Y bien? Pregunta Eric
- Eric, ya tengo la respuesta de mis jefes… responde un Rui al que no le hace falta el viento para mecerse de un lado al otro cual árbol. La brisa de la felicidad le basta.
- ¡Venga coño!
- No sólo han accedido (Eric se pone como loco), sino que paso a ser “asesor”. La sonrisa se borra de golpe del rostro de aquel. No entendía del todo el tema. ¡No tengo que volver a la oficina!
- ¿Ah no? Pregunta mientras ve como Rui levanta sus brazos al aire.
- ¡No! Grita. Me enviarán la documentación a casa y allí lo prepararé todo. Excepto si la cosa es importante. Entonces sí… ¡pero vamos! Que lo mismo pasan semanas entre un caso y otro.
- ¡Enhorabuena Rui!
- ¡Estoy contentísimo!
- ¿Todo el día para ti? Pregunta Eric con una envidia sana que no se puede explicar.
- Prácticamente. Y además me han dicho que en cuanto quiera volver a mi trabajo habitual que lo haga. No van a buscar sustituto.
- ¿Y todo el trabajo?
- Todo delegado, responde tranquilo Rui. Llevo años con los mismos aprendices. Saben más que yo…
- Eres un burro Rui. ¡Has podido delegar mucho antes!
Rui sonríe. Y rápido vuelven al tema:
- ¡Venga cuéntame!
- Rui, Antonio y yo hemos dado con algo gordo.
Confiesa un Eric muy ilusionado.
- ¿Ah sí? Creo que yo también. Dice Rui sorprendiendo mucho a Eric.
- ¿Cómo?
- Ya sabes que lo de la información histórica no me cuadraba del todo (Eric asiente), así que le he dado una vuelta, explica Rui haciendo una pausa para sonreír al chico que les servía los dos cafés a modo de “muchas gracias”.
- ¡Cuenta!
- El otro día Thomas me enseñó su libro del Instituto…
- ¿El de Historia? Pregunta Eric de sopetón. Rui interrumpe las vueltecitas de la cuchara en el café.
- Sí.
- ¿Y qué ponía? Salta Eric sobre la mesa.
- Tienen examen dentro de unos días, continua Rui obviando la cara de Eric en la que los ojos se les salen de las orbitas e incluso ha dejado de respirar. El tema es: “La Primera Democracia”.
Eric echa fuego.
- ¿Sabes qué leí? Pregunta Rui.
- Que las mujeres no tenían Derecho a Voto.
Salta Eric como dando por supuesto que la respuesta es “no, no lo dice”
- ¡Sí! Si lo dicen. Exclama Rui muy sorprendido.
Eric queda en blanco. Rui sonríe.
- Pero… entonces no lo olvidan…
- No lo olvidan Eric.
- No lo entiendo Rui, dice Eric casi inconscientemente sintiendo cómo una pata de la silla se le rompía.
- ¿Sabes cómo se llama el capítulo del libro? Pregunta Rui jugueteando con la cucharilla.
Eric no responde. Solo repara en que está muy lejos del suelo y ya calcula el golpe.
- “El fin de la Tiranía”
- ¡No me jodas!
Grita un Eric que en plena caída se cuenta que tiene alas y rápido aprende a utilizarlas.
- Pues sí, dice Rui tranquilo. Por lo visto el “fin de la Tiranía” es un sistema en el que las mujeres y las tres cuartas partes de los hombres no pintaban nada.
- Y esclavista, apunta Eric.
- Y esclavista, apuntala Rui que hace señas de “la locura”. Luego reparo en que en casa tengo un libro que se llama “Historia de la Democracia”. Lo hojeé y adivina.
- ¡Qué! “Pregunta” Eric con la cucharilla inerte y seca entre los dedos.
- Que hasta varios siglos después de la “Primera Democracia” las mujeres no alcanzaron el Derecho al Voto.
- No me digas.
- Claro. Pero aun así, continúa Rui denotando disgusto en su tono, aun estando la gran mayoría de la población sometida a un régimen Tirano, puesto que no pintaban nada en él…
- Se le llama en todo momento… interrumpe Eric.
- Democracia.
Termina Rui su frase.
- El Poder del Pueblo, traducen los dos a coro asqueados.
- Eric, como tu bien dices, los símbolos son una venda en nuestros ojos.
- Mary me lo dijo también el lunes y todo por una entrevista con el Alcalde en la que recordaba los valores de los comicios primigenios y…
- En los que hubo un 100 por 100 de participación, apunta Rui con la memoria refrescada.
- Exacto.
- ¿Cómo no iban a ir todos a votar si sólo podían hacerlo los propios políticos?
- ¿Cómo no “legitimarse” ellos mismos, cierto?
- ¡La hora!
- ¡Mierda! ¿Mañana?
- Luego te llamo.
Los dos amigos salen a la carrera de la Cafetería tras beberse de un trago el rico café.
La euforia, el cabreo, la alegría y el asco se mezclaban en Eric de una manera extraña: siente unas ganas enormes de seguir con la investigación. Motivación. La alegría y la euforia, son ingredientes habituales. Pero es más el cabreo que tiene encima y el asco lo que le impulsan. Lo que le motiva.
Solo se le pasa una cosa por la cabeza. Por la cabeza y por todo el cuerpo. Es energía. Energía pura que obliga a todos sus músculos a moverse. Todo el cuerpo no es suficiente para soportar tal cantidad de combustible. Solo ve, oye y piensa en una cosa: Investigar. Aprender. Conocer. Desvelar. Sacar a la luz. ¿Qué es lo que pasa aquí? ¿Realmente somos engañados? Obtener respuestas.
Investigar es mucho más que pensar. Investigar es preguntar y preguntarse. Es conocer y conocerse. Es aprender y compartir. Otros aprenderán o solo escucharán. Lo pensarán, preguntarán y se preguntarán. Informarán y se informarán. Llegarán a unas conclusiones que compartirán. Pues de nada sirve averiguar y callar. Contrastar, poner en común. Construir en compañía. Todos juntos.
Así, con que solo uno de nosotros, con que solo un atomito insignificante de uranio se relacione, juegue, baile y corra con los demás, que aproveche ese movimiento, que choque con sus semejantes y luego estos con otros, provocará no solo calor, sino una reacción en cadena de atomitos pensantes. Que preguntarán y se preguntarán. Que generarán energía. Y seguirán chocando exponencialmente.
Esto piensa Eric Bauss sentado tranquilamente en su despacho. Investigar y compartir. Que otros recojan el testigo. Que sigan investigando, pensando y compartiendo. Pero claro, para pensar hay que conservar la calma. Nada de ponerse hecho una furia. En cólera no se piensa, se actúa. Sin pensar. Es decir, se da una respuesta no pensada al recibir un valor. Cuidado con los pasos atrás.
Tenemos que pensar, se dice así mismo Eric mientras observa como la Gran Ciudad va desapareciendo poco a poco tras una cortina. Los cristales escurren agua sin cesar. Como una catarata. Mary, junto a la ventana, también observa la tormenta. De pié. Atraída por ese encanto misterioso de la naturaleza en estado puro. Magnifica. Todo Poderosa. Incuestionable.
Todo lo que hemos descubierto hasta ahora ha sido gracias a pensar. A que pensamos. Plantear hipótesis, buscar información y corroborarlas o descartarlas. O quizá ni eso. Solo plantearlas y buscar información. Corroborar una hipótesis ya es un convenio. Pero para nosotros no será ya más que un comienzo. El mejor de los comienzos. Que te pique la curiosidad. Tener una idea. El primer paso.
Olvidarnos de corroborar. Olvidémonos de teorizar. Eso es Ciencia. Y la Ciencia no es más que otra amalgama de convenios y reglas. ¡Sí Eric! La Ciencia no es más que otra función. De tal manera que con ella solo podremos obtener respuestas a las preguntas que correspondan a su propia naturaleza. ¿Qué pasa con aquellas que no cumplan esta condición? Pues que quedan sin respuesta.
Esas reglas, esos convenios, esos prejuicios positivos en suma, no son sino “limites”.
Pongamos que nosotros hemos creado la Ciencia, pero no le hemos dado libertad. Le hemos puesto una correa y atado a un palo. ¡¡Menuda gilipollez!! ¿Qué esperamos conseguir de ella? ¿Qué instrumento hemos creado? ¿De que nos puede servir algo “limitado”? Solo para descubrir del palo hasta la punta de la correa. ¡Pero es que hay mucho mas allá! ¿Acaso no estará todo “mucho más allá” del límite?
Y no solo hemos limitado el instrumento. Nos hemos limitado a nosotros mismos al establecer como “predisposición” a creer solo lo empíricamente demostrado. Las Leyes limitan. Y ahí mucho campo tras la valla. Aquí no hay nada más que buscar. Llevamos milenios dentro de la cerca. Y ya está todo más que trillado. ¿Por qué no vemos que ya está todo buscado y encontrado? ¿Por qué no miramos más allá? Mirar más allá. Saltar la valla. Empezar a explorar todo ese Nuevo Mundo.
Eric, has descubierto sin darte cuenta algo mucho más fuerte que la demostración científica. Más fuerte que el empirismo: La argumentación. Hipótesis y argumentación. A quien interese que intente buscar una corroboración. Pero para él mismo. No hay que perseguir la verdad. Hay que perseguir el conocimiento. ¡Fuera reglas! ¡Fuera Leyes! Llevamos detrás de “la verdad” absoluta desde la noche de los tiempos y solo se nos ha ocurrido buscar bajo nuestros pies. En los mismos cajones.
Y en vez de ver que aquí no está y salir fuera a buscarla, ¿qué hacemos? Seguir buscando en el mismo sitio. Y con los mismos instrumentos limitados. La verdad absoluta es otro prejuicio. Y como prejuicio, no hay que quererlo. Un prejuicio es un fallo. Ahora lo veo claro. Quizá no sea cierto que buscar la verdad sea un fallo. Pero sin duda, si lo es seguir buscando en un sitio en el que sabemos que no esta: aquí. En nuestra casa. En nuestros cajones. Con nuestras manos atadas y nuestros ojos vendados.
Limitados.
Este es el fallo. No quiero saber la verdad. No quiero tener razón. Quiero conocer y conocerme. Quiero informarme e informar. Quiero compartir lo que averigüe. Y no como regla categórica. No a la sombra de la Ciencia. Tampoco en contra. Sino más allá. Lejos del laboratorio.
No quiero que se me crea por haber enunciado o demostrado nada. Solo quiero aprender. Y argumentaré lo que aprenda para, entre todos, si lo creen oportuno, lo refuten. Pero por ellos mismos. Y para ellos mismos. Eso es estar más allá de la cerca.
Ni verdad ni mentira. Ni correcto ni incorrecto. Fuera limites. Pensar y compartir. Debatir. Hablar. Hagamos esto que nos resulta tan difícil. Nada de imponer bajo Ley alguna. Nada de Tiranías del conocimiento. Solo pensar. Y para ello, todos tranquilitos.
Pues cabreados ni se habla, ni se escucha. Solo se mete la pata. Preguntaremos y si no nos cuadra la respuesta, la buscaremos nosotros solitos. Nada de esperar explicaciones. ¿No tenemos cerebro? ¿No pensamos? ¡Pues venga!
¡A pensar!
CAPITULO XIII
El sábado por la mañana, Eric despierta con una sensación extraña. Todo va algo más despacio que de costumbre. Todo menos él. De un golpe de vista, sus ojos recogen una cantidad de información fuera de lo normal. Su cerebro se ha dividido en un gigantesco archivador donde todo va solo a su sitio. Bien ordenado. Ve a Diana, Anne y Amy. Rápido recuerda que no había mirado donde hacer picnic.
A pesar de esta nueva sensación, Eric sigue con el mismo despiste encima. Como el lector puede comprobar.
- ¡Hola papa! ¿Has mirado lo del parque?
- No hija, reconoce con un suspiro. Lo siento. Hoy lo miro.
- ¿Hoy?
- Si, voy al Centro (ahora cae en que tampoco había llamado a Rui) he quedado con Rui allí.
- ¿Otra vez? Pregunta alegre Anne.
- Sí, responde sonriente Eric. ¿Miraré en los mapas del metro donde ir vale?
El desayuno trascurre tranquilo. Es sábado por la mañana. Momento de relajarse un poco. Comienzan a discutir sobre el menú del picnic. Hay opiniones para todos los gustos. Al final casi seguro que repetirán. Al fin y al cabo esta rico, se hace rápido y no hay que romperse la cabeza. Eric, con las energías bien repuestas, se despide de todos hasta la noche. Va en busca de Rui.
Para ello va directo a la librería del centro. La mañana ha salido buena. Tras la tormenta de la noche anterior. Todo está fresquito y listo para ser paseado. El librero le pone al corriente: “Su amigo se acaba de marchar hará diez minutos”. Nada más salir pregunta al primero que ve donde había otra librería. Tras seguir sus indicaciones da con el establecimiento y también con Rui, que salía del mismo.
- ¡Eric!
- ¿Qué pasa? Sabía que andarías por aquí.
Saluda sonriente a su amigo que muestra una gran alegría al verle.
- ¡¡Qué de libros!! Y todos súper interesantes
- ¿De poesía?
- Sí. Y de todo un poco.
Responde Rui loco de alegría.
- ¿No has pillado ninguno? Pregunta Eric extrañado al no verle cargado de libros.
- Iba a hacerlo, dice rápidamente, pero con ellos en la mano he pensado: ¡Bah! Ya vengo el lunes que no habrá tanta gente, ¡y me ahorro la cola!
Los dos ríen atrayendo las miradas de los escasos transeúntes.
- ¿Damos un paseo? Propone Rui.
- ¡Venga!
Tras dar solo dos descuidados pasos:
- Ayer cuando volví del trabajo a casa, cogí el libro de Historia de Thomas y estuve echando un ojo, dice Rui. Y no sabes las de burradas que vi…
- ¿Sí? Pregunta Eric quien le toma suavemente del brazo, pues iba directo a chocarse con una farola.
- Está bien que muchas cosas no se digan porque solo tienen 14 años, continúa Rui con la cabeza gacha, pero una cosa es eso y otra muy distinta es contarles un cuento de hadas.
Eric ríe.
- No sé si sabrás, retoma misterioso, que lo que se estudia en el cole, lo que nuestros hijos aprenden, está todo aprobado por el Gobierno.
- Sí.
- Se nombra un comité de expertos en cada materia que elabora un programa de estudios. Y proponen unas líneas generales, explica Rui con gran profusión de gestos y poca atención a sus pasos por la acera. Luego todo esto se desarrolla hasta dar con los libros de texto.
- Sigue, pide Eric. Rui sonríe al ver que su amigo le atiende punto por punto y ve como su rostro va adquiriendo la misma expresión de ayer tarde.
- Y esa Política Educativa, no solo tiene igual importancia que la Económica, sino que solo cuando los Gobiernos gozan de mayoría absoluta, se cambia.
- Vaya.
- Seria curioso hacerse de los distintos libros de Historia “fabricados” con los distintas Políticas Educativas, ¿verdad? Pregunta Rui al infinito. Eric está encantado. Aquel radiante. ¿Sabes Eric? Esto de dedicarme a escribir es algo que llevo años queriendo hacer. Y si no lo había hecho antes había sido, creo, porque nada me motivaba o mejor dicho, no había nada que me empujase lo suficientemente fuerte. Explica Rui algo embarulladamente pero, a la vez, claro. Existe una diferencia enorme entre saltar y que te empujen.
Eric solo escucha y vigila la acera llena de peligros para un Rui ensimismado.
- Ahora, gracias a ti amigo, veo las cosas de una manera diferente... Como si fuesen algo más despacio. Eric no cree lo que oye. ¿Sabes por qué creo que es?
- No, dice este tragando saliva.
- Porque le doy tiempo a la información a recorrer todo el camino desde el estimulo hasta que genera la respuesta.
- En vez de saltar como si te pinchase, interviene Eric.
- Doy prioridad a pensarlo mucho antes que a actuar, Rui hace una pausa para dirigir la mirada a su amigo y sonreír. ¿Sabes que otra cosa ha pensado Eric? Que ahora voy a hacer algo pero que no es nada nuevo.
- No te entiendo.
- Ponerme delante de un papel y escribir, explica Rui dirigiendo de nuevo la vista a sus pies y poniendo en alerta a Eric. Lo voy a hacer sin obligación alguna, solo cuando me visite la inspiración. Y luego lo voy a guardar junto con todo lo demás.
Eric ya lo ve venir.
- Voy a escribir, como te digo, según venga. Continua. Y luego lo llevaré a una editorial. Si, dice muy decidido. Los dos, tanto mi poesía como yo, necesitamos nuevas experiencias.
Eric ríe.
- ¿Qué te parece?
Pregunta buscando la mirada de Eric.
- Pues que antes de llevarlo a una editorial, deberías ir primero al Registro de la Propiedad Intelectual.
Y los dos amigos estallan en carcajadas.
- ¡Pero si no sé ni donde está!
Dice Rui estallando en carcajadas y haciendo partirse de la risa a Eric.
Los dos amigos siguieron habla que te habla y anda que te anda sin un rumbo definido. Llegando a una zona en las que las callejuelas serpentean misteriosas escondiéndose tras cualquier fachada antigua, desembocando a una pequeña plazoleta donde una escandalosa fuentecilla atraía a toda la fauna voladora para refrescarles el pico o dando directamente media vuelta devolviendo a los sorprendidos paseantes al punto de partida.
Independientemente de la dirección que tomasen, el viento les acompañaba en el paseo. Y es que aunque un poco tarde, poco a poco se levantó. A ráfagas. Llevándose lejos las nubes con la idea de repartir la lluvia en todos lados de la manera más equitativa posible.
Pese a divisar verdes rincones, ninguno consiguió llamarles especialmente la atención. Y mira que pusieron empeño: cómodos bancos, tranquilos paseos… pero nada, no hay manera de hacer callar hoy a Rui. Parlanchín. Pocas veces se arranca, pero cuando lo hace cuidado.
Entre unas cosas y otras, llega la hora de comer.
Salta esa alarma que todos tenemos en la barriga. Se corta la conversación. Las ideas, las estéticas, los mil ripios decorativos, rápido se dejan a un lado. Urgen soluciones. Hay que ser prácticos. Hay que orientarse. Saber donde se está. Conocer donde narices nos ha llevado este viaje en globo. ¿En qué parte del Centro estamos? ¿Qué océano es ese?
Sin que sirva de precedente preguntan a un transeúnte. Pero no hablan ellos. Son sus estómagos. Vacíos. Chirrían. Media vuelta y salir a la carrera significa en argot: Muchas gracias. Que pase un buen día.
Entran en “Les Rideaux” sin aliento. La última mesa estaba libre. Y digo “estaba” pues ya la han ocupado. El salón está prácticamente al completo. Unas copitas vacías y un platito son testigos mudos de que el aperitivo ha terminado. Un aroma llega de la cocina. Aunque ahora mismo, gracias a su
súper olfato, perciben olores de todas las cocinas del distrito. La decisión está más que tomada. Será menú. Peppe repara en ellos. Sopesa acercarse a saludar. Pero su sexto sentido le dice que primero coman.
Mientras esperan todo lo educadamente que pueden que un camarero termine sus tareas y acuda a atenderles, Rui se entretiene mirando por la ventana. Pocas veces se encuentra en una situación así: de día, en un Restaurante en la superficie. Sonríe. Eric no. Tiene hambre. No está para bromas. Se va romper el cuello de mirar hacia atrás. Buscando desesperado un camarero o alguien que tenga a bien socorrerle. Rui le mira. Olvida el hambre y empieza a reír. Recuerda que su amigo tenía que contarle algo:
- ¡Venga cuéntame! ¿Qué es eso tan gordo que me dijiste ayer en la cafetería?
Eric olvida su búsqueda y torna la cabeza hacia su amigo. Le mira extrañado. No sabe muy bien de qué habla. Rui sonríe. Espera impaciente.
- ¡Ah! ¡¡Es verdad!! Dice llevándose las manos a la cabeza y negando con esta. Esta semana he hablado un par de veces con Antonio, comienza a modo de introducción. Rui ríe. ¿Recuerdas lo que dijo el otro día?
- ¿El qué?
Pregunta Rui preparándose para la nueva entrega.
- Lo del sistema de ecuaciones y la función.
- Sí, asiente Rui. Cuéntame y luego te cuento yo.
Eric queda muy sorprendido. Pero continúa:
- He pensado que… ¡bueno qué narices! ¡Cuéntame tú!
Exclama intrigado por el tono de su amigo.
Rui ríe cada vez más escandalosamente. Pero se arranca:
- Eric, voy a hacer igual que tú esta mañana y te voy a dar un consejo: búscate otro símil o metáfora o lo que sea, dice Rui sonriente pero serio, porque como empieces a argumentar siempre así, nos darás a todos y a ti el primero, solo veneno.
Esta advertencia no es entendida del todo por Eric.
-¡Muchacho! Continúa Rui que se percata de esto, no has dicho ni dos palabras y ya me tiembla el cuerpo. Yo soy de letras y no por vocación, sino porque no que quedaba otra: Soy alérgico a los números.
Eric ríe. Rui no puede parar.
- Es cierto, asegura entre carcajadas. Estoy en tratamiento. Lo paso fatal.
Gracias al revuelo que tienen los dos montado, un chico se les acerca listo a tomar al pedido.
Este no ocupa mucho tiempo. Se retiran los restos del aperitivo anterior. El salón se llena por completo. Entre la masa de gente, Peppe encuentra una rendija por la que saluda a la última mesa. Esta
ríe. Devuelve el saludo. Desaparece entre la gente para volver aparecer vagamente. Solo las risas ganan de cuando en cuando al barullo general.
- A mí, continua Rui, todo eso me suena a solidez. Rigidez. Yo fluyo, soy flexible, no me puedes hablar de cosas tan lejanas a mi naturaleza.
Suelta un Rui que no había escatimado en gestos y movimientos con la cabeza, brazos y tronco.
- ¡Déjate de rollos anda! Grita Eric siguiendo con la broma. Rui ríe. Mira, precisamente de eso hablamos el otro día, continua Eric cortando de golpe las risas de su amigo. Una función, por sencilla que sea obedece a una idea, ¿no?
- Supongo, dice Rui sin centrarse mucho.
- Le damos una serie de valores y da una serie de respuestas, sigue Eric sin fijarse en la actitud de Rui.
- Eso sí lo entiendo, asegura este serio.
- Y esas respuestas son siempre las mismas para los mismos valores.
- Claro, no creo que pueda ser de otra manera, ¿verdad?
- No.
- ¿Ves? Rigidez… e ilustra con un escalofrió general su frase.
- ¿Y por qué no puede ser de otra manera? Eric no pierde la concentración.
- No sé…
- Porque obedece a su naturaleza, se responde aquel a sí mismo rematando con una mueca de aclaración.
Rui queda pensativo.
- Sigue un proceso, ¿no? Pregunta este.
Eric asiente. Sonríe al ver cómo ha conseguido centrar a su amigo.
- Yo pensé en su momento que la Cultura no era natural para nosotros, continua Eric provocando un gesto de extrañeza en Rui.
- ¿Cómo que no?
- No es natural porque no nacemos con ella, explica Eric.
- Es cierto, hemos de aprenderla.
- Sí. Si fuese natural, no tendríamos que aprenderla, dice Eric. Naceríamos con ella. Rui sigue cada vez más interesado las explicaciones del Doctor Bauss. Los dos quedan mirándose. Veras, sigue Eric imparable, llamemos estímulos a los valores y respuestas a los resultados que obtenemos.
- ¡Vale! Dice Rui animado y completamente encandilado por la conversación.
- Cada estimulo dará una respuesta. Y solo esa porque no puede ser de otra manera.
- Por la propia naturaleza de la función, añade Rui.
- ¡Exacto! Ahora esa respuesta, esa solución, es un punto en el eje de coordenadas.
- De acuerdo, dice Rui intentando recordar sus clases de matemáticas sin perder el hilo.
- Daremos diez estímulos consecutivos…
- Y obtendremos diez respuestas siempre iguales, responde Rui.
- Y diez puntos en el plano, relaciona rápido Eric. Puntos que podremos unir (continúa ilustrando su explicación dibujando con el dedo índice sobre la mesa) dando lugar a una recta.
- ¿Y por qué no una curva? Pregunta Rui burlón.
- ¡Qué más da! Se exaspera Eric. Una gráfica…
- Sí.
- Una gráfica es una sucesión de puntos.
- OK.
- Y si cada punto es una respuesta dada…
Aquí Rui no responde. Queda callado. Eric espera que relacione todo con todo. Pero aquel esta cerca de dar su brazo a torcer. Es más, si fuera otro quien hubiera sacado el tema de las funciones o las ecuaciones se hubiera despedido hasta el año que viene.
- Una respuesta dada a un estimulo Rui, continúa Eric, seria una conducta ofrecida.
- Aaammm, dice este abriendo la boca y los ojos. Entiendo.
- Si unimos las conductas…
- Obtendremos… ¿una gráfica de conductas? Propone Rui sin saber bien a bien.
Eric no responde. Le deja pensar. Rui ahora si relaciona todo con todo. Le cambia la cara.
- Pero… dice pensando en voz alta. Eso no sería una… una… Rui no quiere terminar la frase. Mira a Eric. Sonríe. Pero es una sonrisa triste. Le dice con la mirada que sí. Que ha dado con la solución.
- Una gráfica de conductas es una vida Rui, concluye Eric.
- ¿Dices que podemos obtener una gráfica de nosotros mismos? Dice Rui entre preguntando y exclamando. Entre sorprendido y escandalizado.
- Si, responde serio Eric. Y también digo que nosotros somos una función.
Rui queda atónito. Mira a su amigo. Eric mantiene la mirada. Toma aire. Rui se agarra donde puede.
- ¿Qué es algo que al recibir un estimulo, en base a su naturaleza, da una respuesta que siempre es la misma?
- Algo rígido, responde Rui espantado. Algo que no da opción a más alternativa.
- Sí, Rui.
La pesadumbre invade la escena. Las últimas frases están impregnadas de una mezcla de sentimientos. Mezcla que se refleja en sus rostros. La alegría de las conclusiones ensombrecida por sus consecuencias.
- Pero si somos funciones… dice Rui con la voz temblorosa. Una vez dicho, se arrepiente de haberse dejado llevar por su curiosidad.
- Una gráfica sería un camino, sentencia Eric gravemente. Una sucesión de puntos da lugar a una gráfica. Si esos puntos son nuestras conductas, nuestras respuestas automáticas a los estímulos recibidos… esa sucesión de conductas sería una vida. Y no una... sino “nuestra” vida.
Pausa. Rui reflexiona.
- De manera que estabas equivocado Eric, dice Rui sorprendiendo un poco a su amigo. La cultura si es nuestra naturaleza.
- No solo la aprendemos, sino que se convierte en nosotros mismos.
Avanza Eric otro paso más.
- Vaya, así las cosas, como dice Antonio… el cambio no es que esté prohibido…
- Claro, no hace falta prohibirlo. Niega Eric con la cabeza mientras se recuesta en la silla. Sencillamente es imposible.
- Está fuera de nuestra naturaleza.
La conclusión de Rui deja a Eric frío. Menos mal que el camarero les acerca ya los platos. Los posa en la mesa y promete volver en un segundo con el resto del encargo.
Cubiertos, la fuente de ensalada. Las botellas de zumo y agua. Las copas. Todo encuentra su sitio sin lugar a duda. En un momento. Durante unos segundos el ruido del salón completo ensordece a los dos amigos. Pero el olorcillo que desprenden los platos les permite abstraerse y dar por fin comienzo el festín.
Una par de bocados dura la paz:
- Así que... ni fluyo ni nada, ¿no? Pregunta Rui.
Eric queda un poco tocado.
- Soy rígido. Soy inflexible. Soy… previsible.
Y ahora por poco no le da un pasmo.
- ¿Cómo? Pregunta medio atragantado.
Rui no sabe, se había lanzado en picado hacia el plato y debe pararse en pleno ataque.
- ¡Rui! ¿Qué has dicho? Insiste Eric escandalizado. ¿Previsible?
- Pues claro, ¡¡Soy una jodida función!! Grita cabreado. ¡¡Ya me contarás donde tengo la originalidad!!
- Rui... No me había dado cuenta...
Reconoce Eric que deja el tenedor descansando en el plato y se lleva las manos a la cabeza. Aquel observa cada destello del cuchillo que ha sido olvidado en la mano. Teme por un accidente.
- Menos mal que por lo menos sé disimularlo, dice Rui que opta por tomárselo a bien.
- ¡Calla coño! Desde el primero momento me pregunté si podría articular una Teoría que previese la conducta
Rui entiende ya los gritos y no quita ojo a su amigo que no deja de hacer gestos involuntarios extraños armado de tal manera.
- ¡Y aquí está! Grita Eric fuera de sí. Peppe en la barra levanta la oreja. Se teme lo peor.
- Todo, excepto que sea una Teoría, apunta Rui sonriente.
- ¡Te equivocas! (a Rui le cambia la cara por completo) Existe una Teoría: Pautas de Comportamiento. Informa Eric.
- ¡¡No me jodas!! Exclama Rui.
Peppe suelta un pequeño bufido de desagrado desde la barra.
- Pero me da exactamente igual. Ahora estoy más preocupado por saltar la cerca. Remata Eric dejando a su amigo casi en shock.
Al ver que este no entiende nada, comienza a explicarle que tanta norma, tanto convenio, tanta Ley no hace sino prohibirnos el movimiento. Superando el prejuicio y la superstición, podremos comenzar a ver que hay más allá.
- ¿Entonces si se puede ser original?
Pregunta Rui pidiendo una respuesta que resuma la exposición.
- ¡Pues claro! Grita Eric al que se le ha olvidado por completo donde está. Solo ve a su amigo que estalla de alegría y sin reserva, se deja contagiar.
- ¡Puedo fluir!
- Una vez saltada la cerca, sí.
Rui ríe aliviado.
- ¡Rui! Grita ahora Eric. ¡Eso es lo que llevas haciendo desde siempre!
- ¡Pues claro!
- ¡Victoria pírrica casar métrica y lírica! Exclama Eric como loco.
La mesa obtiene el privilegio de recibir la visita de Giuseppe en persona.
Armado de libreta y boli. Como para tomar nota. Pero en realidad es el dúo de cantarines quien recibe la lección. A pesar del barullo general, sus voces se dejaban oír en los cuatro rincones del local. No habían molestado a nadie. Ningún comensal había presentado queja. Pero la tranquilidad es la seña de identidad de “Les Rideaux”. Y el dueño, pues el garante de que esto se lleve a raja tabla.
- Oye, has pensado lo del prejuicio positivo hacia lo positivo y…
- Si, responde Eric en voz baja una vez que Peppe se había alejado lo suficiente. Según Antonio, deberíamos hablar de “predisposición” y “no predisposición”.
Rui queda pensativo.
- No me cuadra del todo, confiesa sonriente en el mismo tono que el mismo había comenzado.
- A mí tampoco. Pero es un comienzo.
Peppe, pícaro rodea la cabeza y les caza agachados sobre sus platos mascullando algo. Rui le ve y disimula. Eric lo entiende y se centra en su plato. Giuseppe sonríe. Vuelve a mirar al frente y se le viene el mundo encima:
- Qué pasa aquí.
Dice Antonio que había aparecido delante de él. Peppe queda mudo. Con los ojos abiertos como platos. Inanimado. Antonio sonríe. Al ver que tiene las manos ocupadas, le saluda poniéndole una mano en el hombro. Aquel, inconscientemente se hace a un lado, circunstancia que aprovecha este para avanzar a paso firme hacia el final del pasillo. Como si no hubiera una maraña impenetrable de personas cerrando el paso. Atraviesa el muro y llega hasta la mesa. Pega un golpe en la misma.
- ¡Pero bueno! Grita al mismo tiempo.
Rui le había visto venir en el último momento. No así Eric, que al estar de espaldas, se lleva un susto de escándalo. El salón se calla. Queda congelado. A Peppe reacciona. Y prefiere haber seguido en Babia durante solo cinco minutos más. Cierra los ojos. Agacha la cabeza. Se resigna. No le queda otra. ¿Qué va a hacer? ¿Volver a la mesa? Antes con los otros dos si podía, pero ya con este aquí… Decide que lo mejor es llegar a la barra y hacer como que no ha visto nada.
- ¿Y bien? Pregunta Antonio a Rui mientras se sienta al lado de este y le pone una mano en la pierna en señal de saludo.
- Aquí, hablando de la investigación un poco…
- He pensado, dice Antonio poniéndose cómodo, en lo que me dijiste que no quieres que se convierta en Teoría.
Se dirige, claro está, a Eric.
- Sí.
Responde este tímidamente.
- ¿Entonces? Inquiere aquel. Rui observa la escena.
- Solo quiero argumentarlo, dice Eric.
- Muy bien, acepta Antonio sin dejar casi terminar a su amigo la respuesta, ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿En qué momento se le ha olvidado a usted que es el Doctor Eric Bauss?
- <Su puta madre>, piensa Eric para sí mismo. Y diciéndolo en voz alta con el gesto.
Los tres hacen una pausa. Eric se ha quedado en blanco. Los otros esperan.
- Joder, es cierto. Se lamenta.
- Te tomarán por loco, resume tranquilamente Antonio.
- Pensarán que se me ha ido la cabeza, anticipa Eric su fin muerto de miedo.
Rui no dice nada. Antonio sonríe. Suelta un soplido y se repanchinga aun más.
- ¿Y tú de qué te ríes? Pregunta Eric molesto.
- Pues de que nos encontramos con un problema delante y entre los tres lo vamos a solucionar. ¿Por qué no me iba a reír?
Rui sonríe. Eric relaja el gesto. Antonio con un ademán, encarga tres cafés. Y como el camarero no se entera. Opta por hacerlo a voces.
- Problema número 1, comienza a enumerar este muy resuelto. Publicar. Solución: Usa un pseudónimo.
- Eso no sirve de nada. Antes o después se descubrirá, explica Rui.
- Solución número 2: No lo publiques.
- Un momento, dice Rui despegando la espalda de la silla tras una silenciosa pausa, no tienes porqué echar el resto Eric.
Este no entiende nada. Se le han fundido los plomos.
- ¿Tu qué tienes pensado hacer? Continua Rui dirigiéndose a su abatido amigo.
- La verdad es que no lo he pensado aun… pero firmarlo seguro. Como todo lo que escribo.
- ¿Pero qué sería? Interviene Antonio al mismo tiempo que vigila si el chico servía o no los cafés. ¿Una historia?
- ¡Calla! Decir historia es decir personajes…
Eric experimenta un frío terrible que le recorre de arriba abajo y le obliga a estremecerse.
- ¿Entonces? Insiste aquel.
- ¿Ensayo? Insinúa Rui.
- Pues no sería mala idea esa.
- ¿Has empezado algo? Pregunta de nuevo Antonio.
- Nada. Reconoce contrariado un Eric que no consigue levantar de una vez por todas su mirada.
- ¡Mejor! Salta Rui consiguiendo que su amigo le contemple extrañado.
- Entonces mira, retoma la palabra Antonio mientras recoloca su postura, lo suyo seria reunir todo lo que saquemos en claro en un ensayo. Este ensayo no se publicará tal cual.
- ¿Entonces? Pregunta Eric desorientado.
- ¡Claro! Exclama Rui. Puedes escribir pequeñas historias distintas.
- ¡Exacto! Aprueba Antonio. Y en cada una de ellas ir introduciendo las ideas y conclusiones que estarán todas incluidas en el “ensayo general” que tú guardarás.
- ¿Historietas? Insinúa Eric al que parece que le cuadra mas esta idea.
- Todo lo ingenuas que se pueda.
Propone Rui encantado.
- De manera que parezca que son solo eso, continua Antonio, historietas.
- Cada día salen cosas nuevas… dice Eric al que todavía se le hace todo cuesta arriba.
- ¡Y solo hemos levantado un cojín del sofá! Dice Rui obligando a Antonio a mirarle mientras suelta una carcajada. ¡Faltan los otros dos!
Las risas de Rui y Antonio obligan a Eric a unirse a ellos.
- ¡Tienes que empezar ya! Ordena Antonio amagando un nuevo golpe en la mesa, pero por el rabillo del ojo observa cómo el camarero que acerca los cafés iba abriendo camino en la espesa jungla de personas y al final, acechando, esta Giuseppe. Antonio le guiña un ojo. Y le lanza un besito.
- ¡Claro! Grita Rui que no ve al jefe. No puedes esperar a tenerlo todo para comenzar el ensayo. Entre otras cosas, porque nunca vamos a terminar.
- ¿Nunca? Preguntan Eric y Antonio al unísono. La cara de Eric denota fatiga. La de Antonio ya cambia de sorpresa a agrado.
- O por lo menos... no en dos días.
Apuntilla Rui quien repara en que no son los términos para animar a su amigo.
- Eso sí, asiente Eric que niega una vez más con la cabeza.
Cada uno tiene su café ya delante.
- Ve empezando y cuando haya bastante material, comienza las historietas. Propone Antonio.
- Y eso será en su día una colección, dice Rui contento.
- Pero una colección en la que sea imposible determinar el número de entregas que la conformaran. Añade Antonio encogiéndose de hombros.
- Y esas historietas me servirán para lo que yo quiero: Argumentar. Resuelve Eric al que esta idea le agrada sobremanera.
Todos sonríen al ver a Eric aliviado.
- Me gusta esta solución, resuelve este.
El café pasa rápido. Así como los clientes que abarrotan “Les Rideaux”. El intercambio del almuerzo al café tranquilo se produce sin mayor incidente. Por unos instantes reinó la tranquilidad rota al segundo por el laborioso personal que despeja las mesas de los cubiertos usados y prepara las mismas para acoger a todo aquel que tenga a bien pasar la tarde del sábado en buena compañía.
- Oye, nos queda pendiente una cosa.
Dice Antonio después de proponer toda una serie de historietas a cuál más descabellada que había hecho las delicias de Rui, quien no puede parar de reír.
- ¿El qué? Pregunta Eric.
- Cómo compaginar lo del sistema de ecuaciones con la función.
Al oír esto, Rui, rápido deja de reír y le entran unas ganas terribles de mear.
- Pues es verdad, asiente Eric quedando un poco parado.
- Creo que no debemos dejar nada por el camino, continua Antonio muy animado. Sin dar en ningún momento da muestras de pasotismo. Está realmente implicado en la investigación. Según vayan surgiendo ideas las comprobaremos. Si funcionan, bien. Y si no, las dejaremos a un lado. Resuelve tranquilamente pues al fin y al cabo es lo que lleva haciendo todos los días desde que se conoce.
- Pero no las olvidaremos, ¿cierto? Pregunta Peppe que andaba por allí dando un escobazo y ya había escuchado esta cantinela muchas veces. Eric ríe. Ya os está llenando la cabeza con sus rollos, ¿no? Añade.
- Siéntate, ordena Eric arrimándose a la ventana ofreciendo algo más de espacio.
- Pero solo un momento, obedece con gusto Peppe dejando descansar cepillo y recogedor en la pared al lado de Antonio. Que hoy hay mucha gente…
- ¿Recuerdas lo que dije el otro día? Le pregunta este directamente.
- ¿Cuándo y qué? Dices tantas… cosas.
- Lo del sábado pasado, aclara aquel.
- ¿Ecuaciones e incógnitas?
Pregunta como probando suerte.
- Sistema de Ecuaciones y Función, sí. Aclara Antonio.
- Pues sí que lo recuerdo. Y no precisamente por gusto.
Apunta Giuseppe riendo solo.
- Estamos, prosigue Antonio a quien no hay quien le pare, en ver cómo relacionamos un sistema de ecuaciones con una función.
Peppe mira a Eric. Este le devuelve la mirada. Espera su respuesta. En este momento llega Rui del baño.
- Antonio, dice tranquilamente, no tengo ni idea de lo que me hablas.
- ¿Pero todavía seguís con eso? Pregunta Rui de pié esperando a que Antonio franquease el paso.
- Si lo sé no me siento, le dice Peppe. Rui ríe cómplice y da a entender que ya no quiere recupera su sitio.
- Vamos a la barra Peppe, propone. Dejémosles aquí solos un rato.
Poco duda Peppe en levantarse dejando solos a Eric y Antonio. Solos y callados. Pensando.
- ¡Qué rollo de matemáticas! Confiesa por lo bajini a Rui camino de la barra.
- ¡Buff!! Resopla este. Yo no las puedo ni ver.
- Siempre se me dieron fatal, continua Peppe.
- Y a mí. Desde siempre las vi muy difíciles y ya…
- Oye Rui, dice Peppe, un sistema de ecuaciones son muchas ecuaciones juntas, ¿no?
- Sí, responde. Pero no me hagas mucho caso, añade un Rui al que le asaltan todas las incógnitas a la vez.
- ¿Relacionadas entre sí?
- Eso creo...
Peppe, al escuchar esto, da media vuelta y se dirige hacia la mesa. De pié, sonriente, espera a que los dos amigos reparen en su persona.
- Creo que un sistema de ecuaciones, al ser un conjunto de estas relacionadas entre sí, es más complejo que una función sola.
Esto dice. Antonio y Eric se miran como si llevasen años sin verse.
- ¡No me jodas! Grita Eric.
- Peppe, gracias tío.
Dice Antonio sonriente.
Este no sabe nada. Rui seguía caminando solo huyendo de las matemáticas.
- ¡Eric! Una función, muchas funciones…
- Un individuo, muchos individuos.
- Los dos ámbitos del humano, resuelve Antonio. Hemos dado con ellos: Individuo y Sociedad.
- Madre mía…
Tras hacerles prometer que no volverían a hablar más del tema y sin fiarse del todo, Rui toma asiento. Peppe había vuelto a la barra, pues uno de sus camareros le había llamado, dándole vueltas al asunto. De una manera tan sencilla, había conseguido mostrar el camino más simple a recorrer. La noche cae. Se ilumina la Avenida y “Les Rideaux”. El ambiente es tranquilo. Perfecto.
- Antonio, quería comentarte lo que hemos hablado Rui y yo.
- Dime.
- Mira, comienza a explicar Eric apoyándose con la mirada en aquel. Si es cierto que somos una función y nuestra vida es una gráfica, ¿sabes qué es lo siguiente?
- No.
- Que no solo sabemos qué respuesta damos al estimulo presentado, sino cual daremos. Explica rápido Eric.
- ¡Venga ya! Grita Antonio. No puede ser...
- Sí. Se reafirma Eric.
- ¿Previsión? Pregunta Antonio.
- Exacto, dice Eric que no puede contener la alegría. Rui le secunda en su conclusión.
- ¡La madre que me parió! Grita Antonio mirando a sus amigos. Una vez a uno, luego al otro. Los dos sonríen.
Peppe acude raudo. Es ya la vez nosecuantas que tiene que apercibirles. Antonio no solo consigue esquivar y propinar golpes, sino que le obliga a sentarse. Rui implora un cambio de tema radical.
- Vale, acepta Peppe. Ayer pasó una cosa curiosa a la hora del almuerzo. Por lo visto el candidato a Presidente y el Alcalde, pues no se llevan muy bien.
- Eso dice el Business, apunta Rui animando la conversación.
- El caso, continua Peppe, es que durante la hora de la comida, alguien sacó el tema y al final poco a poco todo el salón hablaba con todo el salón.
- ¿Ah sí? Pregunta Rui.
- Durante el debate, porque fue eso lo que se produjo, un chico de unos veinticinco años hizo una pregunta.
- ¿Cual? Inquiere Eric.
- “¿Dónde celebrará el último mitin de campaña LPO?” Repite Peppe con una sonrisa en los labios.
Rui suelta una carcajada. Eric sonríe. Antonio a lo suyo.
- Siempre se celebra aquí, continua Peppe, y evidentemente, lo harán juntos. No se va a ir el Alcalde fuera de la Ciudad a dar un mitin... ni a faltar el Candidato a la Presidencia a su cita más importante.
- Por mí pueden irse a la mierda. Salta Eric.
- A un sitio parecido les mandaron ayer aquí, apunta Peppe.
- A cualquier sitio menos a la Luna, ¿eh? Advierte Rui. Eso no se toca.
Todos ríen.
- ¡Ah! Por cierto, continúa Rui. Voy a dejar la abogacía.
- ¿Vas a escribir? Grita Peppe haciendo resonar su potente voz por todo el salón.
- Si, responde Eric. Rui ha quedado muy cortado. Antonio posa una mano en su hombro y le dedica una sonrisa de corazón.
- Yo también voy a dejar a un lado la consulta, confiesa Eric.
- ¡Pero bueno! Grita, ahora si, Peppe llegando incluso a ponerse de pié. Antonio esta vez muestra su sorpresa. Más aun cuando todos reparan en él.
- ¿Qué pasa?
- No, no. Implora Peppe. No le deis ideas… este donde mejor esta es trabajando.
- Además... estoy ahorrando, ya lo sabéis. Dice con su típica sonrisilla de cabron. Peppe repara en que entran clientes.
- De manera que vais a tener más tiempo libre, ¿no? Pregunta mientras se levanta risueño guiñando un ojo. Pues ya podéis venir a verme más a menudo. Y que conste que no es por atraer más clientes porque desde luego más que escritores... ¡sois magos! Nunca había visto a nadie estirar tanto un café…
Todos ríen.
- ¡¡Ay desgraciado de mí!! Se lamenta Peppe dirigiéndose al techo camino de la barra cepillo y recogedor en mano. ¡Mis amigos y mi ruina juntos, en la misma persona!
CAPITULO XII
Bien. Como todos sabemos, Eric no buscó parque ayer.
Prevenidas, Anne y Amy se ocuparon de tal asunto. El sitio elegido se encuentra no muy lejos del centro, así, en caso de aburrimiento, podrían ir a dar una vueltecilla por allí y por supuesto, a ver la Puesta de Sol desde el Fuerte.
El parque “Guillemets” en su día era una de las avenidas principales de la ciudad. Esta estaba encauzada por dos riberas de soberbios pórticos que daban cobijo a infinidad de negocios, de los cuales solo unos pocos subsisten en la actualidad. El resto solo conserva el escaparate.
Bajo los portales se extienden dos amplias aceras empedradas y por el centro, corre un majestuoso parque. Todo para nada, pues hoy en día, nadie o casi nadie “pisa la ciudad”. Todos pasan la mayor
parte del día bajo tierra. Solo los turistas, disfrutan de la superficie. Hasta que llega la hora de las compras aprovechando que aquí se encuentran pues todas las cadenas habidas y por haber.
Supongo que si se conservan los escaparates es justo para que los visitantes gocen del señorío y abolengo de las famosas grandes avenidas y bulevares de la Gran Ciudad y no reparar en ningún momento de la excursión en que se encuentran paseando por una auténtica ciudad fantasma.
Quizá vayan poco a poco desapareciendo, o quizá permanezcan como simple reclamo para los turistas. Una vez aquí, pueden observar que la avenida verde se extiende a lo lejos hasta perderse de vista por un paseo central que divide el cauce en dos mitades exactamente iguales.
Descendiendo el mismo pueden comprobar que no falta de nada. Bancos. Amplios recintos destinados al juego de los niños. Otros para los jugueteos adolescentes. Y también al tranquilo ocio adulto. Este paseo principal no se ve en ningún momento atravesado. En vez de esto, va dando continuas escapatorias ya sea a las zonas antes señaladas, ya sea directamente fuera del mismo.
Más o menos por el centro, varios apartados son ocupados por pequeños negocios: Terracitas para tomar el café o el aperitivo tranquilamente al solecito, heladerías, tiendas de golosinas y de alquileres de bicicletas de todos los tipos imaginables. Incluso se puede dar un paseo en caballo.
La avenida pica hacia arriba. Dudan si pegarse el buen paseo a pié o pillar unas bicis. Al final deciden caminar. Más bien es Amy quien no hace ni caso del alto de sus padres para debatir las opciones y sigue a buen paso parque arriba y estos le siguen no sin expresar su disgusto y enumerar las múltiples ventajas de rodar en bicicleta. Tanto para su salud como para la de quien las alquila.
Amy recuerda que no están de descanso. Que están examinando el recinto. El concurso de parques es una cosa muy seria y andando es como se observan todos los detalles. Sin respuesta oportuna a mano, sus padres solo pueden callar y seguirle todo lo cerca que pueden. Pues esta parte se les está atragantando un poco. Anne observa que esto es un punto negativo. Su hija no está de acuerdo.
El paseo trascurre sin novedad alguna. También sin mayor preocupación. Solo cuando les llega el primer aroma a comida empiezan los problemas. Esto lo resuelve Eric rápido encontrando una entrada al parking. Ahora soy yo quien debería pillar una bici para seguirles, pues no veáis qué paso llevan los tres en busca del coche y de su suculento contenido.
Vamos a dejarles que corran ellos y vamos a buscar el buen sitio para hacer el picnic que había observado Anne nada más entrar en el parque y que yo creo que será el elegido. El día ha salido bastante bueno. Aunque corre un poco de aire y viene fresco, no molesta del todo. Las copas de los árboles que marcan el límite del parque con los edificios circundantes bailan de un lado, al otro.
Varios pajarillos de todo color y tamaño saltinean de acá para allá. No entiendo de variedades, la verdad. Pero los más pequeñitos de colores tierra son los más numerosos. Revolotean, saltan y rebuscan por todos lados. Luego hay otros tres que les siguen de cerca. Estos tienen la barriguita blanca como la nieve, contrastando con las alas y cabeza negra. Un cuervo, vigila desde una rama.
Este no solo controla el ir y venir de aves, sino de todo bicho viviente. Tranquilo. Majestuoso. De un negro brillante. Da la impresión de tenerlo todo a su mano. Ahora se posa otro, idéntico a mi vista, a su lado. Le cuenta algo que no le debe gustar pues de un graznido sordo, le echa. Con el rabillo del ojo se percata que los exploradores marrones han descubierto algo. Se lanza al vacío. Les espanta a todos. Los pequeños desaparecen. Los otros tres amigos, esperan sentados en un banco.
Y el cuervo vuelve a su rama con el botín a buen recaudo. No sé que es. Esta envuelto en papel de periódico. Quizá un resto de bocata. El caso es que los pequeñajos vuelven a su tarea. Desde el banco son meticulosamente supervisados. El periódico cae desde la rama. La sombra alza el vuelo. Se pierde entre los árboles a una velocidad pasmosa. Siguiendo un camino que solo él ve.
La familia surge bien cargada. Y según salen, se sientan. Ya no hay revuelo. Todos los pajarillos y la fauna al completo del lugar sintoniza sus antenas hacia el sonido de las bolsas que se abren como flores al sol de la mañana regalando a propios y extraños sus aromas, colores y sabores.
Cuando logran incorporarse, pues el ágape fue digno de un regimiento (por cantidad, se entiende) se dirigen a tomar un cafelito aprovechando la compañía del Sol quien también estima como oportuno el momento. Tras haber comido a la sombra, se sientan bien cerquita de él, tan cerca que se les pasa el frio de la digestión de golpe y ya piensan en el helado.
Con el cuerpo cargado de energía, el inmenso parque se les hace pequeño y piensan en bajar al Centro Comercial a seguir el paseo. Es Amy quien presenta esta vez todas las quejas. “Estoy a gusto aquí”. Así creo que se pueden resumir todas estas que van a chocar contra la resolución firme de sus padres. Ya que esta mañana había decidido ella… ahora les toca a ellos dos. Es lo justo. (Creo)
En el Centro Comercial la familia al completo continúa el apacible domingo entreteniéndose a cada paso. Bien sea por las tiendas que dan la impresión que venden carteles de rebajas o liquidaciones y no productos, bien por las divertidas actividades que el propio Centro Comercial “Les Guillemets” (música, talleres, teatros para los críos…) ofrece para amenizar la jornada de compras.
Entre pitos y flautas por poco no se les pasa la hora convenida: la de la Puesta de Sol. Terminan el heladito y se dirigen hacia el parking a recoger el coche y encaminarse directos al Centro, donde llegan sin problema alguno, dejan el vehículo correctamente estacionado y salen a superficie.
Una vez al aire, comprueban que el día sigue tal y como lo habían dejado: Por completo despejado. Solo varía el viento, que se había convertido en suave brisa, como ya había prometido durante el picnic y el color de cielo; atareado. Preparando los últimos detalles previos al espectáculo.
Apagando unas luces y encendiendo otras. Dando la última vuelta a la sala comprobando que nada faltaba. Que todo estaba listo y preparado para que el protagonista principal de la función no tuviera que pelear con nadie a la hora de representar su papel. Este, al percatarse de todo el trabajo bien hecho, prepara la mejor de sus sonrisas que hoy pondrá entre la Seulles y la Ciudad Industrial.
“En el sitio bueno”. Aquí, subidos a la muralla y con una obra desarrollándose delante en la que no hay mucha chica, a Eric se le viene toda la investigación a la cabeza. Cosa que no le gusta nada. Pronto una sonrisilla consigue hacerle olvidar el tema. Repara en que hacía ya unos días, tanto Rui como Antonio, se referían a ella como “la investigación”. O “nuestra”. Pero nunca como “tu investigación”.
El Sol lo tiene ya casi conseguido. Desde hacia una media hora había atrapado la atención de todos. Conociendo bien la profesión, había dejado este momento para dar el toque especial que toda Puesta tiene y que solo él sabe los cómos, los porqués y los cuándos.
Al igual que el mar nunca dice lo mismo y si os lo parece, es porque nunca os habéis parado a escucharle, las Puestas de Sol no se repiten nunca. Esta vez, al saberse la “estrella” de la función, había preparado un efecto especial. Cuando solo faltan escasos cinco minutos se lleva las manos a los bolsillos y encuentra sin querer, en uno de ellos, una nube blanca y delicada.
Sin dejar de mostrar su asombro, la extiende de un ademán tomándola por dos de sus cuatro picos. Esta ondea suavemente entre el cielo y la tierra como si fuese la hinchada vela de un barco. Ahora, el Astro Rey, con otro certero gesto, se la coloca a modo de velo. Cubriendo su corona y la parte baja de su rostro. Dejando solo su misteriosa mirada al aire.
Pero no quiere despedirse sin mostrar su sonrisa oculta al público. A su público. Entreabre coqueto la seda y con la mejor de todas ellas, mostrando sus perlas como si de un cofre del tesoro al completo se tratase, se despide. No sin antes lanzar el pañuelo al aire dejándolo suspendido a la deriva repartiendo el aroma y los colores impregnados de la piel del actor de actores.
El pañuelo surca el aire como enganchado mágicamente en el ocaso. Brilla y muestra sus tonos anaranjados, rojos y violetas en todas direcciones. Y cuando parece que el hechizo iba a desaparecer y aquel caería, la Luna llena lo recoge. Se lo coloca a modo de bufanda, reconociendo el cálido aliento. Las estrellas se encienden todas de golpe y da comienzo la segunda parte del espectáculo: La noche.
Del otro lado del río una cita tenía lugar. Pero esta era para atender asuntos más mundanos.
Esperando sentado en el coche que había “tomado prestado” a su jefe, Phillip repasaba mentalmente la batallita del Edificio del Ayuntamiento. Desde que se le ocurrió la idea, la avalancha de periodistas y la redacción del discurso del Alcalde:
- Bien Excelencia, hay dos partes bien claras: la primera no dice nada y la segunda responde a todas las preguntas.
- Ya veo, asintió el Alcalde nada más leerlo en diagonal y sacar la misma conclusión.
Phillip sabía que se le había ganado. Que lo que pasó el otro día, sino es porque lo apostó todo, jamás habría pasado. Si se hubiera echado atrás, ahora mismo estaría en su casa machacándose mentalmente por haber tirado todo al traste.
Cosa que no es así. Pues ahora mismo se encuentra en un olvidado parking subterráneo de 7 plantas en alguna parte del Cinturón Industrial con la clara misión de entregar algo a cambio de otro algo.
Un favor que le había pedido el mismísimo Alcalde en persona.
Por su parte Enzo, no puede estar más enfadado.
No solo había tenido que ceder a las exigencias de su suegro, sino que este le había colocado una niñera. Atravesando a toda velocidad el Túnel Oeste del Anillo dirección del Cinturón Industrial, Enzo y su niñera de 2 por 2, 150 kilos, expresión bovina y mandíbula de mármol mantienen un intenso diálogo en el que ni la más mínima palabra se atrevería a dejarse oír.
La radio apagada y el perfecto sistema de aislamiento del deportivo, a pesar de ser ampliado todo el ruido de la intensa circulación por las paredes del túnel, permiten mantener el habitáculo perfectamente al margen de todo rastro de sonido.
Ambos ocupantes mantienen sin descanso la mirada pegada a la carretera llena de lucecitas rojas sin abandonar ni por un segundo el carril de adelantamiento. Uno sin saber donde va y por ello con más motivo no ha olvidado ninguno de sus juguetitos en casa, otro sabiéndolo de sobra. Incluso sabe la
cantidad que contiene el maletín que transporta en el maletero. Y solo con ver el tipo de maletín que es.
Y cómo no, P.R., en la parte trasera de su vehículo mucho más discreto del que utiliza habitualmente estacionado en un oscuro rincón de la cuarta planta de este parking abandonado, controlándolo todo. ¿Y qué controla? ¿Qué puede interesarle tanto de un simple y rutinario intercambio? Veamos:
Enzo ya desciende la rampa circular de acceso al parking y se desvía hacía la cuarta planta. Por un pelo el haz de luz de sus focos no descubre la posición de P.R., oculto entre las sombras. Nada más recorrer escasos cien metros, distingue un vehículo estacionado. Con un ocupante dentro: Phillip.
Quien inmerso en sus cavilaciones, siente cómo se le detiene el corazón en este mismo instante.
No hace falta precisar que es su primer intercambio. Y aunque en las pelis haya visto miles, nada más ver cómo otro vehículo entra en el parking y sin dudar se dirige y estaciona delante de ti a escasos metros y te enfoca con sus faros, merece un respeto.
El primero en bajar es Enzo, quien apoyando un brazo sobre la puerta abierta y el otro en el techo de su vehículo, deja caer la cabeza de un lado y amigable, sonríe.
Phillip le devuelve la sonrisa.
Una sonrisa que le hiere la cara como si la acabase de dibujar un escultor con martillo y cincel. Incluso nota cómo saltan astillas de su pómulo. El resto del cuerpo permanece inmóvil. Congelado.
Y la vista de la niñera que había sudado tinta para comprender que debía pulsar el botón rojo para poder deshacerse del cinturón de seguridad y que ya comenzaba a desesperar a Enzo, no le devuelve ni mucho menos el color a la cara al pobre Phillip. Que no sabe dónde se ha metido.
Visto el panorama, es decir, que se las tenía que ver con un novato en frente y un bendito botarate como aliado, Enzo no puede sino felicitarse por haber echado el seguro del revolver del gorila en un momento de descuido de este y al tiempo, reír por la broma que le estaba gastando Pierre.
Esto no era más que una tontería. Un “Bienvenido Enzo”.
De un gesto, Enzo hace entender a Phillip:
- ¿Me abres el maletero?
Phillip asiente y, temblando, sale del coche con la idea de terminar con esto cuanto antes.
Enzo hace lo propio y ya se dirige hacía el coche de Phillip para servirse del capó a modo de mesa de reuniones improvisada.
Cada uno de un lado del vehículo de Phillip, iluminados solamente por los faros del coche de Enzo, en mitad de este tenebroso y angustioso parking, los dos abren sus maletines. Los simples “clicks” de los cierres, son auténticas detonaciones a esta profundidad.
Al contener justo lo que cada parte había de recibir a cambio, ambos son cerrados e intercambiados.
P.R., que había seguido paso a paso toda la escena sin poder dejar de maravillarse de la soltura y tranquilidad de Enzo e incluso ya se relajaba, de golpe comprueba que la historia no estaba ni mucho menos vista para sentencia.
Pues en el otro extremo del parking dos faros se iluminan súbitamente acompañados de un chirrío de neumáticos que pone los pelos de punta.
Un coche oscuro se dirige a toda velocidad hacía el punto de encuentro como si su intención fuese chocar contra los dos vehículos estacionados uno frente al otro.
- La Poli.
Dice el chofer de P.R. con su voz gutural.
Pero la Poli no hace amago de embestir dos coches y a sus ocupantes para luego frenar en seco, abrir las dos puertas delanteras y liarse a tiros.
Del otro lado estaba Enzo, a quien el simple hecho de haberse encontrado con mafiosillos de medio pelo que se han tragado todas las pelis de mafiosillos de medio pelo, le había salvado tantas veces la vida que ya había perdido la cuenta.
- Yo me hubiese liado a tiros directamente, instruye a Phillip. ¿Tu no?
Como alertado por un sexto sentido, nada más encender los faros, Enzo había echado mano de su pistola que escondía tras su chaqueta, enganchada con el pantalón. Fue frenar, abrir las puertas y comenzar a disparar y, a pesar de recibir el haz de luz de los faros directo en los ojos, Enzo de dos certeros disparos había desarmado a los pistoleros, para después alojar otro par de balas en los neumáticos delanteros.
De todo el tiroteo, solo cuatro disparos habían sido efectivos, los de Enzo.
El resto lucían sobre la chapa del coche de Phillip, que no entendía cómo su cuerpo podía mantenerle aun de pié.
De un solo gesto, Enzo recoge los dos maletines, chistea a su niñera que todavía se peleaba con la pistola avisándole que si no espabilaba se quedaría en tierra y empaqueta a Phillip en los asientos de atrás de su deportivo.
Es arrancar y un segundo coche hace aparición por la rampa de acceso. Según su posición, al taponar el coche de Phillip la salida hacia delante, Enzo se ve obligado a realizar la maniobra evasiva marcha atrás.
Acelerando a tope por el pasillo del parking marcha atrás en dirección hacia el segundo coche que le enfoca con los faros como si fuera a saltar a por él, Enzo calcula que podía hacer un trompo y colocarse cara a cara con el otro vehículo.
Pero las columnas están demasiado juntas para realizar la maniobra de un solo golpe, por no hablar de que el más mínimo error motivado por la oscuridad podría dejarles allí a merced de los pistoleros.
En vez del trompo, Enzo opta por ir directo hacía el otro coche, como para envestirle marcha atrás. Acelerando lo suficiente para hacer giratorio el cuenta revoluciones.
Nada más abrir fuego los atacantes por las cuatro ventanillas, Enzo pega un volantazo colándose entre dos columnas, dejando ambos vehículos uno a cada lado de la fila de columnas y cada uno a toda velocidad solo que en direcciones opuestas.
Las columnas pasan a tal velocidad que casi constituyen un muro entre los dos pasillos del parking.
Los primeros disparos del otro coche fueron rápidamente secundados por los de una ametralladora que ahora asoma por la ventanilla trasera, y permite devolver la luz a las entrañas de la tierra a intervalos regulares, como lo haría un proyector de cine.
Pero todas las balas son perdidas al ir a chocar contra la pantalla que forman las columnas o contra el asfalto en un sin fin de ruidos de impactos y silbidos sobrecogedores.
Enzo, baja la ventanilla de su coche y sin en ningún momento dudar, realiza dos disparos que hacen diana en los neumáticos del otro vehículo. Dos balas que consiguen hacerle derrapar bruscamente e ir a chocar contra una columna tras dar un par de vueltas de campana al perder el conductor el control.
Los tres ocupantes del vehículo siniestrado salían por su propio píe con claros signos de desorientación y, uniéndose a los asaltantes anteriores, ya enfilaban a la carrera la escalera de servicio cuando Enzo, siempre marcha atrás y a toda velocidad, sube la rampa circular de acceso a este parking subterráneo y olvidado por todos haciendo cantar por todos los niveles sus neumáticos de competición.
Flipante.
Aprovechando que conduce mirando por la luna trasera abrazando el asiento del copiloto en el que su niñera por fin consigue abrocharse el cinturón de seguridad, sonríe a un Phillip que se encontraba acurrucado entre las dos filas de asientos y le dice:
- Te han dejado el coche hecho un colador, tío.
- No... no es mío, responde este levantando tímidamente la mirada hacia su interlocutor.
Lo que le vale una mueca de asombro de Enzo.
- Tienes razón, la verdad es que no sé por qué vengo siempre con el mío...
A P.R. solo le faltaba aplaudir. Era increíble. 10 años en el dique seco y en menos de un minuto Enzo había vuelto a recuperar el terreno perdido.
Enzo es el mejor. Veinte años de fiel servicio a sus órdenes y no se le podía achacar ni una sola baja. Enzo jamás había disparado a matar. No sabe. Falla.
P.R. puede quedarse tranquilo. Su Plan ha salido bien. Ya tiene un heredero.
CAPITULO XI
Tras la Puesta de Sol, vuelven a casa.
Una vez aquí, Eric piensa que sería buen momento para poner a Anne al día de “la investigación”. Con Amy ya en su cuarto y ellos en el suyo, con el bonito día casi dando a su fin, Eric comienza las explicaciones. Su mujer se muestra muy interesada y sorprendida por las conclusiones a las que habían llegado entre todos.
Tampoco le provoca menor impresión la idea de su marido de no querer demostrar nada. Solo argumentar. Hipótesis y argumentación. Esta nueva manera de ver las cosas le intriga y se compromete
a pensar en todo lo que le estaba exponiendo Eric. Que como si fuese un niño pequeño que acaba descubrir la cosa más nimia pero que como lo ha hecho él solo, es lo más grande del mundo, argumenta a base de aspavientos, elevando la voz y dando pingos que mecen el colchón.
Largo rato pasan hablando. No solo Eric. Anne pregunta y propone. Lo que es muy del agrado de aquel. La comparación con el sistema de ecuaciones y la función gusta mucho, puesto que las matemáticas y la física siempre habían sido sus materias favoritas.
Hablando hablando, Anne recuerda una cosa. Una cosa que había apuntado en un papel volviendo en el metro a casa. Busca por todos lados de la habitación con la idea de hacer el mínimo ruido posible. Una vez vaciado su bolso sobre la cama y haber peinado ambos su contenido, aparece el papelito en cuestión.
Dicho contenido es bastante escueto, son cuatro iniciales unidas por flechas, siendo cada una de ellas un resultado de la anterior.
Eric lo mira y remira, Anne le explica el significado de las iniciales.
- Mira Eric, la “S” es de símbolo...
- Vale, sigue Eric la explicación recorriendo el caminito que marcan las flechas.
- La “E”, es de Educación, el proceso de aprendizaje del símbolo.
- la “P” es el prejuicio que genera la información recibida, interrumpe Eric al verlo claro quedando con los ojos despampanados mirando a su mujer, quien asiente y continúa:
- Y la “C”, sería la conducta que genera esa información, ese estímulo.
Culmina Anne muy alegre.
- Joder Anne... ¡pero esto es brutal!
Tan absortos están que se les va la hora por completo, reparando bien entrada la madrugada en que ya deberían llevar un par de horas dormidos.
Al día siguiente, Eric despierta muy contento. Desayuna con Diana, Anne y Amy y acerca a esta al Instituto. Recoge los periódicos de la mano de Didier que le saluda como de costumbre y sube a la consulta donde le esperaban Mary y su sonrisa. O la sonrisa y Mary. Es lo mismo.
En el descanso, Eric llama a su ayudante.
- Dime.
- ¿Puedes echarme una mano?
- ¡Venga! Acepta esta muy dispuesta.
- Quiero ordenar todos los casos… explica Eric doblando las rodillas frente a las puertas que cierran la parte baja de una de las vitrinas donde tiene archivado lo reciente.
- ¡Bah! ¡Está hecho!
- He confeccionado una lista de pacientes de los que tenemos que encontrar las libretas de apuntes.
Continúa Eric abriendo el mueble.
- Pero eso ya lo tienes hecho, ¿no?
Pregunta Mary de pié observando la escena.
- Si, pero siempre se puede haber caído alguno o… estar mal archivado…
- De acuerdo. Sin problemas.
Las puertas producen un ligero ruido al girar sobre su eje. La luz que desbordaba la ventana entra también en la oscuridad de la madera madura. Eric comienza a sacar cajas de cartón. Mary observa cada movimiento esperando la más mínima mueca de aquel pidiendo ayuda con la oreja puesta tanto en el teléfono como en la puerta, pues el siguiente paciente está al caer.
- Mira, en estas cajas tengo toda la documentación de los pacientes actuales y algunos antiguos… dice Eric con el tono algo tomado por el esfuerzo.
- ¿Y en este otro mueble? Pregunta Mary agachándose a la velocidad del rayo.
- ¡¡No Mary!! ¡¡No abras ahí!! Advierte Eric.
Pero es tontería…
- ¡¡Hala!! ¿Y todos estos periódicos? Pregunta Mary con los ojos como platos. No me digas que vamos a pintar.
Inquiere dirigiendo su brillante mirada a Eric que queda helado.
- Jeje… pues mira. No es mala idea.
- ¿Y de qué color?
Pregunta Mary sonriendo hasta más no poder.
- ¡Dime uno! Salta Eric contagiado por la emoción del imprevisto.
- ¡Azul! Grita Mary sin pensar en absoluto.
- Vale, es bonito.
- ¡Sí!
Los dos ríen sin parar.
- Bueno dime, ¿para qué todos estos periódicos? Pregunta una vez calmados. Pues no se le había ido de la cabeza.
- Es mi hemeroteca particular, explica Eric encogiéndose de hombros.
- Y ¿para qué?
- Para saber si dentro de cuatro años, en las próximas Elecciones se publica lo mismo, responde el Doctor Bauss ruborizándose un poco al caer en la cuenta de que, quizá sea una auténtica gilipollez.
- Bueno, dice Mary que no puede contenerse, lo mismo no haya que esperar tanto…
Y sonríe.
Y así amigos, con una sonrisa de Mary vamos a terminar. Sé que es un palo, pero así son las cosas. Todo lo que puedo explicar es que he recibido órdenes de dejarlo. Nunca había realizado este trabajo. No sé como habrá quedado. Yo lo entregaré tal cual y luego mi jefa decidirá.
Me ha dicho que no me vaya muy lejos pues seguro que me volverá a llamar. Jamás había tenido otro jefe que la simple necesidad. Nunca un trabajo legal. Me ha gustado mucho la experiencia y sobre todo eso de “que me volverán a llamar”.
Como nunca he acatado órdenes, a pesar de haber recibido muchas, me largaré de la Gran Ciudad. Cuando estuve en calidad de fugitivo me escondí en un pueblecito de la costa, con un bonito puerto y una pequeña biblioteca. Yo era el bibliotecario. Podéis imaginar el movimiento que había allí: cero.
No iba nunca nadie. Y para una vez que fueron, fue la Policía.
Así las cosas, volveré allí a ver si sigue vacante la plaza. Mantendré mi identidad antigua para no despertar hostilidades y me dedicaré a observar cómo sube y baja la marea. Bonito columpio la playa.
Supongo que muchos os habréis preguntado como un sinvergüenza como yo, sin estudios ni trabajos, y sin saber más que entrar en sitios y salir, ha conseguido narrar de una manera tan brillante esta bonita historia de amistad y conocimientos.
Pues veréis. Antes de trabajar como bibliotecario no había cogido un libro para calzar una mesa. No sé cuando aprendí a leer. Pero si puedo decir como aprendí a escribir. Esta biblioteca, a pesar de ser pequeñita, posee una importante colección de literatura clásica.
Y como tenía que estar allí muchas horas, pues estaba claro que me tendría que entretener con algo. Como en otros muchos ámbitos, lo suyo es empezar por el principio. Y eso hice. Comencé a leer en orden cronológico.
Para cuando la justicia quiso apresar mi cuerpo, mi mente era por completo libre. Es increíble como aun cargada hasta los topes de historias, lejos de vaguear con la excusa del peso, tu espíritu vuele alto. Más que nunca. Pues antes, no lo hacía. No habíamos conseguido alzar el vuelo.
Y en las cárceles, no hay menos libros. Continué mi eje cronológico. En los cinco años que estuve entre distintas rejas pero en los mismos muros, seguí leyendo. Y siempre de más antiguo a más moderno. Para cuando termino mi condena ya había leído hasta la época moderna. Quizá hasta hace un siglo o incluso leí alguno perteneciente ya a esta centuria, pero impregnado con el aroma del pasado.
Ahora continuaré el avance. Seguiré adelante. Retomaré el eje temporal justo donde lo dejé. Pero leeré con nuevos ojos. Comprobaré si es verdad que la venta ha podido con el arte. Si lo veo claro, volveré para no dejar nunca los clásicos.
Autores que no escribían “Best-Sellers” prefabricados, o para obtener el reconocimiento mundial, o simplemente verse en la tele. Sino para ser reconocidos como tales, como autores. Pues el oficio de escritor antes de la invención del libro… no daba para mucho cuando nadie tenía ni para comer.
Así es como he podido narrar amigos. A base de leer kilos y kilos de ideas. Paginas y paginas de sueños escritos antes de la invención de la vanidad y la tele. Espero que nos volvamos a ver y si lo hacemos no desconfiéis de mí, ya sabéis que ahora me gano la vida honradamente.
Besos a todos y gracias por leerme. Espero que os haya gustado. Buena suerte de corazón.
¡Ah! Y para los tiquismiquis, sí. Tenéis razón. He dicho que nunca había trabajado de manera legal. Y acabo de contar que he sido bibliotecario. Pero si tenemos en cuenta que iba con autentico gusto al curro, aprendía todos los días una barbaridad de cosas y que el sueldo solo me daba para pagar una ratonera, pasear por la playa, respirar y comer arroz con sal… no se puede llamar trabajo.
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